El día que el poder quedó bajo los escombros – José Ricardo Bautista Pamplona – #Columnista7días

Cómo no recordar lo sucedido hace 20 años. Un fatídico día cuando al estilo de las películas de ciencia ficción, pilotos suicidas enrumbaron sus aeronaves hacia la corpulencia de las Torres Gemelas causando pánico, desolación y muerte.

Sucedió el 11 de septiembre de 2001 cuando el reloj marcaba las 8:46 y 9:06 de la mañana y los edificios del World Trade Center de New York fueron impactados por aviones manipulados por pilotos trastornados, con la clara intención de destruir una de las magnas fortalezas de los Estados Unidos de Norteamérica.

Llamas, polvo, humo, ráfagas de viento y calor ensordecidos por gritos y gemidos de dolor fue el común denominador de esa tenebrosa mañana surrealista cuando varios de los atrapados decidieron dar el gran salto al vacío y cayeron en un recorrido hasta de 417 metros de altura, en desesperada maniobra, producto de la angustia del inédito momento perpetuado en dolorosa postal que refrenda uno de los más oscuros instantes de la historia.

Aquello fue como un volcán de la muerte. Un monstruo de cemento que devoraba todo lo que se cruzara en su camino, revelado ante la mirada aterrorizada e impotente de los transeúntes, como lo hacía también esa pesada masa de polvo que se metía hasta por las rendijas del alma produciendo el deceso de quienes, de manera inútil, intentaban escapar de sus garras.

El terrorífico ataque fue planeado y ejecutado de manera fría por Al Qaeda, conocido como un refugio creado en 1979 para luchadores árabes donde los guerreros reponían fuerzas, tras los combates contra los soviéticos, e intercambiaban ideas y conocían a musulmanes de todo el mundo para conformar un temible grupo armado bajo el mando de su cerebro Osama Bin Laden.

Al Qaeda significa “La base” vocablo que traduce también el objetivo de esta caterva terrorista, como epicentro de varias vertientes ideológicas, sembradas con la intención de expansión para que, si se destruye una de sus células, las demás continúen vivas en propagación sistemática.

A partir del fatídico 11 de septiembre y como era de esperarse, aparecieron varias versiones y teorías alimentadas desde hace 20 años con el auge de las redes sociales o en el registro de varias películas donde se ha dicho de todo y aún se debate si hubo o no una conspiración oculta, e incluso surgió “El movimiento de la verdad del 11 de septiembre”, que relaciona este ataque con otros hechos de repercusión como la llegada del COVID 19.

La disertación de unos y otros cuestiona también al posterior derrumbe del edificio contiguo a las Torres Gemelas donde se ubicaban las oficinas de la CIA, y se asegura que esta construcción cayó misteriosamente sin haber sido impactada por aviones; sin embargo en el año  2008, una investigación realizada por el Instituto Nacional de Estándares y Tecnología concluyó que se había caído debido a incendios intensos y descontrolados, que duraron casi siete horas, iniciados por los escombros y el desplome de la vecina Torre Norte.

Y si de teorías se trata, hay otras que afirman que ningún judío murió en los ataques porque 4.000 empleados judíos en el World Trade Center habían recibido un aviso previo para que no se presentaran a trabajar el 11 de septiembre de aquel 2001; pero si realmente fue así, ellos no serían los únicos que se salvaron, porque como una «diosidencia», muchos de los que tenían citas ese día en los edificios de la Torres Gemelas como el desaparecido Michael Jackson, por algún motivo no asistieron y le fallaron, en esa oportunidad, a la muerte.

En fin… teorías y anécdotas van y vienen, pero lo que sí es una dolorosa realidad fue el histórico ataque que arrojó tenebrosas cifras como el de los 2.996 muertos según los datos entregados por la Federal Emergency Managment Agency donde se incluyen a los 19 secuestradores y los 24 desaparecidos.

