Vida defendiendo vida – Fabio José Saavedra Corredor #Columnista7días

La difusa luz del amanecer empezó a colarse por entre las persianas abiertas, mientras en la distancia a través de la ventana, se empezaba a develar la desdibujada torre de la iglesia de las Nieves. A esa hora David, el notable médico, terminó la revisión de las historias clínicas pendientes y poniéndose de pie, estiró los brazos como si quisiera elevar una plegaria al cielo, así relajó sus músculos e intentó despertar los sentidos embotados por la falta de sueño, luego, alcanzó un pequeño maletín, extrajo de él un estetoscopio, se lo colgó al cuello y procedió de inmediato a verificar con detalle los demás equipos y elementos para tomar signos vitales. En silencio reflexionó que nunca le había huido a la tecnología y decidió adquirir un equipo digital, que le permitiera conocer toda la información clínica de sus pacientes, en menos tiempo y con mayor precisión.

Él reconocía los beneficios de los avances científicos, además, a diario ponía su trabajo en manos del Creador, sentía que él únicamente era un humilde medio para la sabiduría divina. Durante su vida profesional también había logrado cultivar el hábito de la lectura, diariamente dedicaba un tiempo a la investigación y la actualización de sus conocimientos, estrategia que le había permitido fortalecer su desarrollo y desempeño profesional, evitando quedarse relegado del acelerado e incontenible avance de la ciencia y la tecnología. Cada vez más el conocimiento disminuía el tiempo de su vigencia, alcanzando muy pronto su obsolescencia, lo que era vigente en la mañana, en la tarde era parte del cuarto de San Alejo.

El médico recordó la tarde en que hizo el juramento hipocrático, con un destacado grupo de condiscípulos, todos cargados de ilusiones y sueños, alentados por las sabias recomendaciones de sus maestros, desbordando energía y ansias por aliviar la humanidad de tanto patógeno.

Desde entonces buena parte del camino recorrido, reposaba en los anaqueles de la memoria, envuelta en la magnitud del tiempo, había pasado mucha agua por debajo del puente, ya no podía recordar todas sus experiencias, aunque él quisiera, habían sido tantos ojos angustiados o adoloridos, ansiando encontrar en sus palabras y en sus diagnósticos un hilo de esperanza, vidas pendientes de la vida, siempre huyéndole a la muerte, una verdad a la que nadie escapa, una fila en permanente espera, de la que nadie quiere ser parte, los médicos convertidos en la única esperanza, hora tras hora cumpliendo el compromiso contenido en la misión de, «No llevar otro propósito que el bien y la salud a los enfermos».

El Médico dejo de lado sus pensamientos, porque en poco tiempo debía iniciar la última ronda del turno nocturno, con el fin de establecer el estado de salud y hacer un seguimiento a los pacientes del pabellón pediátrico. Ya en el pasillo miró desprevenido el reloj de la pared, observando que sólo tenía hora y media para hacer el recorrido, la enfermera jefe y la auxiliar ya lo estaban esperando al final del pasillo, a la entrada de la última habitación, para compartir con él, y sin detenerse ni un momento, los pormenores de cada enfermo, mientras David tomaba signos vitales, animando a los pequeños con su diálogo vivaz y alegre, así de habitación en habitación, dejando recomendaciones y nuevas medicaciones.

Cuando pasó nuevamente frente a la recepción, volvió a mirar el reloj y vio que ya marcaba su tiempo de entrega del turno, llevaba en la cabeza a todos sus pacientes y una claridad diáfana respecto a cada uno de ellos, con la calma propia de la experiencia organizó su escritorio y procedió a enfundarse en su grueso abrigo, sobre la ropa de trabajo, y por rara coincidencia volvió a recordar el día lejano cuando inició su primer día de trabajo, más de medio siglo ya, hoy estaba seguro que no había creado prototipos de casos, para él cada paciente había sido un caso diferente, casos similares, nunca iguales.

Cuando se dirigió a parqueadero se saludó con dos señoras de servicios generales y un portero que corrían a recibir el turno del día y se quedó pensando en ellos, en la manera como se dirigían presurosos a cumplir sus tareas, de la misma manera, las secretarías y todo el equipo de trabajo, aportando soluciones a la difícil tarea, cada uno contribuyendo para que el hospital fuera un manantial de salud, donde los enfermos bebieran alivio en medio de esta crisis pandémica.

Sin detenerse subió la rampa que daba acceso a la calle principal, tomando rumbo a su casa, ansiaba llegar pronto para relajarse con un reparador baño de agua caliente y luego tirarse a dormir cuán largo era en su cama, sabía que la soledad era su única compañera, desde que su esposa había fallecido y sus dos hijos se habían establecido en diferentes ciudades, realmente ya disfrutaba la soledad y el silencio entre las paredes de su enorme casa, allí sentía la presencia de ella, su recuerdo por todos los rincones, a veces oía su voz en sueños y sentía consuelo.

En ese momento David avanzaba por la avenida central a una velocidad moderada, sentía ya la calidez del hogar erigido con ella, con amor y esfuerzo, cuando timbró el teléfono y por el interno del vehículo sonó la voz del Director del hospital pidiendo apoyo, según él, se habían contagiado de COVID dos médicos atendiendo a los pacientes de la UCI, además, un accidente de un bus intermunicipal había saturado el servicio de urgencias, y para colmo, en el clásico de la fecha, las barras bravas de los dos equipos se habían trenzado en una batalla campal, contribuyendo  con heridos al momento crítico del hospital.

El médico volvió a recordar sus reminiscencias del amanecer y se vio con el dedo pulgar sobre el índice, jurando cumplir siempre los principios de Hipócrates y resignado decidió girar en el próximo retorno para seguir cumpliendo su humanitaria tarea. A lo largo de medio siglo, estos imprevistos ya eran rutinas en el sendero de su vida y en la historia de un pueblo violento, en la recepción volvió a cruzarse con las señoras de servicios generales y todos sonrieron con la satisfacción y la alegría que deja llevar el bien y la salud a los enfermos y el deber cumplido.

-Publicidad-