El alcalde de Chivor recuerda la cara que le vio a la muerte

Ha sido uno de los mandatarios municipales del departamento que resultó infectado de COVID-19 y el primero en pasar por una unidad de cuidados intensivos para poder salvar su vida.

El alcalde del municipio de Chivor, Didier Martínez, con su esposa y sus tres hijos. Foto: archivo particular

Es increíble cómo cambia la vida de la noche a la mañana. El ser humano es consciente de que la vida ‘no la tiene comprada’, pero solo hasta que se enfrenta cara a cara a la muerte aprende a apreciar cada segundo de vida.

Así lo siente Didier Martínez, alcalde de Chivor, quien en enero de este año vio el rostro de la muerte en una unidad de cuidados intensivos de la Clínica de los Andes en Tunja.

Hoy la vida para Martínez tiene más sentido. Cada segundo al lado de sus tres hijos y su esposa es un regalo divino e inexplicable. Así lo sostiene mientras ingiere los medicamentos que debe tomar durante tres meses, luego de superar el COVID-19, un virus que amenazó su existencia entre diciembre del 2020 y enero del 2021.

El alcalde de Chivor impuso varias restricciones en la localidad durante el año pasado, priorizando la salud de sus coterráneos por encima de las gestiones, obras y acercamientos a la comunidad, pero el 26 de diciembre empezó a sentir un leve dolor de cabeza y un malestar general, que de inmediato asoció con gripa, pero dos días después los dolores habían aumentado, “como si me hubieran dado una paliza”, puntualiza el mandatario.

Ese lunes, el día para el alcalde empezó con una agenda apretada dentro de sus funciones, pero el dolor de huesos y de cabeza interfirieron constantemente en sus actividades. El martes estaba programada una toma masiva de pruebas COVID para los habitantes de Chivor, quienes no esperaban ver a su alcalde entre los que hacían fila para que se le practicara el examen, pero él en medio de sus dolores y malestar, aun atendiendo a la comunidad en medio del distanciamiento social, no quería mostrar sus dolencias.

“La prueba me salió negativa, por lo que pensé que era una virosis, y pese a que seguí con el malestar, continué con mis tareas administrativas y las actividades que ya estaban previamente agendadas”, indica Didier Martínez.

El miércoles la situación de salud del alcalde era más difícil: cada vez más enfermo de la gripa que lo había tomado por sorpresa, pero nada comparado a lo que tendría que vivir en los días siguientes.

Para despedir el 2020, el mandatario de Chivor tuvo que enfrentarse a picos de fiebre que superaban los 38° C y el dolor de articulaciones y de cabeza eran, sencillamente, insoportables. Martínez se preguntaba si tendría COVID-19 pese a que la prueba había salido negativa, pero luego de analizar, quiso confiar en el resultado y se mandó a aplicar unas inyecciones que le permitieran sobrellevar el dolor y culminar el año trabajando y acompañado de su familia.
Con esas inyecciones ya se empezó a sentir bien y el jueves 31 de diciembre fue un día positivo para el alcalde, quien, no obstante, inició el 2021 con nuevos dolores, pues ya pasaban los efectos de los medicamentos que le habían inyectado, aspecto que consideró normal, tratándose de una fuerte virosis.

Pero, el sábado ya fue insoportable: el dolor de cabeza, la fiebre y el dolor de cuerpo no le permitieron estar, por lo que él mismo decidió viajar al Hospital de Guateque, donde un galeno pudiera revisarlo y darles solución a sus dolencias. Allí le practicaron una segunda prueba para detectar coronavirus. La sorpresa fue enorme cuando recibió el resultado positivo.

Ese fue un momento lleno de confusión, con cientos de preguntas en su cabeza y con preocupación extrema por sus colaboradores en la Alcaldía (quienes habían trabajado junto a él en el cierre de año) y por su familia (que lo había acompañado los últimos días).

