Las universidades tienen la responsabilidad ética de no ser indiferentes ante el sufrimiento de las víctimas – David Sáenz #ColumnistaInvitado

Ayer, estaba en clase con estudiantes universitarios. Por pequeños grupos discutían una crónica de Alberto Salcedo Ramos: El pueblo que sobrevivió a una masacre amenizada con gaitas. El poblado objeto del texto es El Salado, el lugar en donde un grupo de paramilitares, en el año 2000, cometieron los actos más atroces en contra de la comunidad:

“Torturaron a Eduardo Novoa Alvis, la primera de sus víctimas. Le arrancaron las orejas con un cuchillo de carnicería y después le embutieron la cabeza en un costal. Lo apuñalaron en el vientre, le descerrajaron un tiro de fusil en la nuca. Al final, para celebrar su muerte, hicieron sonar los tambores y gaitas que habían sustraído previamente de la Casa de la Cultura”… “Seguía Nayibis Osorio. La arrastraron prendida por el pelo desde su casa hasta el templo, acusada de ser amante de un comandante guerrillero. La sometieron al escarnio público, la fusilaron.Y a continuación, en el colmo de la sevicia, le clavaron en la vagina una de esas estacas filosas que utilizan los campesinos para ensartar las hojas de tabaco antes de extenderlas al sol”… “De una casa sacaron un loro y de otra un gallo de riña, y los echaron a pelear en medio de un círculo frenético. Cuando, finalmente, el gallo descuartizó al loro a punta de picotazos, estalló una tremenda ovación”.

Lo anterior representa algunas de las dantescas escenas a las que se vieron enfrentados los lugareños de El Salado, en el departamento de Bolívar. Hago la aclaración porque como lo hace notar el cronista, en Colombia, “Los habitantes de estos sitios pobres y apartados solo son visibles cuando padecen una tragedia. Mueren, luego existen.”

Ahora bien, como profesor me imaginé que los estudiantes estarían muy concentrados en la discusión, además de ofendidos e indignados por lo que ha sucedido en el país en múltiples escenarios. Incluso llegué a pensar que algunos dirían, ¿cómo un ser humano puede ser tan malvado con otro?, ¿qué nos sucede como sociedad para que permitamos que un grupo poblacional se tenga que enfrentar a tantas atrocidades, ¿qué podemos hacer nosotros para que nunca más se vivan masacres como estas?

No sé si esperé mucho. Bien dice Comte Sponville que la esperanza, en el sentido de esperar a que algo suceda, es una hija del mal vivir, dado que engendra tristezas cuando lo esperado no se satisface. Pues bien, sentí tristeza, porque los estudiantes hablaban del texto a regañadientes, pero sí estallaban en ovaciones, al referirse al partido de anoche, 7 de octubre de 2021, entre la Selección Colombia y Uruguay. Algunos decían, ¡qué viva Falcao!

Tal situación me impactó como profesor y como ser humano. Me hizo pensar en cómo lograr que los estudiantes se acerquen a la historia nacional como quien se acerca a la historia de seres humanos, que para el caso colombiano, son víctimas de un conflicto que parece no tener límites de sevicia. Mientras que cavilaba en silencio y absorto en mis pensamientos, una estudiante, la única mujer del curso, les dijo, ¡cómo pueden estar hablando de fútbol mientras que acabamos de leer que a una mujer la empalaron por ser la amante de un guerrillero! No recuerdo bien si esas fueron sus palabras. Sin embargo, sí me despertaron del letargo y me recordaron que esta guerra absurda es de machos conquistadores.

Por otra parte, tomé la palabra. Expresé mi deseo de no juzgar a ninguno por lo dicho. Sólo hice hincapié en lo que ya tantos han dicho y que se convirtió en un cliché: “en Colombia hemos normalizado y naturalizado la violencia”. El día que despertemos de esa insensibilidad y reconozcamos que no es digno de seres humanos tanta indiferencia ante el dolor del otro, seguramente empecemos a construir naciones en donde podamos vivir en paz.

Finalmente, se hace más que necesario y vital para la construcción de la paz, que desde las universidades se hable del conflicto desde el enfoque de las víctimas. Es una responsabilidad de los centros educativos propiciar la reflexión y el debate. Las universidades tienen un poder muy grande en formar a los estudiantes para que construyan puentes entre las disciplinas que estudian y las necesidades del país, que para el caso nuestro, es lograr vivir en paz.

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