El mito que necesitamos – Carlos David Martínez Ramírez – #ColumnistaInvitado

En la historia del pensamiento científico es común que se asocie a la filosofía y la ciencia como una suerte de superación de los mitos como artefactos para la explicación de la realidad. Pero incluso en la modernidad es posible rastrear la influencia de la mitología en diferentes tipos de discursos. Así lo muestra Franz Hinkelammert en su obra titulada “Hacia la crítica de la Razón mítica. El laberinto de la modernidad”.

Si dejamos a un lado la arrogancia de considerar el conocimiento científico como el único válido, podríamos pensarnos un mito que nos motive a comprender lo que ocurre en la actualidad o incluso a explicar el futuro que requerimos como sociedad, lo cual, claramente, estaría cargado de subjetividad, pero podríamos apostar a construcciones intersubjetivas, como también ocurre en las ciencias contemporáneas.

En un país donde han matado a tantos candidatos presidenciales, el mito de Prometeo, muy analizado por el economista y teólogo alemán Hinkelammert, puede llevarnos a aceptar (o a comprender que para algunos es aceptable) que quien quiere que la humanidad progrese pude ser castigado; siguiendo el caso de Prometeo, lleva el fuego a los humanos y el inicio de una nueva civilización, la metáfora que podríamos usar hoy sería la de las ideas de cambio.

Un mito peligroso para nuestro país es el del ave fénix, aceptar que nos podemos quemar para renacer de nuestras cenizas resulta dañino en un momento en el que la economía se destruye y en lugar de buscar soluciones rápidas pensando a corto y largo plazo, la sensación en muchos ciudadanos es que pareciera que a algunos les conviene la violencia y que el país se incendie: a la izquierda para evidenciar la ineptitud de la derecha y a la derecha para enaltecer la violencia y la represión como la solución.

Es altamente probable que nos resulte conveniente pensar un mito autóctono, como el legado del fuego a los humanos, de los Catíos, habitantes de los territorios ubicados entre el río Atrato, el Cauca antioqueño y la serranía de Abibé, en el cual las personas aprenden a cuidar el fuego y a usarlo para cocinar.

También encuentro fascinante el mito de las etnias Tikuna, en el sur Amazónico de nuestro país, en el que los gemelos Yo´i e Ipi, héroes e hijos del gran dios Tupana, separan a los recién creados Tikuna, reconocidos con el nombre kï´a, que significa nación, entonces para reconocerlos cocinan un caldo de babilla y dan a probar a las familias este alimento, según el sabor que encontraban se asociaban a un animal y ese sería su clan, por ejemplo, si el caldo sabía a garza, entonces serían del clan garza.

Estos mitos, en los cuales los alimentos se asocian con la identidad, pueden ayudarnos a comprender la importancia del agro colombiano, el primer gran sector que debería ser reivindicado para superar la crisis que vivimos, con el cual tenemos una deuda histórica: existen muchas carreteras nunca construidas, reformas agrarias nunca desarrolladas y tierras nunca restituidas, ni que decir de acuerdos comerciales que privilegiaron la importación sobre la producción local y del uso de la tierra, donde se usa sólo la mitad de la dispuesta para cultivar, efectivamente para el desarrollo agronómico, y el doble de la dispuesta para la ganadería en estas prácticas.

Tal vez requerimos nuevos mitos autárquicos para entender que la superación del hambre es más potente que la represión, sin necesidad de dejar de mirar hacia afuera, por ejemplo, en Estados Unidos el acceso a los alimentos es considerado una cuestión de seguridad nacional.