La vida es un suspiro – Fabio José Saavedra Corredor #Columnista7días

columna fabio jose saavedraEl patriarca Nicodemus tenía por costumbre subir en los atardeceres hasta el Alto del Granadillo, a respirar aire puro y despedir la luz del día en la serenidad del ocaso. Por eso, a los lugareños se les había convertido casi en un ritual, salir a los corredores de las casas diseminadas a lo largo del empinado camino, a ver al octogenario anciano trepar sin detenerse, avanzaba como si fuera midiendo sus fuerzas, con pasos lentos pero firmes, él se sabía observado por los ojos de los trabajadores, que a esa hora regresaban a sus hogares, después de las arduas labores de los cultivos.

Regularmente no se inmutaba cuando los perros corrían ladrando tras sus pasos, devolviéndose con el rabo entre las piernas al estar cerca de él, lanzando chillidos como si olfatearan a un ser esotérico. Ese atardecer la imagen del cerro se recortaba en el azul diáfano del cielo y a medida que el día se rendía en el horizonte, se fue tornando en todos los tonos del color anaranjado, hasta llegar al rojo intenso en las mejillas de una manzana próxima a la cosecha.

Cuando el patriarca llegaba victorioso a la cima, su figura se perfilaba majestuosa y erecta, como una espiga de trigo maduro, allí permanecía con la quietud propia del felino al acecho, perdiendo su mirada en el infinito, al mismo tiempo que el viento jugaba con sus largos cabellos y con la holgura de sus ropas hechas en fino lino blanco, como nubes de verano en diciembre, mientras tanto se dedicaba a acariciar su larga barba teñida con el color cenizo del paso del tiempo, así dejaba que sus pensamientos jugaran con el paisaje, viajando en la infinita imaginación del poeta, inquieta, como la brisa que no dejaba resquicio desconocido.

El sol se fue escondiendo en el horizonte, dejando atrás las huellas de sus pasos, reflejadas en los colores intensos de sus llamas igual a un incendio o al fuego de la hornilla del trapiche en molienda.

Era ese sublime momento cuando la naturaleza invita a los seres al reposo, cuando las alas se recogen en los nidos y los sentimientos se arrullan en la cercanía de los cuerpos. El patriarca pensó en su infancia, cuando recorría sin descanso los valles y montañas, que dolorosamente, hoy veía cada vez más escasos. Recordó tantos paseos al río, alimentando ilusiones y amores adolescentes, hasta que se sintió profundamente conmovido y la nostalgia arrancó de las profundidades de su alma un suspiro prolongado, en el que afloraron remembranzas y viejas quimeras, guardadas en el cofre íntimo de su alma, en el mismo que todos guardamos recónditos secretos, envueltos en alegrías o humedecidos con lágrimas de una que otra decepción.

Él estaba convencido que el suspiro, era un compañero de viaje en la vida, que nunca se rezagaba en el camino, ni nadie quería que se quedara atrás; es compañía en noches interminables, aliviando el peso del rechazo o el abandono, es un regalo de Dios que abraza y consuela en todos los tiempos. Nicodemus pensó que el suspiro sonreía en la abundancia y también estaba contenido en la lágrima de una tragedia, el poeta imaginó a Adán y Eva extasiados, mirándose en la fuente de la vida, en medio de un coro de ilusiones, queriendo infringir el mandamiento divino.

 

El manto de la oscuridad empezó a disolver la imagen de las cosas y la luna apareció en el horizonte, cuando Nicodemus salió de sus divagaciones, inició de inmediato el regreso al poblado, la luz plateada se reflejaba en su blanca vestidura, infundiéndole un halo fantasmal, los perros a su paso huían, para esconderse en las plataneras o en los cañadulzales.

Desde el corredor iluminado de una casa a la vera del camino, lo saludó una mujer que amamantaba a su pequeño, y al preguntarle por su esposo, ella respondió con un interminable suspiro frunciendo los hombros, mientras él se fue perdiendo en las sombras del camino en el descenso al pueblo, iba pensando en la respuesta silenciosa de la mujer, nacida en el dolor de la ausencia, estaba convencido que un suspiro es el saludo a una nueva vida y que un suspiro es el paso del moribundo al desconocido mundo de la muerte.

Moraleja: El suspiro es la voz de un deseo satisfecho o la añoranza de lo que no se tiene.

Fabio José Saavedra Corredor

Miembro Academia Boyacense de la Lengua

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