¿Amor o voluntad? – Carlos David Martínez Ramírez – #ColumnistaInvitado

Hablar del amor puede resultar algo muy complejo, llega a implicar tantos escenarios que parece superficial tratar el tema sin un contexto. En esta oportunidad quiero reflexionar sobre el amor en un campo social amplio.

El amor como opuesto a la violencia o la guerra nos puede remontar a los movimientos hippies en Norteamérica, los cuales se oponían a la guerra de Vietnam en la década de 1960.

Para esta misma época The Beatles componen All you need is love [amor es todo lo que necesitas], aunque en un esfuerzo por representar a Gran Bretaña, a solicitud de la BBC; con un mensaje esperanzador que invita a pensar que con el amor se puede todo lo que queramos hacer, cantar, decir, salvar, conocer, ver, ser, estar.

Esta interpretación del amor como un férreo sostén de la voluntad, resulta romántico en el sentido que brinda la ilusión de que es posible fomentar cambios sociales significativos.

En la historia de la música colombiana, en los siglos XVIII y XIX las guabinas llegaron a tener un componente que la iglesia rechazaba como erotizante porque las parejas bailaban muy cogidas; a comienzos del XX la guabina chiquinquireña incluye una música romántica con una coreografía que representa un cortejo que termina recibiendo la bendición de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá.

Podríamos hablar de amores al margen de la institucionalidad, rebeldes, que se alejan de las convenciones, que reclaman paz en tiempos de guerra; también habría amores institucionalizados, que buscan representar un sentir popular, o contar con la aprobación de los jerarcas del clan.

La idea del amor incondicional, desde una perspectiva psicológica, es altamente dañina, puede asociarse con baja autoestima, con dependencias y con altas probabilidades de permitir abusos y atropellos. Por otra parte, podríamos cuestionar la idea opuesta en la cual supondríamos que siempre amamos por un interés, ya sea instrumental o de otro tipo.

En la literatura podemos encontrar muchos ejemplos de estos extremos. La famosa obra de Romeo y Julieta es el ejemplo más claro de la fatalidad innecesaria: todos mueren. Ni qué decir de nuestra María (de Jorge Isaacs), donde la protagonista muere a pesar de la promesa idílica de un amor que nunca logra concretarse.

Es interesante pensar si en el campo de la política esperamos que nuestros gobernantes nos amen o si deberíamos exigirles simplemente que cumplan con su trabajo, para el cual fueron elegidos. Recientemente, con la amenaza de una reforma tributaria altamente regresiva, muchos se preguntaron “¿qué hicimos para que nos odien tanto?”. Creo que lo más sensato es preguntar sobre la voluntad que se requiere para pensar en lo que más conviene a la mayoría de los ciudadanos, sin caer en los extremos del amor, ni el odio, ni el egoísmo, ni el altruismo.

Los griegos “clásicos” diferenciaban del eros (como el amor entre las parejas), de philia (como el amor filial o entre amigos) y el ágape (como un amor incondicional, reflexivo, centrado en el bienestar del otro). No sé si hoy necesitamos un ágape para pensar en un amor menos egoísta y más orientado al bienestar de los demás, o simplemente voluntad para hacer lo que se tiene que hacer.