La calumnia atrincherada tras las redes – José Ricardo Bautista Pamplona – #Columnista7días

El abrumador crecimiento de las redes sociales ha dado para todo y desde su creación el hombre entendió que tenía en sus manos una herramienta para, ahora sí, decir lo que nunca antes había podido expresar, sin sospechar si quiera que esa libertad de expresión es un arma de doble filo que puede devolverse en su contra cuando se hace mal uso de ella.

Si bien es cierto el decreto 3000 de 1954 determinó las normas sobre delitos de calumnia e injuria y el código penal señala tácitamente que la injuria es una imputación que deshonra a una persona, en tanto que la calumnia se presenta cuando se blasfema de otra, algunos activistas de las redes sociales parecen no entender ni los códigos y mucho menos los articulados que las soportan.

Las comidillas de las plataformas digitales se han vuelto el pan de cada día y en especial de aquellos que de manera voraz practican el hábito de “rajar” de las personas, sin compasión, muchas veces utilizando perfiles falsos para camuflar sus afrentas tras murallas invisibles que, según ellos, protegen su identidad y les permite decir de todo y de todos.

La Universidad Libre de Colombia adelantó una investigación sobre este álgido tema y encontró que durante el año 2018 se recibieron más de 1.200 denuncias penales por injurias y calumnias mediante la utilización de las redes sociales, caso para el cual se establece que las penas para injuria son de prisión entre 16 a 54 meses, acompañada de una multa que va de 10 a 1.200 millones de pesos aproximadamente, según el suceso particular de cada caso.

Pero es tan complejo este episodio que los ciudadanos de a pie se hacen varias preguntas para las cuales la ley no ha encontrado las respuestas. ¿Qué pasa con una persona que difama y calumnia a través de la redacción de uno o varios párrafos publicados en sus redes y al día siguiente lo quita para no dejar huella? ¿O si el solo hecho de presentar disculpas públicas lo libra de haber cometido ese delito?

Cualquiera que se la respuesta es claro que una persona calumniada en las redes sociales sufre una afectación insanable ya que el alcance de esas publicaciones llega a miles de audiencias, muchas de ellas públicos flotantes que solo leen la calumnia, la multiplican, la difunden, comentan y la convierten en tema de reuniones con los amigos, pero no hacen lo mismo con las disculpas, o con el hecho de retractarse de lo dicho.

Estas aberrantes prácticas se ven a diario en el devenir de la política en Colombia y las agresiones entre unos y otros se hacen a través del Twitter, Facebook o Instagram que se convirtieron en mensajeros de agravios y en las fuentes más leídas por los que, desde las barras, esperan ansiosos que haya sangre en la arena para disfrutar de ella al estilo de las dolorosas faenas taurinas.

Los juristas, por su parte, siguen en pleno debate sobre si estas acciones se deben someter al sistema penal colombiano y hay voces de acreditados abogados que se oponen a que estas prácticas se paguen con cárcel porque aseguran que hay otros mecanismos para lograr el objetivo final, que es la retracción.

Otros estudiosos de las leyes manifiestan que las medidas y sanciones se han quedado cortas para castigar a los responsables de difamaciones por las redes, porque nada puede ser más grave que acabar con la honra de una persona, por cuanto su valor es subjetivo y no hay plata que logre resarcir tan peligrosa falta. “El tesoro más preciado para una persona es la honra y todos trabajamos y luchamos toda la vida por hacer un buen nombre con el que se abran puertas y se consigan siempre nuevas oportunidades”, aseguran algunos juristas.

Sobre estas reflexiones habría que acudir nuevamente a la sabiduría popular que, para mí, después de la del Dios, es la de mayor aproximación recordando a los abuelos que decían: “despluma a una gallina en lo alto del monte y verás a donde van a parar sus plumas, pero intenta recogerlas para volver a ponérselas y hallarás que es imposible”. Eso pasa justamente con las calumnias porque lo dicho, dicho queda y aunque haya retracción y arrepentimiento, no existe la más mínima posibilidad de quitar del imaginario colectivo lo aseverado, menos cuando se expresa con sevicia e intención de destruir y dañar al otro.

Se aproximan las contiendas políticas y volverán a fortalecerse las llamadas “bodegas” de aquellos avivatos charlatanes expertos en el manejo de las redes y en embaucar al pueblo con falsas noticias, suplantaciones, agresiones y difamaciones llamadas por ellos «estrategias», que no son otra cosa que el reflejo de una sociedad enferma por el odio y el afán de poder para dominar y lucrarse en primera persona.

Por otra parte, los difamadores seguirán haciendo de las suyas atrincherados tras falsas cuentas y carteles sin rostros donde solo se esconden los cobardes que “lanzan la piedra y esconden la mano” , práctica que pulula en los últimos tiempos, pero seguramente como dice también el dicho popular “no hay nada oculto entre el cielo y tierra” y “no hay deuda que no se pague ni plazo que no se venza”, entonces tendrán que seguir saliendo a la luz pública, uno a uno, los “malandrines” acuartelados en sus «bodegas» para dar la cara y poder identificarlos.

Mucho cuidado entonces con lo que se escribe en las redes, con la creación de falsos perfiles y comunicados anónimos, más si de calumniar o injuriar a alguien se trata.