Que sí, pero no – José Ricardo Bautista Pamplona #Columnista7días

Así está el país y el mundo todos los días, entre el sí y el no.

Que sí a la presencialidad, que sí volvemos a abrir aeropuertos, que sí a la reactivación del comercio, que sí vuelven las clases presenciales y que sí los estudiantes a las aulas.

Que no se permiten aglomeraciones, que es mejor no salir a las calles, que no podemos abrazarnos, que no se permite circulación de público en recintos cerrados, que no se rebajan las deudas y que no se puede despedir empleados, así su empresa se haya ido al suelo.

Y mientras el sí y el no se debaten en fiero duelo, siguen las irreconciliables pujas entre los sindicatos y el gobierno nacional, se agudizan los desmanes, las agresiones y los asesinatos, los picos de la pandemia suben de manera exponencial y las cifras, no solo son alarmantes, sino que las estadísticas nos muestran un desolador panorama con la partida de miles de personas que a cada minuto pierden la lucha contra el COVID -19.

Pero la hecatombe económica ocasionada por la pandemia y ahora los disturbios sociales, no pueden quedarse simplemente en los titulares de prensa, sino que por el contrario debe generar la toma inmediata de decisiones frente al restablecimiento paulatino de las finanzas y la recuperación de la institucionalidad, porque miles de ciudadanos, no solo han perdido sus empleos, sino que deben soportar el acoso de los bancos y entidades como la telefonía móvil que de manera incisiva ejercen una persecución despiadada a través de mensajes programados que llegan a cualquier hora del día, e incluso en horario de la media noche y la madrugada.

Lo mismo ocurre con los propietarios de locales e inmuebles quienes, en vez de llegar a acuerdos de pagos conciliados con sus arrendatarios, presentan demandas ante los juzgados y lo más preocupante es que son aceptadas por los tribunales, poniendo más contra las cuerdas a las víctimas de la sorpresiva calamidad.

No hay empleo, en muchos sectores la inversión está paralizada, los acreedores arremeten y los deudores se defienden, los precios de los alimentos están por las nubes, lo mismo ocurre con los materiales de la construcción que subieron hasta en un 60% y mientras la canasta familiar se eleva, los ingresos se van a pique y las familias de modesta estirpe viven la más dolorosa pesadilla de toda la historia.

Las UCI colapsaron y las redes se llenaron de avisos mortuorios, todos los días se van familiares y amigos cercanos y cada vez se siente más cerca la pandemia en nuestra puerta; sin embargo, el país habla de reactivación y los comerciantes presentan querellas para que los dejen trabajar por cuanto es imposible estar confinados sin tener como responder al diario vivir y a las deudas que no dan tregua.

Al parecer la teoría de “sálvese quien pueda” es la que está haciendo carrera en un instante de contradicciones presagiadas, en medio del análisis de los epidemiólogos quienes vaticinan que lo peor está por venir y que debemos acostumbrarnos a convivir, por muchos años, con los sonados protocolos de bioseguridad, el uso del tapabocas y el distanciamiento social.

«Un país sin memoria» como el nuestro suele olvidar muy rápido y a pesar de escuchar a diario por los medios hablar de muertes, el cierre de empresas, la pérdida de empleo, sumado a los desórdenes ocasionados por la conmoción social y la barbarie convertida también en el pan nuestro de cada día, la gente está saliendo a las calles a buscar el sustento para su familia y todos entramos en un periodo oscuro donde no se vislumbra, a corto o mediano plazo, una salida.

Los cuadros presentados cada hora sobre los casos de contagio y el deceso de ciudadanos parece haberse vuelto parte del paisaje y en los noticieros de televisión se presentan estas alarmantes cifras como una sección más, seguida de la de deportes y farándula.

Cuando inició este sorpresivo sacudón todos pensábamos que la humanidad iba a reflexionar, muchos escribimos canciones donde las frases como: «el cambio es ahora, mi nueva realidad, los lexicones de la vida, Dios está enojado, La dura prueba pasará» y docenas más de palabras que traducían esperanza o la llegada de momentos de renovación donde se acabaría la soberbia, el individualismo, el odio, la intriga, el chisme y la ambición.