“Mi esposa y mis tres hijos estaban en riesgo de también estar contagiados, ellos me preocupaban demasiado, pero en especial mi hijo de 13 años, quien tiene una discapacidad cognitiva que lo ha llevado a tener defensas muy bajas y estar en riesgo ante cualquier enfermedad. ¿Qué pasaría con ellos?”, cientos de preguntas y respuestas rondaban su cabeza mientras permanecía aislado en el Hospital de Guateque.

En ese momento, llenó de dudas y temor, le comentó al médico que en el 2015 había tenido tuberculosis, por eso pidió que le hicieran unas pruebas del pulmón, las cuales demostraron que Martínez tenía neumonía leve, y así llegó a su casa. Dentro de él, pensaba que se iría a casa a hacer el aislamiento y que pronto se recuperaría, pero día a día se fue deteriorando a velocidades alarmantes.

El 5 de enero de nuevo visitó el Hospital de Guateque, con mayores dolencias y con fiebre que no bajaba. Le volvieron a hacer la placa del pulmón y le comunicaron que la neumonía había aumentado; ese martes lo dejaron hospitalizado y, ahí, su historia de amor con su esposa y sus hijos se trasladó a verse a través de una ventana de habitación: así hablaban, se sonreían, se contaban las historias y compartían como familia.

El miércoles se sintió mejor y empezó a contar los días para volver a casa. “Yo hacía las cuentas de acuerdo con los días que dicen que dura el COVID en el cuerpo, y me faltaban pocos días para superarlo”, señala el alcalde de Chivor.

Pero esa noche (6 de enero) empezó la tos seca y con pintas de sangre; el temor se apoderaba de él y supo que no estaba mejorando, sino empeorando, y pidió al médico que lo revisara urgente. Al día siguiente seguía tosiendo, pero era más sangre que flemas y por eso los médicos determinaron que lo mejor era trasladarlo a otro hospital de mayor complejidad.

Así empezó un nuevo martirio: su esposa, sus hermanos, amigos y familiares buscaban con urgencia una cama en cualquier hospital donde pudieran hacerle exámenes, pero no contaban con que el país estaba pasando por el segundo pico y los hospitales ya estaban colapsados. Por fin se consiguió que la Clínica de los Andes, en Tunja, lo recibiera.

Didier estaba dispuesto a hospitalizarse, pero la tristeza se apoderó de él: ya no podía ver a su familia a través de la ventana, ya no podría volver a verlos hasta tanto superara el COVID, aunque él creyó que solo iba a estar hospitalizado. “Me despedí de mi esposa en Guateque a la distancia, porque para salir del hospital me taparon con un plástico y le hice señas con la mano”, cuenta el burgomaestre.

Cuando llegó a Tunja, también a través de un plástico y aun con más distancia, pudo ver a su esposa que lo miraba y cerraba sus manos para orar; esa fue la última imagen que tuvo de su compañera de vida, después de eso no volvió a saber de ella ni de sus tres hijos.

A Didier Martínez lo ubicaron en el quinto piso, lo recibió un médico y le preguntó de nuevo su historia clínica; en ese momento recordó contarle el episodio de la tuberculosis, por lo que le tomaron un examen de gases arteriales… su estado de salud era cada vez más grave, el paso a seguir era entrar a la UCI y estar intubado.

“En ese momento le piden a uno que autorice, pero en cuestión de segundos solo pensaba en mi familia, en mis hijos, en la vida. Me preguntaba si iba a morir, todo pasó en cuestión de segundos, pero también era consciente de que quedarme en hospitalización no me garantizaba nada”, comenta con nostalgia Martínez.

La respuesta solo fue dejar en las manos de un experto la decisión: él autorizó, sus manos temblaban, sus ojos se llenaban de lágrimas y su corazón latía muy rápido, nunca creyó que el virus lo fuera a llevar hasta ese punto. En ese momento —dice el alcalde— perdió la noción del tiempo.

