Herencia de ternura materna – Fabio José Saavedra Corredor – #Columnista7días

Hoy y siempre recibe mi devoto abrazo, con el aroma del amor filial que cimentaste día tras día en mi ser, desde la tierna caricia que moldeo mi esencia, tranquilizando la temprana impaciencia, queriendo salir de tus entrañas a ver la luz del día con ansias prematuras.

Te cuento madrecita, que hoy en el atardecer de la vida, cuando los pasos se vuelven lentos y los días se funden con las noches en el abrazo de las horas, en el espiral de un torbellino que se ha ido llevando poco a poco las rutinas que hicieron la vida, y que nunca logrará llevarse de mi alma el germen de tu amor que me mantiene vivo, el que te ofrendaré el día que alcance el horizonte de mi partida.

Te cuento que el silencio y la soledad se han convertido en mis fieles amigos, con ellos abro el libro del camino recorrido y deambulamos entre sus páginas bebiendo el encanto de tus huellas, impresas con tu indeleble ternura, que se desbordaba en tu mirada como fuente inagotable, donde todos tus hijos bebíamos, entonces, oigo el dulce eco de tu voz, trayendo paz a mi cansado corazón, con el recuerdo de la mano que guio mis pasos evitando la caída en el sendero iluminado con la luz del consejo oportuno. Aquí mi pensamiento se conforta, recorriendo tus enseñanzas en las que hoy cosecho sabiduría, herencia intangible del amor materno, faro guía en el sendero donde construiste familia.

En este atardecer, bajo la sombra de tu roble preferido, meciendo mis reminiscencias en la hamaca del tiempo, donde las vanidades no tienen cabida, abro el abanico de tus enseñanzas, en el que aprendí a vivir y convivir sin la arrogancia de los prepotentes que destruyen y mancillan, huérfanos de amor ajeno. También aprendí a decir la verdad y a evitar que la mentira fuera nuestra invitada, a no confundir humilde con humillado, ni que la tolerancia se enredará con la permisividad del abuso.

Madrecita, hoy el día radiante alimenta el espíritu y el cuerpo, haciendo las cargas livianas y las sonrisas abiertas, amainando la tormenta en medio de las aguas que se aquietan, entonces avizoro en el horizonte un puerto seguro, a donde oriento la quilla de mi velero. Allí siento tu presencia con más fuerza y el viento me trae el bálsamo de tu recuerdo, el de tu jardín florecido en eterna primavera, son ramilletes de imágenes envueltas en pétalos multicolores, así disfruto el día, sólido como los farallones de la Sierra Nevada, afrontando los embates de la vida con el ejemplo materno, y en medio de todo, me complazco en el eco de la dulzura de tu voz amorosa, emergiendo de mi alma, desbordante de consejos.

Hoy quiero compartirte mi silencio, el que sin hacer daño siento y no me detiene, no es el silencio donde nace el miedo, o el que en la oscuridad engendra incertidumbre y angustia en los espíritus débiles, es el silencio que me lleva a conocerme por dentro, como el silencio amoroso con el que oíste mis dolores y quejas, mientras curabas mis heridas recogidas en el alma y el cuerpo, con el cariño que solo las madres sienten, sí madre, es el silencio que hoy me regaló la adversidad del encierro, es una oportunidad de la vida, para entender de qué estamos hechos y que todos somos naturaleza.

Quiero contarte tantas cosas en las que nacen las diferencias de los tiempos, recuerdo un domingo cualquiera, cuando yo tendía mi cama y amable me quitaste las sábanas, llamando a mi hermana para que ella la tendiera, según tu escuela, el arreglo de la casa era cosa de mujeres o cuando nos sacabas de la cocina, porque, “Los hombres en la cocina, huelen a caca de gallina”, fueron otras escuelas que no tienen espacio en esta época, pero así, el mundo puede cambiar o volverse loco, nadando en estas corrientes modernas, nunca podrán sacar de mi corazón tu esencia.

Aquí sentado bajo el roble que sembramos un día, el que me enseñaste a cuidar con la misma dedicación amorosa, como si fuera uno de tus hijos, veo tu mano tierna llevada por la brisa, acariciando su follaje, como cuando tus dedos se perdían entre mis cabellos invitándome al sueño, y yo obediente, dormía en tu regazo, viajando en mundos de fantasía con tus héroes imposibles.

Gracias Madrecita por tejer con los hilos de tu amor y tu ternura, el camino de mi vida y la paz de mi espíritu.

Me despido con nuestro abrazo de todas las vidas,

Tu hijo