«Si ésto no nos hace cambiar, ya no nos cambia nada», esa fue una de las frases más recurrentes en todos los diálogos con los familiares y amigos y era la conclusión a la que llegaban los pensadores, influenciadores y los que manejan las tradicionales charlas de motivación, pero no fue así y al parecer el odio, la venganza y el rencor se apoderó de los corazones del colectivo encegueciendo la razón, pese a que la muerte está cada vez más cerca y anuncia, con pasos amenazantes, su llegada a nuestra estancia, haciendo reveladora la frase que está ubicada en lo alto de la portada del cementerio central en Tunja: «Aquí terminan las vanidades del mundo».

El universo volvió a tener esperanzas con el anuncio de la vacuna y en cada país celebraron, con bombos y platillos, el arribo de los cargamentos a los puertos aéreos y los medios hicieron un show mediático con el cubrimiento del arribo de las primeras dosis como cuando el hombre llegó a la luna.

Todos esperamos ansiosos el turno para la inyección y muchos gastaron sus pocos ahorros para viajar a los Estados Unidos y recibirla de manera prioritaria; sin embargo, a los pocos días se supo del deceso de cientos de personas que, teniendo las primera y segunda dosis, se contagiaron y partieron a su viaje sin regreso. Se nos dijo entonces que, aun teniendo la soñada inmunización, debíamos continuar en aislamiento, con el tapabocas, es decir “lo mismo que antes”, pero con vacuna.

El libreto se cambia todos los días y el país y el mundo amanecen con una sorpresa nueva a la que de inmediato reaccionamos y tratamos de acomodarnos, pero a las pocas horas aparece otra directriz, otra norma, otras medidas y nuevamente con resignación nos reacomodamos.

Aunque mi reflexión parezca pesimista y revele de manera cruda la realidad de este momento histórico, muy desde el corazón los invito a vestirnos con el ropaje de la esperanza, a buscar entre todos sintonías unísonas para derrotar este amargo tramo y pasar el sorbo letal con optimismo y verdadero compromiso.

Un llamado a la sensatez, a la cordura, al análisis frio e inteligente buscando la serenidad en medio de la turbulencia del aciago momento, porque solo así será posible superar tan tenebroso capítulo y buscar el final con feliz desenlace.

Sintonía entre unos y otros, comunicación asertiva, coordinación, solidaridad en medio del individualismo y la indiferencia, franqueza, sinceridad y verdad para no distraer con la doble moral los sanos propósitos, humildad y gallardía en una cruzada de unión fraternal despojándonos de la soberbia, la mentira y la sevicia, pero, sobre todo, dialogo y concertación para encontrar la luz que, no solo alumbre el camino de unos pocos, sino que se convierta en consigna colectiva.

Ahí está en mi humilde opinión, parte de la salida, ahí está la fórmula para que todos entremos en armonía con la actualidad y aunque mi realidad no sea tan trágica como la de mi vecino, sirve mucho entender que es una sola y que, en cualquier momento, como la montaña rusa, dejamos de estar arriba y vertiginosamente pasamos a estar abajo, porque ésto también es conmigo, con él, con ella y todos hacemos parte del inédito instante.

Negociaciones, concesiones, acuerdos, estrategias o planes de choque, subsidios a los más necesitados, alianzas de hermandad sincera y tolerancia para entender mi dolor, desde la tragedia del otro.

Esas son las palabras claves en tan tempestoso instante, donde tenemos que poner la cara a los problemas y buscar soluciones conjuntas que, si bien es cierto no erradicaran el mal, por lo menos nos devuelve el alivio para dosificar la lucha, resistir y resistir sin desfallecer en el intento.

Hay muchas frases bonitas, abundantes máximas escritas, refranes construidos por filósofos y pensadores y aunque a veces son útiles decirlas, más útil resulta ponerlas en práctica ya que el hambre se cura con pan, las deudas se pagan con dinero y la tiniebla pasa solo cuando se ocultan los oscuros nubarrones para darle paso al sol del nuevo día.

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