Mucho por decir, nada por callar, todo por hacer – José Ricardo Bautista Pamplona – #Columnista7días

Si ha habido un momento donde todos se expresan es ahora cuando el país afronta la crisis más aguda de toda su historia a causa de un florero de Llorente, disfrazado de reforma tributaria.

Pero el problema va más allá de una reforma, que de hecho por lesiva e inoportuna ya fue retirada, porque el país viene enfermo desde hace muchos años y todos, unos y otros, incluido el actual gobierno, han contribuido a generar el caos que hoy, cual temeraria bomba, estalló en manos de los colombianos.

Duque esta acorralado por las fuerzas  políticas hambrientas de poder, incluida la de su bancada, y sus debilidades puestas en bandeja de plata vienen siendo aprovechadas sagazmente por los que hace mucho tiempo venían programando sistemáticamente situaciones de conmoción para sacar partido, fiel reflejo de lo que han hecho los vándalos cuando aprovechan las marchas, de legitima protesta, para saquear supermercados, robar almacenes, quemar los CAI, destruir el sistema de transporte público, tumbar monumentos, quitarle a un empleado su herramienta de trabajo privándolo de la posibilidad de llevar el pan a la mesa de sus hijos y hasta impedir que una nueva vida saliera airosa del vientre de su madre al obstruir el paso de una ambulancia donde se encontraba una mujer en trabajo de parto.

Esta película de terror se parece tanto a las estrategias futbolísticas cuando un jugador provoca al otro y le mete el codazo a escondidas del juez y cuando su adversario reacciona se tira al piso dando alaridos y haciendo retorcijones para que el árbitro le coma cuento y expulse a su contendor mostrándole la tarjeta roja, porque definitivamente la victimización sigue siendo la más astuta fórmula utilizada por los tácticos.

En momentos de conmoción como el que vivimos, todo hecho de agresión es repudiable, venga de donde venga. Del antisocial que le prende candela a una estación de policía, al Transmilenio o a un banco a sabiendas que adentro hay seres humanos, o el de la fuerza pública que usa su arma para disparar indiscriminadamente cual película del oeste y arremete contra el desprevenido, haciendo mal uso del poder y el uniforme.

Unos y otros tienen que pagar por los hechos de violencia, unos y otros deben ser castigados y penalizados, y mientras esto ocurre hay que analizar con cabeza fría y sin fanáticas inclinaciones lo que realmente sucede al interior del país, ya que está en juego la institucionalidad, esa misma que nos rige a todos sin distingo de clase, raza o religión.

Cuando la institucionalidad se pierde es como «cuando el gato se va y los ratones hacen fiesta», es ahí donde está el verdadero meollo del asunto. La solución no es tumbar a un presidente, llámese como se llame, o sea del partido que sea. La solución es acabar con el discurso de culebrero y generar diálogos de concertación donde los de la izquierda, el centro y la derecha se «traguen sus propios sapos» e interpongan su apetito voraz en busca de soluciones que requieren del aporte de todos para crear un solo pliego, pero esta vez de soluciones.

La pandemia dejó al descubierto muchos males históricos del país y con la emergencia sanitaria salieron a flote verdades que escondieron los de aquí y los de allí durante más de 70 años cuando la corrupción, el clientelismo, la burocracia y lo ilícito se volvió pan nuestro de cada día, favoreciendo a los grupos poderosos que, cual vampiro, le chupa la sangre a la su víctima para saciar la sed.

Aunque parezca frase de cajón, el «divide y vencerás» es la componenda más efectiva utilizada por quienes quieren llegar al poder, o por los que estando en él, generan polarización, usando el adoctrinamiento de pensamientos para sacar partido y lograr sus objetivos con maquiavélicas intenciones, en tanto que en las calles sus seguidores se matan unos a otros, dizque defendiendo ideologías.

