Despedida
Todo ha concluido.
El péndulo del tiempo se detuvo.
La magia de la risa quedó anclada
en el mediodía de septiembre
y las manos que hilaron primaveras
ahora tienen el color del cirio
y la quietud del lirio en los altares.
Y nosotros, los que fuimos felices
pasajeros de tu vientre,
necesitábamos milenios
para devolverte los besos que nos diste.
Y todas nuestras lágrimas
no alcanzarán a humedecer el camino hacia tu gloria.
Tal vez
en tu acostumbrado diálogo con Dios
olvidaste decirle que septiembre
es tiempo estéril para las despedidas.
Olvidaste decirle que nosotros
esperábamos que el tiempo se detuviera en tu sonrisa.
Él te llevó para pagarte
la lealtad de casi un siglo
y nos dejó con la palabra trunca
y el ánimo aterido.
A esta hora,
la hora en que en la vieja llanura del Tolima
abogabas por nosotros en el ángelus,
tal vez la perdiz se haya escondido
presintiendo la apocalíptica noche de septiembre
y la quebrada haya cesado su canto
para elevar una oración a tu memoria.
Sin la mano que empuñó la aguja
y amasó el pan para calmar nuestra hambre,
sin la voz que fue música y no grito
y el abrazo que fue canto y fuego
la soledad acecha nuestra espalda
con sus garras de arpía
y el frío de esta tarde infausta
ya no saldrá jamás de nuestra piel herida.
Dios, en cambio, está regocijado:
al fin tendrá a su lado la mano que bendijo los caminos
y la voz que difundió su nombre.
A esta hora, en el cielo hay una fiesta
mientras aquí las sombras
nos nublan todas las distancias.
¡Que la paz sea contigo, madre!
Raúl Ospina Ospina