Perdí la cuenta de las veces que me he referido a este tema en columnas, escritos y reflexiones. Perdí la cuenta de lo mucho que he insistido en algo que realmente me apasiona y que ha sido el eje sobre el cual descansan tantos proyectos y programas adelantados en favor del talento de los niños y jóvenes de mi Colombia querida.
Sin pretender convertirme en multiplicador del rating de una u otra programadora de la televisión privada, donde claramente se evidencia que hay un show, porque, aunque hay inmersos algunos visos de pedagogía, no deja de ser un espacio con libreto propio hasta con lágrimas programadas, sí destaco la presencia de estos programas que ponen al descubierto el inmenso talento de nuestros párvulos.
Al ver los niños participantes del programa La Voz Kids, que cada noche hacen una nueva entrega de sus inmensas capacidades, solo me detengo a pensar en cuál sería el rumbo de mi patria amada, si realmente se invirtiera los recursos públicos en programas que dejan huella como los procesos formativos, para la creación de escuelas que cultiven, promuevan, eduquen y proyecten a las presentes generaciones a escenarios de futuros esperanzadores.
Cuánto talento tiene esta patria, cuánto derroche de capacidades y cuánto cultivo existe en una nación sin memoria que se debate entre los titulares sensacionalistas de los medios, la violencia, la corrupción y otros tantos males que a medida que corre el tiempo, se van agudizando más, hasta llegar a degollarnos sin la más mínima posibilidad de defendernos.
¡Qué bárbaro es este país por Dios! han dicho una y otra vez los dos jurados extranjeros del reality, quienes no salen de su asombro cuando escuchan los niños que cada noche desfilan por el programa, dueños de una voz que en ocasiones parece no pertenecer a la esfera terrestre, sino más bien a un coro de ángeles, donde al estilo de las estrellas, cada una brilla con luz propia.
Con la autoridad que nos otorga lo andado por el camino, me atrevo a afirmar que Colombia tendría otra suerte si en cada pueblo, cada estancia y cada ciudad se destinara un porcentaje justo de esa gran bolsa de recursos por la que se disputan, se agreden, se ultrajan y se matan algunos representantes del pueblo, para formar las aptitudes de los niños y encausarlas, desde temprana edad, a la práctica de disciplinas útiles que promuevan sus dones a otros niveles donde además existen valores de respeto, tolerancia, solidaridad y ética, premisas del comportamiento humano que se quedaron adheridas al papel y a la palabrería, sin posibilidad alguna de convertirse en acciones justas para el desarrollo social.
Cómo me duele escuchar estadísticas de los recursos extraviados en los debilitados muros de los “elefantes blancos”, cifras aterradoras que bien pudieran estar al servicio de la construcción de escuelas de formación artística, teatros, aulas especializadas y el pago digno a maestros que se formaron en las universidades y hoy esperan tan solo una oportunidad para desarrollar su capacidad profesional y pedagógica.
Cuando hay tanta semilla solo se requiere de tierra fértil, y cuando hay abundancia de cultivo se añora la parcela para que en ellas florezcan los frutos, que en ultimas, son los que le dan verdadera razón a la existencia y para que esto ocurra se requiere del abono, de las manos que amasen la entraña y propendan por su cuidado; y es que así es el talento de los niños, una semilla que clama un suelo fértil donde poder germinar y florecer su esencia.
Quisiera que algunos mandatarios fueran testigos de la alegría que experimenta un niño cuando abraza un instrumento en sus manos, un niño que no tiene porqué importarle si el alcalde o gobernador de turno es de x o y partido, o si sus padres lo apoyaron o no en la campaña electoral. Un niño que solo quiere «tocar y luchar», como dice la proclama del maestro Abreu, y añora arrancarle sonidos a ese instrumento con el que tanto ha soñado; un niño más que podemos arrebatarle a la violencia para entregárselo a la PAZ y así esta frase suene a trino romántico es esa una manera cierta de alcanzar esas tres letras que se convirtieron en estrategia política y que pulula en los discursos de doble moral de épocas electorales.
La educación artística lleva décadas sin ser considerada en las decisiones políticas de Colombia. Al comienzo las llamaban educación estética y manualidades y en las últimas la convirtieron en un tema de debate, porque esos “magos” de la educación que cambian las metodologías, como cambiar de ropa interior, dijeron que eso hacia parte del “libre desarrollo de la personalidad” y entonces las bautizaron con el nombre de electivas y así ha sucedido gobierno tras gobierno, ministro tras ministra, hasta acabar sistemáticamente con ellas.
La lucha por mantener con vida este propósito en los niños se condensa supuestamente en la ley general de educación 115 del 8 de febrero de 1994, en su artículo 23, numeral 3, donde se define la educación artística como área obligatoria y fundamental en la malla curricular y lo mismo hace la ley general de cultura en la trillada 379 de 1997 que establece que las artes deben estar inmersas en todo modelo educativo; pero éstas, como tantas leyes que duermen el sueño de los justos en el papel, solo sirven para justificar las estadísticas que presentan los gobiernos en sus shows de rendición de cuentas.
Para suplir los enormes vacíos del estado en asumir con verdad y responsabilidad este tema en Colombia, han iniciado muchas propuestas por parte de las organizaciones no gubernamentales, dando paso al surgimiento de fundaciones, corporaciones y escuelas privadas que logran hacer algo con las uñas, y el atropellado bolsillo de los padres de familia de las clases populares, quienes deben pagar una mensualidad para que su niño(a) aprenda la ejecución de un instrumento. Pero estas escuelas, muchas de ellas flor de un día, terminan por reventarse, porque es imposible sostener la nómina, arriendos, servicios, pago de impuestos y mucho más la adquisición del costoso instrumental para el proceso.
A mi juicio esta es una responsabilidad que le atañe al estado y solo con la construcción juiciosa de políticas públicas de largo aliento, será posible refugiar el anhelo de millones de niños, ávidos de estos programas desarrollados con seriedad, y no como fachada para cumplir los indicadores de los planes programáticos, donde hay muchas metas enanas, que, por supuesto se cumplen, con mentiras gigantes.
El tema es más serio de lo que se piensa y más trascendental de lo que podamos imaginar, porque la educación artística en cualquier disciplina acerca a los niños y jóvenes a posibilidades palpables del desarrollo intelectual y humano y lo aparta de tantos vicios que abundan hoy en esta sociedad enferma por el odio, la avaricia y la creación maquiavélica de escuelas del crimen, esas sí con fondos económicos robustos que promulgan su expansión y macabro fortalecimiento.
¡GRACIAS!… con letras mayúsculas a los mandatarios responsables que se la juegan por hacer inversiones necesarias en estos procesos y un respetuoso llamado a los gobiernos que no lo han priorizado, para que se «den la pela» y se atrevan a crearlos, ya que solo la vida les pagará con momentos tan sublimes, como cuando los niños se paran en los escenarios luciendo su ingenio en la interpretación de repertorios cargados de magnas ilusiones y prósperos mañanas.
Que canten los niños, que alcen la voz
Que hagan al mundo escuchar
Que unan sus voces y lleguen al sol
En ellos está la verdad… (José Luis Perales)