Lo que pasó el 2 de diciembre en el 88° Congreso Nacional Cafetero virtual en un elegante evento en la Casa de Nariño fue para enmarcar. Una curiosa parte del discurso que nuestro presidente de la República pronunció en este evento del gremio cafetero ejemplifica buena parte de nuestras desgracias como sociedad.
Dando clic aquí ven el video, pero me permito transcribir las palabras del comandante en jefe de los colombianos: “somos un país cafetero y nos decimos cafeteros. Y nos gusta el tintico, el pintadito. Como le dicen algunos “el periquito” pero el que está en el café…”. El chiste del primer magistrado de la Nación no pegó. Él lo notó inmediatamente. Y lo bueno del humor (o la ausencia del mismo) es que desnuda la personalidad. Los prejuicios, las creencias y la forma de ver el mundo.
El chiste del periquito de nuestro presidente-presentador de televisión envuelve una realidad trágica. Esa sonrisa socarrona de Duque al referirse a la forma coloquial de hablar de la cocaína es bastante diciente. El, su mentor que gobierna en la sombra, su partido político sostiene, sin ningún asomo de vergüenza, que la guerra contra las drogas es un éxito. Que fumigar con glifosato es el camino y que hay que seguir con lo que se ha venido haciendo en los últimos años. O sea, fracasando.
El narcotráfico desajustó los cimientos de la sociedad colombiana. El culto al enriquecimiento ilícito, a la plata fácil, a la simpatía por los derroches y la cultura del vivo y el bobo permeó todas las esferas de nuestro país.
Volvamos al humor curioso del presidente. Hace unos días, la Organización de Naciones Unidas sacó al cannabis de su lista de drogas peligrosas vigente desde 1961. El comunicado de la ONU enuncia que la decisión apunta a que sea un “catalizador para que los países legalicen la droga para uso medicinal y reconsideren las leyes sobre su uso recreativo”.
Hace pocos días, por primera vez, la Cámara de Representantes de Estados Unidos votó mayoritariamente una ley para descriminalizar la posesión, producción o posesión de marihuana y creando un impuesto sobre productos de marihuana que se destinaría para ayudar a comunidades afectadas por la guerra contra las drogas. Y esto ha venido sucediendo en muchos países del mundo. México, Uruguay, Canadá, Costa Rica, España, Holanda, Israel, entre otros. Legalizar usos terapéuticos y medicinales y avanzar hacia despenalizar y dejar de perseguir el uso recreativo.
Menoscabar el imperio de muerte, sangre y degradación que tienen montado los narcotraficantes implica que sea el Estado el que asuma el control del negocio, volviéndolo una fuente de ingresos a manera de impuestos tal y como sucede con el tabaco y el alcohol, con plenas garantías para el consumidor. Y es que el mercado está y la bonanza nos va a pasar por encima.
Las proyecciones para Colombia, según cifras de la firma Econcept, son que eventuales exportaciones asociadas a cannabis representarían entre 2.300 y 17.700 millones de dólares y que un potencial recaudo por impuesto de renta a empresas productoras y comercializadoras podría significar entre 1,2 y 3,5 billones de pesos en materia de impuestos.
Impuestos que podrían destinarse a campañas de prevención, tratamiento a adicciones y a mitigar el histórico daño en muchas regiones del país que han sufrido el inmenso daño del narcotráfico y del abandono del Estado.
En Colombia las discusiones de legalización han avanzado lentamente. Desde el 2016, con la ley 1787, se tiene un marco jurídico para el uso médico y científico del cannabis y sus derivados. Actualmente en el Senado cursan dos proyectos de ley muy importantes y que apuntan a la dirección correcta para acabar con el flagelo del narcotráfico, del comercio ilegal bañado en sangre del ‘periquito’ y la marihuana. La Comisión Primera hace unos días aprobó en primer debate de cuatro el proyecto de ley 189 de 2020 para crear una regulación y control para cannabis de uso adulto, prohibiendo el acceso a menores de edad y la publicidad y creando medidas de salud pública.
Por su parte, el proyecto 236 de 2020, de autoría de los senadores Iván Marulanda y Feliciano Valencia, quiere crear un marco regulatorio funcional para que el ‘periquito’ deje de quitarle la vida a colombianos, deje de arrasar el medio ambiente y mitigar el daño social que causa el consumo. Se pone de presente la necesidad de regular la hoja de coca y sus derivados, reconociendo que “la lucha contra las drogas ha sido insuficiente, los dineros se han ido a enriquecer las mafias y no a una verdadera política de prevención y atención.”. Así de simple y complejo a la vez. Reconocer que todo el entramado criminal derivado de psicoactivos como la cocaína que se derivan de la hoja de coca solo han traído desgracias para el país. El chiste del periquito va mucho más allá. Regular el mercado doméstico de hoja de coca permitirá quitarle el mercado de la cocaína a las estructuras criminales del narcotráfico que asesinan a diario personas, lavan dinero, financian campañas políticas y violan sistemáticamente derechos humanos en todo el país.
Ojalá el Gobierno nacional apoye estos dos proyectos de ley. Que abandonen la hipocresía. La lucha contra las drogas, de la manera que se viene haciendo desde los ochenta y noventa, se perdió. Miles de vidas perdidas y cientos de miles de millones de dólares dilapidados. La legalización, con un enfoque de salud pública y recaudo de impuestos, es el camino. ‘El periquito’ ha sido el gran impedimento para que nuestra sociedad y nuestras instituciones se consoliden. Ojalá el presidente bromista y sus bancadas en el Congreso se sintonicen con el siglo XXI y actúen en consecuencia.