“No tengo conocimiento, supongo que en la habitación me aplicaron anestesia o tranquilizante. Solo recuerdo cuando me pusieron de nuevo el plástico en la habitación y cuando recuperé el conocimiento escuchaba pitos y aparatos, que supongo son los que monitorean signos vitales a los pacientes que están en la UCI”, precisa Martínez.

En medio de la distorsión de la realidad, recuerda sentir un tubo dentro de la garganta y empezó a morderlo, pues tenía la sensación de que iba a caer a su estómago; estaba en esa lucha interna por evitar que cayera, cuando a lo lejos escuchó a alguien que le decía que no mordiera el tubo, que, si se rompía, la situación iba a empeorar.

Por momentos volvía a perder el conocimiento, pero mientras era consciente solo pensaba en su familia y le pedía a Dios que le ayudara a salir de esa situación; había momentos en que pasaba el efecto de la anestesia y podía escuchar a lo lejos. “Los médicos me preguntaban si yo era el alcalde de Chivor, cuántos hijos tenía, me preguntaban muchas cosas, tal vez para verificar que tuviera conciencia; yo, seguramente, les respondía con movimientos de los dedos, porque no era capaz de hablar o de reaccionar”, relata.

El día en que lo despertaron, le contaron que ya había prosperado y que ya estaba desintubado, pero le decían que debía permanecer aún en hospitalización. Era una sensación extraña: Didier Martínez no sabía qué día era, qué hora, cuánto tiempo había pasado, fue un momento de volver a la realidad y saber que en algún momento volvería a ver a su familia.

Pasó 24 horas pensando en la vida, en todo el proceso que había enfrentado; el malestar del cuerpo y el dolor de garganta continuaban, pero creía que ya todo iba a volver a la normalidad, con lo que no contaba era con que luego de eso no se podría valer por sí mismo, ni siquiera se podía mover, entonces la recuperación fue como estar en una cárcel, según el mismo comparativo que él hace.

Al encontrarse en un piso COVID, no puede estar cerca de ningún paciente y poco pueden socializar con los profesionales de la salud. Un tiempo lleno de soledad y de depresión, de conocer historias de aquellos que entraron a la UCI y no salieron.
Pero la historia y la lucha no pararon ahí: la etapa de recuperación es difícil, en la clínica duró cinco días y no uno, como le habían dicho, hasta que supo que el oxígeno había sido enviado a su casa y que ya podía volver al municipio.

Perdió 15 kilos en una semana que duró en la unidad de cuidados intensivos, salió sin COVID, pero muy débil y afectado, necesitaba que su esposa y sus hijos hicieran todo por él, incluso las acciones básicas que una persona podría hacer, pero en ese momento entendió que no todo es trabajo, que es necesario estar en familia, pues, en últimas, son ellos los que más sufren en esos procesos de enfermedad.

La esposa de Didier decidió no decirles nada a los tres hijos, para ellos su papá solo estaba enfermo en el hospital, pero ella pasó varios días sin dormir, llorando y pensando que jamás lo volverían a ver, que el COVID le había ganado la batalla.
De su familia nadie se infectó; de la Alcaldía, a la par que él estaba enfermo, otras seis personas tuvieron el COVID, pero por fortuna ninguno tuvo que llegar a la UCI como el alcalde.

“No sabemos quién infectó a quién. No sé donde me infecté, pero sí me dio mal genio que mientras yo peleaba por mi vida, dijeran que era mi responsabilidad la enfermedad de mi equipo”, recalca el alcalde.

Actualmente sigue el tratamiento que debe mantener durante tres meses; por varios días siguieron los dolores de cabeza, de espalda y debajo de los pulmones, además de la gastritis, pero su manera de ver la vida cambió y ahora sabe que cada momento debe ser disfrutado, pues no se sabe en qué momento alguien faltará.