La encrucijada de los mandatarios locales – José Ricardo Bautista Pamplona – #Columnista7Días

La encrucijada en la que se encuentran los mandatarios locales a causa de los sucesos de los últimos meses es realmente alarmante y en medio de la incertidumbre nadie sabe qué hacer, quien tiene la razón y menos la última palabra.

En el mes de marzo de 2020 Colombia, al igual que otros países del globo, amaneció con la noticia de un virus llamado Coronavirus o COVD -19, que al parecer era un problema de la república China, pero que nunca se pensó, llegaría a tocar la puerta de nuestros hogares.

Todo lo acaecido luego es quizá la pesadilla más aterradora que se ha vivido en las últimas décadas y mucho más sus funestas consecuencias para la salud, la estabilidad social y la economía.

El COVID -19 nos cogió literalmente, “con los pantalones abajo”, porque nadie estaba preparado para confrontar una pandemia de la cual esta generación solo tenía referencia por películas, documentales y una que otra obra literaria.

Como es lógico en momentos de conmoción general, las especulaciones no se hicieron esperar hasta que los científicos salieron del anonimato para explicar qué era realmente lo que estaba sucediendo y cuáles sus verdaderas consecuencias.

Desde ese momento, hasta ahora, los colombianos nos hemos levantado con un libreto nuevo cada día y un menú de normas expedidas por el gobierno nacional quien tratando de controlar la situación, se dio a la tarea de emular e implementar varias estrategias para replicarlas en los territorios con la colaboración de los mandatarios locales, pero muchas de ellas quedaron, como de costumbre, en el papel y en especial aquellas que protegían a los empresarios, inquilinos, desempleados, deudores y morosos de los bancos.

Luego de catorce meses de convivir con el virus y mirar con impotencia la perdida de millones de vidas, el desmoronamiento de cientos de empresas, el desempleo, el hambre y el crecimiento exponencial de la mendicidad, aparece otra dolencia aún más aguda manifiesta en una crisis de conmoción social que mandó al traste lo poco que hasta ahora se había hecho en las localidades en materia de salud para controlar el contagio y evitar a toda costa la congestión en las UCI.

Sin temor a las consecuencias de la propagación del virus, los ciudadanos salieron a las calles de manera masiva para oponerse y sentar su voz de protesta en contra de una absurda e inoportuna reforma tributaria y a la salud, y aunque el grito unisonó del pueblo logró doblegar las intenciones del gobierno nacional y los proyectos de reforma fueron retirados, las gentes han seguido marchando hasta completar ya 35 días de un paro nacional con dos características determinantes:

Por un lado, la protesta legitima de los sindicatos, jóvenes y comunidad en general, expresada en marchas pacíficas, manifestaciones artísticas, jornadas simbólicas y reflexiones públicas y por otro el vandalismo terrorista protagonizado por aquellos para quienes un paro como el que vivimos es caldo de cultivo que facilita su accionar delictivo y antisocial.

Pero el pulso social se ha generado por cuenta de estar o no de acuerdo con los bloqueos y el impedimento a la movilidad, más en época de pandemia donde, tanto el gobierno debe responder a la presión de los organismos internacionales quienes han hecho oídos sordos, sin parar y renegociar directamente la deuda y un pueblo adolorido que no tiene la culpa, representado en los marchantes.

Mientras esto sucede hay imágenes aterradoras en la televisión y las redes sociales mostrando la cruda realidad de un país en caos con edificaciones, vehículos e inmuebles en llamas, el enfrentamiento entre los antisociales y el escuadrón móvil antidisturbios, la violación de parte y parte a los derechos humanos, el abuso de y a la autoridad, la provocación a la fuerza pública, el saqueo de almacenes y hasta el asalto a pequeñas tiendas de cuyo ejercicio se deriva el sustento de humildes familias, la destrucción de los sistemas de transporte público, la perdida de alimentos por el impedimento de su movilización, la agudización de la tragedia económica de las familias y el SOS de los empresarios e industriales que claman por el cese del bloqueo de las vías.

Pero no solo esto ocurre por cuenta de la crisis social que vivimos, sino que, como era de esperarse, el virus también se está saciando, aprovechando del trágico momento y se expandió de manera aterradora hasta el punto de generar el pico más alto desde su llegada, ocasionando la congestión en clínicas y hospitales que colapsaron, a tal punto de tener una fila de ambulancias con enfermos a bordo esperando por un turno, una cama y la atención médica para salvar sus vidas.

En medio de este desolador panorama se encuentran los mandatarios locales, presionados por los de aquí y los de allí. Por los que están pidiendo a gritos que los dejen trabajar y los que se oponen a la reactivación del comercio, por los que ponen a los alcaldes en el paredón por levantar las restricciones como el pico y cédula o la apertura de establecimientos y los que suplican por salir para buscar el pan y llevarlo a la mesa de sus hijos, por quienes no encuentran una atención oportuna en los centros de salud por el colapso de las unidades de cuidados intensivos, por los que claman a grito herido por una oportunidad de empleo, por los empresarios que piden incentivos para poder mantener al menos el 10% de sus nóminas y en fin…por las consecuencias de un laberinto oscuro que no permite ver con serenidad la salida.

Qué difícil momento el que viven los mandatarios locales para quienes cae todo el peso de la ley si no cumplen con las normas y los decretos redactados por el gobierno nacional y para quienes también cae todo el peso de la crítica y la impopularidad si no escucha el clamor de sus comunidades.

¿A quién hacerle caso? ¿A la lógica de un país que no tiene lógica y se desmorona a pocos tipificando los amargos recuerdos de la patria boba? ¿A los científicos que siguen insistiendo en el distanciamiento social, el uso de tapabocas y las demás normas de bioseguridad? ¿A las familias que claman por un plato de comida en su mesa? ¿A los ciudadanos que ven como se desvanece la vida de sus seres queridos sin poder hacer nada? ¿A la publicidad pautada en los medios con el slogan quédate en casa? ¿Al gobierno nacional que con la complicidad de algunos «desinformativos» sale a decir que todo está bajo control, cuando en las calles hay sangre, dolor y guerra? ¿a los gremios que insisten en continuar en pie de lucha en un paro de actividades indefinidas? ¿al silencio cómplice de un congreso? ¿o al efecto de la presión de la banca internacional?

Esa es la encrucijada en la que hoy están atrapados los mandatarios locales en una horrible noche que solamente habían cantado en la primera estrofa del himno nacional, pero nunca pensaron fueran a vivir, y menos luego de haber participado en una acalorada y competida contienda electoral para conseguir el voto popular que les permitiera llegar a la soñada posición de mandatario(a) de su pueblo.

El adagio popular reza que «a nadie se tiene contento» y menos en estos momentos cuando el riesgo, por donde se le mire es inminente, la incertidumbre campea oronda por todos los caminos y las esperanzas parecen haber abandonado, en especial a quienes no tienen un empleo, no generan ingresos para sostener su núcleo y encima de todo tienen a un familiar en la larga fila de las UCI esperando por un milagro de supervivencia.

Mientras la vida nos sigue sorprendiendo con el libreto inédito del día y cada quien saca conclusiones, según sus intereses individuales, todos seguimos encomendando esta patria adolorida y a los mandatarios locales a la fuerza Divina, que al parecer y como siempre, es la única que tiene la última palabra.