Se nos murió mamita
¡‘Ora mi rancho ta triste’,
‘ora mi rancho ta solo
porque se nos jue a siempre
la que’ra nuestro tesoro!
A las cincu‘e la mañana
el jogón tenía candela
y’en la tarima había dulce
y’en el jardín azucenas.
El mute jervía en las ollas,
chisporrotiaba la leña
y el olor a chocolate
era siempre güena seña.
‘Ora nu hay que’n se levante
y cantando nos dispierte
porque a nuestra guena madre
nos la ha robao la muerte.
Era juerte com’un roble
y dulce como las mieles,
sus manos eran dos rosas,
sus mejillas dos claveles.
‘Ora el tiple de mi taita
ya no canta, ya no suena,
tuitu es que ni qué si ánima,
tuitu es una mera pena.
El rancho ta triste y solo,
el jogón ya no jumea,
¡Ánima bendita! ¡Mi Mama!
¡Qué calamidá tan jea!.
Éramos seis en el rancho,
los taitas y cuatro hermanos.
El Bonijacio, el Dagoberto
yo, y’el José Cayetano.
Si el patrón nos ensultaba
tenianos a quen dar quejas
y había consuelo en los ojos
y tinto u aguepanela.
Ya nu hay quen rece el rosario
ni a las ánimas las vele
y si pal trabajo vamos
ya un hay quen nos encomiende.
Ya nu hay quen bata el guarapo
ya nu hay quen haga el piquete
¡Si las manos de mi vieja
se aquetaron de repente!.
Los perros u’llan de noche
y la gaica berrea.
¡Ay, qué jalta de la vieja,
ésta jue la pior condena!.
Nu hace ni ocho días que taba
tan jestiva, tan risueña,
nos hizu almuerzo con pollo
y ajiaquito pa’ la cena.
¡El miércoles con la tarde
li agarró jatiga al pecho,
no valieron cataplasmas,
ni dotores, ni remedios!.
¡El sábado tempranito
nos llamó pa’ junto de’lla
nos bendijo uno por uno
y llorando se sonreya!
Endespués quedó quetica,
ni que cuando echaba siesta,
de blanca como la nieve,
al igual qui una azucena.
¡Si no juera por el viejo
me largaba d’esta tierra
pa’ que no me atormentaran
tuítos los recuerdos de’lla!
Adeizagá