Literatura, testigo histórico – Fabio José Saavedra Corredor – #Columnista7días

Pareciera que en toda la historia de Colombia, siempre tuviera vigencia la frase de Napoleón Bonaparte, “aquel que no conoce su historia, está condenado a repetirla”. Tal vez por eso el estado disminuyó la intensidad horaria en la enseñanza de la historia, para que el pueblo no conozca su pasado ni pueda corregir sus errores.

Pero algo que no podrán quitarle o reglamentar por decreto, es la dignidad, la confianza en sí mismo y la grandeza humana que ha demostrado cuando es minimizado y agredido en sus derechos.

Hoy, ha demostrado que no hay nada más noble y digno que luchar por una sociedad equitativa, ni nada más vil que agachar la cabeza sin protestar, permitiendo apagar el fuego que flamea rebelde en su corazón. Cuando esto sucede se mancilla la esencia de su vida y el espíritu se alimenta con la rabia contenida del que acepta el yugo donde sacrifica su libertad y su derecho a elevar la protesta.

En este camino de la historia colombiana, la literatura ha inspirado muchas obras sobre heridas sufridas en episodios recurrentes, que han marcado trágicamente nuestro pasado.

1819 – 2021

Empezando por la lucha partidista en un pueblo con necesidades y soluciones comunes, lucha estéril que ha dejado heridas sin cicatrizar hasta nuestros días, siendo alimentadas por dirigentes que no han entendido, que la genialidad del poder debe soportarse en el empoderamiento común y no en la división de la sociedad. Estrategia utilizada para treparse en los hombros del pueblo y abusar del poder que se les ha conferido.

Diciembre 6 de 1928

La trágica mancha histórica de la Masacre de las Bananeras, donde el pueblo encargado de proteger al pueblo, asesinó al pueblo, juventud acabando con vida de jóvenes, hermanos Caínes matando tantos hermanos Abeles como encontraron, trágico momento histórico cantado y contado por la magia de García Márquez en su obra cumbre “Cien Años de Soledad”.

La huelga grande estalló. Los cultivos se quedaron a medias, la fruta se pasó en las cepas y los trenes de ciento veinte vagones se pararon en los ramales. Los obreros ociosos desbordaron los pueblos. La calle de los turcos reverberó en un sábado de muchos días, y en el salón de billares del hotel de Jacob hubo que establecer turnos de veinticuatro horas. Allí estaba José Arcadio Segundo, el día en que se anunció que el ejército había sido encargado de restablecer el orden público

Terminando este episodio trágico de la vida colombiana con:

José Arcadio Segundo no habló mientras no terminó de tomar el café.

Debían ser como tres mil – murmuró.

¿Qué?

Los muertos – aclaró él -. Debían ser todos los que estaban en la estación”.

Abril 17 de 1854

Jose María de la Concepción Vargas Vila Bonilla, también toca otro episodio histórico, cuando José María Melo da un golpe de estado el 17 de abril de 1854, hecho que describe en su obra “Los Divinos y los Humanos”.

A continuación, un fragmento de esta:

Después de los tiranos de sacristía, no hay nada más odioso que los tiranos de cuartel; después de la insolencia estúpida del dinero, nada más depresivo que la insolencia de la fuerza bruta; como cada zona tiene su flora y su fauna propia,  así en ciertas capas sociales se agitan elementos diversos, y las profesiones desarrollan distintas propensiones políticas; la cátedra predispone a la elocuencia; el club a la demagogia, el claustro a la pereza, el cuartel al despotismo; en los ejércitos están los dictadores como en estado coloide, esperando que haya un algo que los fecunde, buscando la zona política en que puedan desarrollarse y crecer; en el fondo de todo soldado se agita el germen de un déspota, más o menos informe, pero siempre vivo; habituados desde Alejandro a cortar el nudo gordiano sin desatarlo, son siempre dados a las vías de hecho, y refractarios a las soluciones del derecho; el hábito de la obediencia les forma la necesidad del mando: se vengan en los demás de su propia servidumbre; nada hay más peligroso para una democracia joven, que el  mantenimiento de un ejército puramente; la libertad no duerme tranquila a la sombra de las bayonetas; la vecindad de la fuerza es peligrosa como la del mar: confiar en ella es dormir a la orilla de un abismo; el mar es invasor, y el abismo tiene la atracción del vacío: en el fondo de ambos duerme la emboscada; cuando una democracia duerme confiada en los brazos de un ejército, nunca faltan un Boularger y un caballo negro para una intentona, un Santana, o un Melo para un atentado; en la América han pululado siempre los soldados ambiciosos de poder; raros ejemplos en su historia son:  Washington, San Martín y Sucre.

