¿Democracia representativa o directa? – Carlos David Martínez Ramírez – #ColumnistaInvitado

Si hace unos meses se discutía en nuestro país sobre el significado del estado de opinión, hoy se está hablando sobre los límites de la democracia representativa, se cuestiona si las manifestaciones populares y los requerimientos del pueblo en las calles son un ejemplo válido de democracia directa.

Pareciera que la estrategia de deslegitimar las protestas aludiendo a acciones vandálicas, a financiaciones extranjeras o intereses políticos mezquinos, no esta funcionando. Evidentemente sí se han presentado manifestaciones violentas, pero la mayoría son pacíficas; si hubiera financiación extranjera serían poco probables las expresiones de alivio por las ollas comunitarias; son más los políticos que señalan que el descontento no tiene representatividad en partidos que quienes se atribuyan abanderar estas expresiones, incluso dentro del comité del paro se aclara que hay muchas agrupaciones en las calles que no están representadas en dicho comité.

Si la representatividad pudiera explicarse en términos de apertura y cerrazones, podría pensarse cómo en la década de 1990 vivimos una apertura para flexibilizar la creación de nuevos partidos y después se limitaron con la figural del umbral de votación como requisito para alcanzar la personería jurídica. En este escenario, algunas preguntas serían: ¿El pueblo exige una nueva apertura? ¿Esta apertura sería de carácter representativo o atendiendo las solicitudes directas de las personas en la calle? ¿Las instituciones y las personas que las dirigen, tienen la capacidad de actuar con la diligencia y celeridad que exigen los tiempos actuales? ¿Ante la lentitud de las entidades nacionales la salida estará en diálogos y soluciones regionales?

La democracia representativa, desde sus orígenes en Grecia ya tenía defectos al partir de la base de que unas personas tenían el estatus de ciudadanos y otras no. En los orígenes, digamos modernos, de la democracia europea, se dieron confrontaciones y manifestaciones violentas para que unas élites, no tan poderosas como las monarquías de la época, tuvieran representación en el congreso.

En el escenario contemporáneo, los más soñadores podrían pensar que las manifestaciones populares actuales pueden ser una antesala para lograr mayores niveles de representatividad en el corto y mediano plazo, que se pueden crear plataformas para discutir y actuar hacia el logro de mejoras en los niveles de desigualdad en nuestro país a largo plazo.

Por otra parte, si las personas que se expresan en las calles están hastiadas de las élites y de los partidos políticos, entonces toca cuestionar cuál es el camino deseado para lograr los cambios sociales que se reclaman; la presión ejercida en las calles pesa y ha tenido resultados, pero la legitimidad que se requiere para obtener logros con mayor alcance necesita de cierto nivel de organización para superar las expresiones violentas dando paso a escenarios de representatividad, paradójicamente desdeñada, o de democracia directa respetando las instituciones o proponiendo cambios institucionales formales.

Lo que debemos hacer es esforzarnos por evitar la paradoja de la exclusión mediante la unión, por ejemplo, cuando se junta en un mismo bulto a vándalos, delincuentes y manifestantes, se pretende segregar en lugar de unir; otro ejemplo, cuando se pretende señalar que las víctimas son los mismos victimarios, se seguirá intentando que las víctimas del conflicto no tengan la representatividad que se merecen.

Como sociedad debemos garantizar que las únicas posibilidades de expresión para los más excluidos no sigan siendo el dolor o la violencia, lo cual nos lleva a otra paradoja, donde la violencia se convierte en una causa y en una consecuencia que busca atacar, sin logros reales, causas que se deben solucionar de maneras diferentes.