En épocas de antesala electoral como la que vivimos, esta crisis cayó como «anillo al dedo» para los que desean llegar a los cargos públicos, o los que pretenden volver, y más para quienes quieren ser reelegidos, por eso durante estos dolorosos días, han salido en trillados videos por las redes haciendo exigencias al estado, el mismo al que han pertenecido por décadas y del que han comido con insaciable apetito, aunque por supuesto, no es el caso de todos, como reza el adagio popular,  «al que le caiga el guante que se lo plante».

Cuando Colombia se desmorona en medio de una pandemia ante la mirada temerosa del pueblo, el rechazo de los organismos internacionales, el pronunciamiento de líderes, los mensajes de famosos, el lamento del ciudadano de a pie y la impotencia se convierte en sentimiento colectivo, es ahí cuando se requiere que todos saquemos lo mejor del repertorio para aportar a la colecta, buscando soluciones que, si bien no van a ser definitivas, por lo menos ayudarán a encontrar la luz al final de tan oscuro túnel.

La solución entonces no la tienen los «falsos redentores» camuflados con trajes de oveja y punzante critica incendiaria, tampoco la tiene el gobierno que ha dado muestras de sus débiles improvisaciones, ni está en las manipuladas polémicas de las redes orquestadas desde la clandestinidad por hackers hábiles para quienes ganar es tan solo el objetivo.

La solución está en manos de todos, por eso se requiere de la grandeza de unos y otros, entendida como la necesidad urgente de hablar con la verdad, de interponer las ansias de imperio y los deseos mezquinos, de quitarse los guates, de apartarse del discurso populista, o de grabar videos con mensajes redentoristas, para ir a lo fundamental y dejar de medir las cosas según el tamaño del bolsillo, o del estómago.

Todos, absolutamente todos, tenemos que ceder en esta tormenta gris del cielo colombiano y solamente así, en la medida que cada quien ceda en sus intereses individuales, se verá una solución basada en propuestas viables, de ahí la imperiosa necesidad de establecer diálogos reales con todos los sectores y en especial con aquellos que lleguen a la mesa despojados de la doble moral que los ha caracterizado.

Por otra parte, se debe hacer caer todo el peso de la ley sobre los vándalos y los violentos, sean de donde sean, para hacer justicia y reivindicar en algo el dolor que producen los muertos, los agredidos, los saqueados, los prisioneros en sus casas y las pérdidas físicas y humanas por las que todos tendremos que seguir pagando.

Ese es parte del cambio que necesitamos para seguir avanzando en la búsqueda de salidas definitivas a mediano y largo plazo, y no curar con pañitos de agua tibia que dejan bien parados a algunos mandatarios de turno en sus amañadas encuestas, pero cada día más débil la estructura de la institucionalidad colombiana.

El nuevo chip con el que llegaron las noveles generaciones ha ocasionado un despertar de la conciencia que los está haciendo mirar hacia adentro para sacar a flote sus sentimientos y emociones, muchas veces manifestadas a través del arte y la cultura, ahí se ha visto un verdadero cambio porque la participación de los jóvenes se ha convertido en la punta de lanza para asumir una posición crítica frente al devenir de su nación; lo importante en este caso es que asuman esas posiciones sin manipulación alguna, ni direccionamientos malévolos, ya que los estrategas se dieron cuenta del enorme cultivo electoral que hay en ese nicho social y, como rapiñas, han caído en busca de la jugosa carne.

Puede sonar romántico, pero estoy seguro que en las composiciones publicadas durante estos días aciagos por las plataformas digitales, se refugia parte de esa fórmula que afanosamente buscamos, pero diezmada por la charlatanería de los que no dejan oír lo fundamental por estar ensordeciendo los oídos con arengas de terror o alocuciones fantasiosas apartadas de la realidad que estamos lidiando.

«Porque solo el bambuco tiene permiso, de hacer llorar el alma de la Nación»… 

(Eugenio Arellano)

Mucho por decir, nada por callar, pero más que eso, mucho por hacer y hacerlo ya, de la mano de Dios.