Colombia ha sido de las repúblicas hispanoamericanas acaso la que menos ha sufrido la opresión militar y sido víctima de ese atavismo dominador de los caudillos.

Santander era más un hombre civil que un guerrero, nunca tendió su mano contra la libertad, y por su respeto a ellas mereció ser llamado el hombre de las leyes”.

En general la literatura ha sido un testigo fiel y activo en todos los procesos históricos que ha vivido nuestra nación, plena de valores agregados por el Creador, la naturaleza y su talento humano, donde el crecimiento y el desarrollo han sido interrumpidos por una lucha intestina permanente, que lo indigesta de angustia, en una historia marcada por experiencias de muerte y tristeza que se repiten en un carrusel sin fin, de generación en generación, imprimiendo heridas y cicatrices de las que no aprendemos,  como si las mitologías de nuestros antepasados, nos hubiesen maldecido con el eterno castigo del improductivo trabajo de Sísifo y cuando ya se avizora la luz al final del túnel, con el sueño de la paz, la equidad y la justicia, entonces vuelve a rodar la enorme roca y nuevamente obstruirá el paso a la esperanza  de un pueblo, el  que retorna a sufrir los instintos caníbales animados por las garras del poder irracional que seguirá disfrutando, mientras las mayorías se destrozan, en una lucha sin sentido por intereses ajenos.

Así vamos deambulando en un dolor de historia, porque no la conocemos y un dolor histórico, que se sufre en el día a día, que se vive en un cauce desbordante de las lágrima de un pueblo, es un lamento que desgarra los cuerpos y los corazones, es el río de llanto materno brotando de los recuerdos de hijos desaparecidos, es el vacío de la impotencia en un duelo sin cadáver, son fúnebres entierros sin derecho a la paz de los cementerios, es la avaricia y el ansia de poder nunca satisfechas, cimentadas en la sangre de los NN’s, son los fantasmas que naufragaron en el oleaje de ríos, lagunas y ciénagas, convertidos en camposantos iluminados por la luna llena, es el ulular del viento cargando la tristeza de los abuelos, es la rosa blanca que se lleva la corriente de un río convertido en féretro, es la mano de un asesino con sonrisa de niño bueno, exigiéndole a la víctima que no se mueva para que el disparo no se pierda, es la impotencia del desplazado huyendo entre la noche y la neblina de lo que fueron sus tierras.

El país por sus cuatro costados sigue en un desfile fúnebre interminable, acompañado por los lamentos ahogados en la amargura de la misma lágrima, nacida en el insensible atropello del homicida, queriendo apagar el clamor multitudinario, desbordando sus gritos en el eco que se pierde por riscos cañadas y valles de un país que reclama respeto a sus derechos y respeto a la vida digna.

¡Despertemos! El silencio nos vuelve cómplices del verdugo, no perdamos nuestra identidad de origen, apaguemos la luz del odio y el miedo para lograr el sueño de una sociedad nueva de todos y para todos

¡Señor de la vida! Danos tu misericordia y perdona nuestros desafueros como individuos y como especie humana, destruyendo tu regalo en la naturaleza, protégenos con tu bondad en el peligro que hoy nos acecha para heredar a las futuras generaciones un mundo mejor.