A propósito de la celebración del día del periodista el pasado 9 de febrero y de los mensajes que generosamente hicieron llegar a este medio los gratos amigos, es bueno recordar aquellas costumbres legitimadas por los pueblos, como medio de comunicación en una época donde no existía internet y mucho menos las ahora denominadas redes sociales.
¿Cómo hacíamos entonces para comunicarnos? Se pregunta hoy la gente porque definitivamente una casa, una oficina, un local sin internet, o una persona sin celular es como un avión sin pista o una guitarra sin cuerdas.
Nos volvimos dependientes de los aparatos tecnológicos, razón por la que las empresas de móviles, internet y televisión satelital han sacado la mejor tajada, ya que hay un sometimiento absoluto a sus «políticas de servicios» y todo se hace a la hora, cuando ellos quieren y a los costos que sea, esto por supuesto, con la complicidad de los gobiernos y de quienes finalmente dan el “pupitrazo” para aprobar las leyes que les permite a estas empresas operar y hacer de las suyas, porque saben que todos tenemos que someternos a su modus operandi.
Qué bueno echar el casete para atrás, como se dice coloquialmente, para revivir esas épocas cuando las tecnologías primarias utilizadas en la comunicación se hacían a través de señales visuales, de humo y acústicas o mediante el uso de tambores y cuernos porque fue así como antes de Cristo se comunicó a la ciudad de Argos la victoria sobre Troya.
Vendría luego el telégrafo hidráulico que consistía en dos cubas de agua provistas de grifos y sumergida en forma vertical, una tablilla con signos y señales, entonces el emisor alertaba al receptor con antorchas para el momento en que ambos se debían dar cita para abrir y cerrar el agua de tal forma que el nivel del agua indicaba qué mensaje de la tablilla se quería emitir.
Pero fue la creación del correo postal el que logró establecer la comunicación entre las personas por casi toda la historia, seguido por los telégrafos ópticos, eléctricos, el electromagnético y Tomás Edison que había trabajado desde muy joven como telegrafista inventó un sistema moderno de comunicaciones cuádruplex con el que se enviaban cuatro telegramas, de manera simultánea por el mismo hilo.
La aparición luego del teléfono y los sistemas de comunicaciones a través de las ondas sonoras que dieron origen a la radio facilitó las cosas y en los pueblos aparecieron los pregoneros que llevaban mensajes a través de megáfonos y alto parlantes, práctica que aún se conserva intacta en los poblados de Colombia y se conoce como perifoneo, aunque con algunas tecnologías innovadoras incorporadas.
La radio adquirió un valor relevante entre las comunidades y a falta de teléfonos en las casas, asunto que resultaba ser muy oneroso, el locutor se convirtió en la voz de la conciencia porque era el que indicaba cuándo y en donde el compadre le ponía la cita a la comadre, qué tenía que llevar y a través de ese mensaje radial le hacía un anticipo del encuentro – lo que hoy se conoce en el marketing como «la expectativa».
Todo podía faltar en el rancho del abuelo menos el transistor de tubos, o de pilas, porque no solamente se podían disfrutar de las rumbas criollas y las guabinas, sino que entre canta y canta se escuchaba el mensaje para el fulano o la fulana y muchas veces en clave que solo los cupidos entendían.
Los dueños de las estaciones comprendieron rápidamente el poder que tenían en sus manos y la radio paso a ser apetecida por todos, especialmente por quienes querían lograr alguna de las codiciadas curules en los cuerpos de gobierno, convirtiendo el medio de comunicación en verdadero fortín para manejar la información a su antojo e inclinar la balanza a su favor, nada distante de lo que sucede hoy día.
Todo se decía y sé sabia a través de la radio, a veces se escuchaba con más atención las intervenciones del locutor que la misma música, porque cuando entraba al aire esa voz impostada de ultratumba era cuando se conocían los mensajes o el oyente sé notificaba cuándo tenía que bajar al pueblo a recoger la encomienda. Esta costumbre no ha desaparecido y aún se mantiene en las emisoras comunitarias.
Si la radio no funcionaba por algún motivo, en especial porque no había para cambiar el tubo de repuesto o comprar las pilas, los campesinos subían a lo más elevado de la cima y con sus manos en la boca en forma de cono, gritaban a su vecino, aprovechando la corriente del viento que llevaba el mensaje al oído de su receptor y entonces las retahílas se hicieron populares porque narraban, cuál comentarista de futbol, todo un pasquín informativo en dicción profunda, rápida y con particular acento.
Los vecinos se comunicaban así para prestarse, o pasar de rancho en rancho el huesito para «sopiarlo» y darle sabor al sancocho, costumbre que describe el cantautor Álvaro Suesca en un estribillo de su canción – El huesito gustador: «Ahí se lo jóndio ponga la ruana y cuidadito con la sustancia, no me lo chupe ni me lo lamba, tres metiditas y me lo manda«… y tantas otras que narra en sus obras el juglar Jorge Velosa cuando los campesinos se comunicaban de loma a loma para pedir un favor, o hacer el llamado de invitación a una de sus entretenidas tertulias. Hoy lo hacen por WhatsApp, mensaje de voz y texto.
El telegrama, los periódicos, la televisión el fax y otros inventos vendrían también hasta llegar a esta era, la de la tecnología, donde el celular en muy poco tiempo dejó de ser un elemento privilegiado y se convirtió en producto básico de la canasta familiar, al mismo tiempo que la internet se tomó el universo globalizando lo que antes era privado y hacia parte del fuero interno de cada «cristiano».
En esta materia, la creatividad del ser humano no tiene límites y cada día aparecen sorprendentes maquinas móviles que hablan, cantan, dan órdenes, hacen oficio, brindan asistencia profesional, y en fin… las comunicaciones pasaron de ser el factor sorpresa a la rutina diaria del cotidiano vivir, porque ahora todo se sabe al instante, en tiempo real e incluso mucho antes que suceda.
Pero mientras aparecen más y más artilugios, los que estamos coronando los 60 o los 70 nos seguimos preguntando: ¿y como hacíamos antes sin celular, ni internet?