La Magia de un palo de escoba – Fabio José Saavedra Corredor – #Columnista7días

Como todos los días, esa mañana Atilita regaba las orquídeas y los geranios florecidos, cuando vio pasar por el corredor a sus tres hijos varones en desenfrenada carrera, era la infancia desbordándose en el retozo, sonrió y pensó que estaban en la época más exuberante de la vida, navegando en el océano de los por qué, los que viajaban en la cresta de cada ola u ocultos en rincones insospechados, a donde solo la mirada escudriñadora de los niños se atreve, descubriendo todo el tiempo nuevas inquietudes, las que pasaban inadvertidas al ojo experimentado y rutinario de los adultos, es en estos precisos y trascendentales momentos cuando el por qué de las cosas se debe alimentar con respuestas acertadas, soportadas en la verdad y sin temor a pedir a los ojos inquisidores infantiles una tregua, mientras se investiga, para luego satisfacer con propiedad la apremiante pregunta de turno.

La joven madre pensó, que esta actitud fortalecería el vínculo y la confianza en la relación padre-hijo y maestro-alumno, mientras tanto, ella seguía consintiendo las hermosas violetas, pensaba que hoy la infancia tiene a su alcance el medio de consulta más maravilloso de la historia, que dejarlo solo frente a este mundo tan ilimitado, puede crearle desorientaciones en el naciente proceso de investigación adelantado por el niño en los medios virtuales. Por eso pensó, que no era prudente el evasivo, “no me moleste ahora, ¿no ve que estoy ocupada? O, “pregúntele al profesor mañana”, esas actitudes eran como generar un atentado contra el desarrollo personal o un intento para privar a la humanidad de un excelente profesional en el futuro.

Los sábados temprano, se dedicaba no solo a disfrutar el sol sentada en la jardinera bajo la buganvilia, que extendía sus ramas florecidas sobre el parrado de madera,  sino que también se divertía viendo a los tres pequeños, jugar incansables por toda la casa y pensaba que la mente de un niño era un nuevo mundo, una hoja en blanco, donde va imprimiendo sus vivencias, experiencias de alegrías e ilusiones, en las que están comprometidos sus padres y maestros. Ellos son como una esponja absorbiendo nuestras actitudes, aptitudes, sentimientos de  amor, ejemplo y enseñanzas. En ellos se refleja fielmente la imagen de nuestras vidas, en ellos quedarán nuestras huellas, estas les marcarán el sendero de la futura sociedad en la que se convertirán en adultos, para ocupar en el futuro los espacios de sus padres, en esta hoja en blanco se debe ir forjando al ciudadano y a la sociedad que anhelamos.

En las mentes de la infancia, de hoy y siempre, la imaginación vuela y la creatividad se divierte, como en un cielo despejado de diciembre, cuando las nubes aparecen y el viento les juega, entonces los niños se arroban con ellas y las soplan con su inocente aliento, dándole vida a elefantes que vuelan o a rebaños de ovejas, o tal vez a la cara seria de su padre, la ternura materna o al gritón de su maestro, en este momento es cuando los adultos debemos soplar con ellos para que su creatividad también alce vuelo y crezca.

Atilita, recordó la auténtica espontaneidad de un niño subido en un palo de escoba corriendo por el parque y animando su caballo con relinchos alegres y a otro subido en una moto imaginaria, que en el primer pedalazo, encendió el motor y dio vueltas  al patio, pitando y frenando en las cuatro esquinas, guiado por el estrépito de su fantasía, y concluyó, que ésta era la mejor época de la vida en la que el jardín de la creatividad se cultiva y donde, incluso, se fundamentan los futuros profesionales.

¡En cuantos juguetes se esculpió el futuro un adulto! Posiblemente un helicóptero inspiró a un ingeniero aeronáutico, o un pequeño acuario, a una bióloga marina, una cachucha, a un militar,  o un estetoscopio, a una médica, y sin ir muy lejos, pensó en Nairo, pedaleando en su pesada bicicleta para ir a Arcabuco a estudiar,  soñando subir un día por el arco iris y alcanzar, como los cóndores, las nubes del Arco del Triunfo. Atilita estaba segura que los sueños y la creatividad están en las manos de padres, maestros y el estado, es su deber apoyar los sueños infantiles y no convertirse en sueñicidas,  apagando la imaginaria moto del niño o deteniendo el brioso caballo del palo de escoba. Entonces concluyó, que es un deber ser felices y sembrar felicidad, mientras llega nuestro ocaso, para que mañana cuando nos  recuerden los que siguen en el sendero, sientan nuestra presencia en el buen consejo y el ejemplo de vida.