¿Cómo debemos pensar-nos? – Carlos David Martínez

En la década de 1990 se populariza el concepto de inteligencia emocional y varios pensadores intentan generalizar la idea de que la gestión adecuada de las emociones es más importante que el coeficiente intelectual.

Desde antes, varios analistas coincidían en que las emociones son un elemento clave al momento de direccionar las decisiones de las personas en diferentes campos, incluso en la política.

La maquinaria política bipartidista del siglo XX llevó a muchos a votar por “amor” al partido, sin pensar mucho en las propuestas de los candidatos. Esa era la maquinaria tradicional.

Actualmente, la maquinaria se engrasa, o se enmermela, como le gusta decir a algunos, con contratos y puestos, y el “pensamiento” político se ha convertido en un cálculo matemático sobre cuanta plata se necesita en las elecciones, para mover votos con el apoyo de “mochileros” en los barrios populares y “lobistas” para las clases medias y altas.

En una democracia deliberativa se requieren ideas argumentadas y con fundamentos, pero la tendencia parece siempre haber sido ideas cortas tipo slogan y emociones “fuertes”, que la gente salga a votar con miedo o emberracada.

La inteligencia emocional es fundamental para el liderazgo, fortalece nuestras propias convicciones y ayuda a modelar el comportamiento de otros; hoy no tiene sentido plantear una dicotomía por el estilo de que se requiere más razón que emoción; pero sí vale la pena recordar a Kant para remarcar que la educación debe llevar a las personas a pensar por su propia cuenta.

Tratar de entender cómo piensa el otro no puede conducirnos al odio (¡es un desconsiderado!), ni a la conmiseración (pobrecito, es ignorante); lo que se requiere es tratar de presentar argumentos fuertes, siendo al tiempo tolerantes con las historias personales.

Los filósofos estudian la lógica con mucha profundidad, es decir, las formas correctas de pensar; Schopenhauer señalaba que con la dialéctica se podía persuadir incluso sin tener la razón, es decir, se puede convencer de manera “lícita” o “ilícita”.

Frente a los tiempos difíciles que vivimos, vale la pena aclamar el triunfo de la razón sobre el fanatismo político que se edifica sobre el caudillismo (ya de izquierda o derecha) o sobre estereotipos disfrazados de arquetipos, algunas veces acertadamente (con razón) y otras veces con arreglos y manipulaciones (con las emociones).

Aunque el fracaso de la modernidad nos mostró que la razón no es la salvación para la humanidad, hoy necesitamos que prime la razón sobre el fanatismo.