Unas leyendas firavitobenses

Firavitoba es el centro del valle de Iraca, ubicado en la provincia de Sugamuxi y no escapa a los mitos y leyendas ancestrales que han pasado de generación en generación y que “gracias” a la modernidad han perdido vigencia y encanto natural.

Panorámicas del municipio de Firavitoba. Foto: Luis Lizarazo / archivo Boyacá Siete Días.

Con ellos y bajo la luz de la vela nos entreteníamos escuchando la voz de los abuelos y de nuestros progenitores que las iban narrado y que la mayoría de las veces llevaban implícito el temor a lo desconocido. Dentro de esas leyendas cabe recordar a:

BUCIRACO: la materialización del demonio que se presentaba generalmente en forma de animal. Así por ejemplo, en el sector de “La Esperanza” -vía a Sogamoso-, se aparecía por las noches en forma de enorme perro negro de ojos rojos y espeluznantes gruñidos, que asustaba a quienes se atrevían a pasar por allí, mientras que en el sector de “El Espartal” -antiguo camino indígena que conducía a Tunja-, lo haría en forma de enorme ave también negra que se aparecía en el ocaso arrebolado, saltando de poste en poste y emitiendo a la vez un graznido que producía terror al más valiente así éste tuviera entre pecho y espalda una buena dosis de “santo sorbo”, y que además usualmente asustaba a los caballos que se “rechazaban” hasta que el ave desaparecía tal como se había hecho presente, es decir, repentinamente.

Panorámicas del municipio de Firavitoba. Foto: Luis Lizarazo / archivo Boyacá Siete Días.

LA VIUDA BLANCA: se dice que era el espíritu de una mujer hermosa que vagaba por el pueblo y que habría quedado viuda al haber fallecido su joven marido en alguna de las batallas fratricidas de la Guerra de los Mil Días. En las noches claras, se dibujaba su esbelta figura manifestándose a los caballeros que acostumbraban “ponerle los cachos” a sus esposas; les hacía señales para que ellos se acercaran y cuando llegaban junto a ella, soltando una sonora carcajada se descubría el rostro y dejaba ver la osamenta de su calavera. Al día siguiente, encontrarían al adúltero marido en algún potrero lejos del pueblo y sin sentido.

LAS BENDITAS ALMAS: en un espectáculo similar al que narra don José Manuel Marroquín, el segundo viernes de noviembre y cerca de la media noche, un desfile de blancas figuras atravesaba el pueblo por “Calle Caliente”, alumbradas con velas y se dirigían a paso lento al cementerio local mientras iban rezando oraciones en voz baja. Las gentes las veían pasar, pero nunca se atrevieron a seguirles los pasos y decían que eran las almas que salían del Purgatorio habiendo cumplido su condena. Con la llegada de la luz eléctrica al pueblo, desaparecieron las benditas almas…

Panorámicas del municipio de Firavitoba. Foto: Luis Lizarazo / archivo Boyacá Siete Días.

LA CUEVA DE VIEJO: El Viejo era un personaje rubicundo, de larga barba blanca que habitaba dentro de una cueva situada en el costado de una quebrada situada en el sector rural de “San Luis”, vereda de Monvita Alto.

El Acceso a la cueva era bastante difícil, pero el viejo bajaba a diario y ayudaba a los vecinos, especialmente en épocas de cosecha, por lo cual recibía su “jotada” como todos los que asistían a los convites. El Viejo era una persona callada y de rostro huraño.

Alguna vez los muchachos de la vereda empezaron a burlarse de él por su apariencia y entonces levantando la mano y haciendo algún ademán, pronunció con una voz gutural unas palabras incomprensibles. Inmediatamente, el cerro de Guática se nubló y comenzó una borrasca como nunca nadie había sentido, mientras el viejo se dirigía a su cueva.

Los vecinos pensando que llegaba el fin del mundo oraban con devoción mientras quemaban los ramos benditos, pero la tormenta no amainaba. La quebrada creció de tal manera que penetró a la “Cueva del Viejo” y de allí salió éste montado en una balsa en la que llevaba un gran tesoro compuesto por multitud de animales de oro entre los que se destacaba una gallina con sus polluelos, y todas sus pertenencias. El viejo desapareció en la creciente de la quebrada y nunca más se supo de él.

A los pocos días, cuando la quebrada recobró su curso y natural caudal, algunos vecinos se atrevieron a subir hasta la cueva y penetrar a ella; decían que era un inmenso salón del que colgaban unos cristales enormes y otros que brotaban del piso, y una corriente de agua purísima formando un espectáculo impresionante con la luz que penetraba por la entrada y que iluminaba el contorno.

Silvio González Patarroyo – Firavitoba. Foto: archivo particular.

Decían también que recorrieron un pasadizo tal largo que no alcanzaron a llegar al final y que parecía que tenía muchos kilómetros de largo porque se perdía en lontananza.

Una vez salieron de la cueva, esta comenzó a cerrarse y lo ha venido haciendo hasta que ahora no se puede entrar a ella pues el acceso es tan pequeño que apenas cabe una persona arrastrándose, avanzando unos pocos metros y asustando a los murciélagos que habitan en ella.

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