Los aterradores alguarismos dan cuenta también de 2.606 muertos en el World Trade Center, 189 fallecidos en el Pentágono, 44 en Pensilvania además de los 300 bomberos y 85 agentes de los distintos cuerpos y fuerzas de seguridad de la ciudad que murieron en el maquiavélico atentado del que después de 20 años aun el 40% de las víctimas no han sido identificadas.

Y si hablamos de estadísticas, es preciso anotar que fueron 102 minutos de angustia y terror, 10 segundos que tardó el desmoronamiento de la torre sur del World Trade Center, un 13 de septiembre del 2001 Osama Bin Laden se responsabilizó como el autor del feroz ataque y en el mes de mayo del 2011, los Navy Seal encontraron a Osama y lo asesinaron de un impacto en la cabeza, arrojando su cuerpo al mar para impedir que, como ocurre en Colombia y en otros lugares del mundo, el terrorista fuera sepultado por sus seguidores convirtiendo luego su tumba en lugar de culto a la barbarie.

El pasado sábado se cumplieron 20 años de este pavoroso soplo que paralizó el mundo y en los medios de comunicación hablados, escritos y de televisión, así como en las redes sociales, se recordaron esos infernales momentos cuando Al Qaeda secuestró cuatro aviones comerciales en los Estados Unidos de los cuales dos fueron estrellados contra las Torres Gemelas en New York, uno contra el Pentágono y el otro que tenía la misión de chocarse contra la Casa Blanca, cayó en un campo en Pensilvania luego del forcejeo entre los pasajeros y los secuestradores en la cabina.

Este, sin duda, fue el acontecimiento del siglo que dejó una trágica página escrita con sangre y fuego para el santoral de la humanidad y que tristemente se repasa cada año cuando el presidente de Los Estados Unidos rinde homenaje a las víctimas y renueva sentimientos de condolencia a sus familias.

Hoy el área donde se localizaban las Torres Gemelas es un símbolo donde se traduce el reemplazo del padecimiento por la esperanza y el renacer de nuevos bríos. Desde todos los puntos de la ciudad se divisa el One World Trade Center, la construcción más alta de los Estados Unidos cuya obra arquitectónica y artística corresponde al despacho estadounidense Skidmore Owings and Merrill reconocido por la construcción de otros edificios como el Burj Khalifa y la Torre Wells, un monumento de 541 metros de altura donde reposan 104 pisos con un mirador que lo convierte en el más sofisticado observatorio del mundo.

A su alrededor se construyeron dos fuentes que simbolizan el cráter que dejaron las imponentes Torres Gemelas y la cruel pesadilla que vivieron las familias, para quienes este sagrado lugar es el relicario de añoranzas embellecido por miles de pétalos de todos los colores, porque en las flores ofrendadas cada día, hay una nueva ilusión, inspirada en la semblanza de un punzante instante que impactó el corazón del orbe.

Ojalá muy pronto podamos erguir un nuevo monumento a la valentía y resistencia con el que se rinda tributo a los millones de víctimas de otro ataque sorpresivo conocido como el COVID 19, que premeditado o no, tiene de rodillas al mundo, como aquella embestida que doblegó la soberanía de una de las más grandes potencias de la tierra, evidenciando que en esta vida todos somos vulnerables y muchas veces el poder de los “intocables” yace también bajo los escombros.

Cómo no recordar aquel 11 de septiembre de 2001 cuando me encontraba por Europa en una gira artística y tuve que mandarme rasurar la barba por algún lejano rasgo físico con la semblanza de los musulmanes y en los aeropuertos me hacían a un lado para investigar mi procedencia. Como no recordarlo si las gentes se agolpaban en las esquinas de los centros comerciales, para presenciar la transmisión en vivo de aquella catástrofe y todos nos mirábamos con desconfianza como sucede ahora cuando alguien se aproxima hacia nosotros sin guardar la debida distancia establecida en los protocolos porque el miedo se apodera de nosotros.

Cuantos episodios que se van condensando en el libro de una misteriosa aventura o «en algún lugar de la memoria» en la que quedan para siempre las huellas imborrables, como el viento que moldea la roca, o el implacable paso del tiempo por la piel, donde silenciosos se agazapan los recuerdos.

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