Defender no es atacar – Carlos David Martínez Ramírez – #ColumnistaInvitado

¿Le ha pasado en estos días que si defiende la vida de un joven que marcha pacíficamente alguien le cuestiona si es que acaso a usted no le importa la integridad de los policías, o, viceversa, si usted pide manifestaciones pacíficas y que no se ataque la fuerza pública lo han acusado de ser complaciente con las injusticias imperantes?

Me preocupa tratar de entender estas formas de pensar sin caer en sitios comunes, tales como explicaciones anacrónicas y simplistas como que el país esta polarizado, cuando realmente la divergencia en las opiniones es algo común en una sociedad democrática.

Creo que este es un momento en el cual no hay que temer hablar de política, mientras algunos prefieren no “complicarse”, no controvertir con amigos o familiares, estoy convencido de que esta es una situación coyuntural que requiere de debates en todos los espacios de la cotidianidad.

En una democracia deliberativa, precisamente, es importante el debate para no caer en la violencia.

En un escenario como el Congreso de la República, así suene idealista (aunque debería sonar realista), las decisiones colegiadas se deberían tomar porque se impone la mejor idea, la que representa los intereses del pueblo, representado allí, no porque se esparce la mayor cantidad de mermelada.

Por otra parte, en la cotidianidad de las familias y los debates entre amigos, conviene tener apertura para escuchar sin estar pensando en una respuesta; acá aplica lo que los expertos denominan escucha activa, para prestar atención con todos los sentidos, incluso con el corazón, así parezca cursi; es decir, resulta adecuado aprender a escuchar sin tener la pretensión de querer convencer al otro de que piense igual a nosotros.

Vale la pena debatir argumentando y contraargumentando; viene a mi mente la idea de un actor que decía “es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente”; en este orden, creo que es sano debatir y expresarnos, y, al mismo tiempo, ser respetuosos con las ideas de los demás, incluso tratar de contener ese científico ingenuo que llevamos en nuestro interior (valga la metáfora) que trata de explicar con relaciones causales o atribuciones el cómo o el porqué del pensamiento de los otros.

Si alguien piensa que las manifestaciones deben ser pacíficas no es justo tratarlo de ignorante aludiendo a que puede desconocer que muchos derechos se han ganado mediante luchas populares; si otro defiende el derecho a marchar o protestar, no debe ser tildado de vándalo o vago, mucho menos de terrorista.

Este es un momento donde debemos exigir el cumplimiento de los derechos humanos, sin patriotismos inocuos, mejor dicho, sin caer en sectarismos, donde unos son colombianos y otros son antipatriotas, no sobra recordar que todos somos humanos, personas que queremos construir un mejor país sin que se entienda que se está sugiriendo quemar el que tenemos actualmente.

Está bien ser firmes en nuestras convicciones, también es válido, al mismo tiempo, debatir con respeto y sin violencia. No hay que caer en el extremo de la agresión para persuadir, ni en la lástima por considerar que nuestro interlocutor es ignorante y le falta educación/formación. No hay que confundir la pedagogía con la demagogia. Defender no es atacar.