Del pensamiento a la enfermedad – Fabio Hurtado – #ColumnistaInvitado

Décadas atrás se creía que nuestras enfermedades estaban determinadas por nuestros genes, como si nuestra salud estuviera ya escrita por nuestra genética al nacer.

No obstante, esa concepción cambió cuando nuevos estudios descubrieron que la genética no influye en las enfermedades más que el ambiente y las emociones mismas de cada persona. Este campo de investigación, llamado epigenética, explica por qué, por ejemplo, gemelos idénticos pueden desarrollar enfermedades diferentes, e incluso uno morir muchos años antes que el otro. De hecho, apenas un pequeño porcentaje de las enfermedades son genéticas, mientras que la gran mayoría tienen un origen emocional.

El hecho de que dos trabajadores estén expuestos a los mismos químicos, y que uno desarrolle una enfermedad cancerígena y el otro no, permite suponer que hay unos factores en el cuerpo de cada trabajador que hace que uno sea más vulnerable o resistente a esos químicos en el trabajo. De manera simplificada, esos factores -de protección o vulnerabilidad- provienen en gran medida del tipo de emociones que más experimenta cada cuerpo. Por ejemplo, un cuerpo que experimenta altos niveles de estrés, ansiedad, tristeza, rabia y emociones similares por periodos prolongados, por meses y años, facilita que el cuerpo esté más vulnerable y experimente enfermedades.

¿Cómo sucede esto?

Cuando experimentamos emociones negativas, como tristeza, envidia, rabia, estrés, el cerebro libera químicos como adrenalina y cortisol. Estos químicos viajan por el torrente sanguíneo produciendo respuestas en otros órganos como el páncreas y corazón, y así la frecuencia cardiaca aumenta, los pulmones ingieren más aire, las pupilas se dilatan, entre otras reacciones. Esta cascada de respuestas hace que el cuerpo entre en estado de ‘supervivencia’, esto quiere decir que, el cuerpo está listo para huir, congelarse o luchar, como si su vida estuviese en peligro. Este tipo de respuesta fue muy útil cuando nuestros ancestros de la caverna debían huir del depredador o ir a cazar. Sin embargo, ya no es el depredador en la selva quien activa toda la cascada hormonal que pone al cuerpo en estado de supervivencia, sino discusiones con la pareja, discusiones laborales, duelos, problemas financieros o nuestros mismos pensamientos.

Adicionalmente, este estado de estrés es adecuado mientras el peligro desaparece, pero desafortunadamente, nuestro cerebro está diseñado para atender y enfocarnos en lo que no queremos que pase más que en lo que deseamos que suceda. Por ende, pensar en los posibles resultados negativos que no queremos que ocurran en nuestra vida, provoca que nuestro cuerpo experimente el estrés físico y psicológico como si la situación no deseada estuviese sucediendo. Nuestro cerebro no diferencia lo que es real y lo que es pensamiento, solo basta con imaginar cómo cortamos un jugoso limón para que nuestro cuerpo segregue saliva incluso cuando el jugoso limón existe únicamente en nuestros pensamientos.

De igual manera sucede cuando recordamos aquel evento molesto de hace meses o incluso años, o cuando nos adelantamos a pensar en ese posible encuentro molesto con personas indeseadas. Podemos sentir la tensión en nuestro cuerpo, y nuestro estado de ánimo de repente cambia. Si pudiéramos escuchar nuestro corazón, oiríamos el cambio en su ritmo cardiaco y nos haríamos conscientes de la alteración general en nuestro cuerpo entrando en tensión. Pues bien, vale la repetición, estas perturbaciones físicas se generan por estar poniendo nuestra atención en pensamientos nada funcionales para nuestra salud y armonía.

La buena noticia.

Así como desperdiciar tiempo pensando en cosas negativas o cosas que no queremos vivir produce efectos dañinos a nivel emocional y genético, los buenos pensamientos que nos generan estados de gratitud, compasión, amor, gozo y demás, activan, en nuestro cuerpo, una producción de hormonas que mantendrá nuestro estado de ánimo y sistema inmune arriba.

La ciencia ha registrado casos en los que personas que experimentaban enfermedades crónicas, superaron la enfermedad cuando cambiaron su estado emocional. A pesar de que clínicamente su cuerpo experimentaba enfermedades, sus pensamientos y emociones correspondían a una realidad diferente. Lograron modificar su información genética y cambiar su estado de salud a una realidad más coherente a las emociones y pensamientos que experimentaban la mayoría del tiempo.

¿Por dónde comenzar?

Agradece por cada cosa que puedas en tu vida. Agradece por tu salud, incluso si tu salud no es la mejor, sentir gratitud por lo mucho o poco que tienes predispone al cuerpo a sentir bienestar.
Agradece por tu cuerpo, por la comida que lo alimenta, por las personas que te acompañan.
Cuando tu mente comience a viajar al pasado y eres consciente de que está repasando experiencias molestas, dirige tu atención y energía a experiencias armoniosas, tu primer beso, tu graduación o la graduación de tu ser amado, las vacaciones que tanto disfrutaste, por ejemplo.

Y si sientes que no has vivido experiencias positivas, piensa en algunas sencillas cosas que experimentaste, por ejemplo, el perfume de un té o un café, una flor o un pájaro que observaste. Y si sigues sintiendo vacío, enfócate en cómo se sentiría vivir esas experiencias que te harían feliz. Recuerda que el cerebro no diferencia lo real del pensamiento. Así que, pensar en cosas positivas que anhelas también influye en tu sistema nervioso de manera positiva.

Si deseas conocer un poco más acerca de cómo mejorar tu salud mental, visita nuestra pagina web https://www.neuroentrena.co/ y nuestras redes sociales Facebook e Instagram @neuroentrena_entrenamientocerebral