‘Salto el Diablo’

Como el diablo está en todas partes, se le atisbó en la vereda Ajizal de La Serranía del Peligro, tranzando un pleito con un campesino que los miércoles sacaba sus productos de la finca al mercado de Moniquirá.

salto del diablo
Satanás, al no poderle cumplir el pacto a un campesino, de manera salvaje pateó las rocas que se fueron al fondo, dejando un gran vacío hasta los 100 metros de profundidad por donde nadie podía pasar. Moniquirá. Foto: Luis Lizarazo / archivo Boyacá Siete Días.

Leyenda contada – un tanto asustada – por Luz Mélida Ruiz Castellanos, líder comunal de la vereda del Ajizal. 

Al regresar, después de haber vendido y comprado todos sus artículos primarios, se dedicó con sus amigos a tomarse unas cervezas, que a la postre bastante lo entonaron. Con sus famélicas mulas tenía que remontar el camino escabroso y nada fácil por la topografía llena de altibajos, grandes piedras y barriales dejados por las lluvias que a diario caen sobre la región.

En la medida en que se acercaba al cañón por donde surca el río Pómeca, creyendo que nadie lo escucharía, se dedicaba a maldecir no pasito, sino durísimo, ante lo difícil del terreno y al susto que implicaba cruzar por el lugar.

En una de sus desesperadas expresiones, gritó con furia que, fácilmente le entregaría su alma al diablo si este demonio le construyera un puente. Continuaba avanzando, cuando de pronto vislumbró a mediana distancia a un señor muy bien vestido y de porte elegante, con algo de chivera, nariz de garabato y pelo largo ensortijado.

Al estar, frente a frente, se presentó como el mismísimo Lucifer.

Le dijo: “Le escuché su reguero de groserías y pedidos al diablo para que se montara el pasadizo por el cañón del Pómeca”.

Tranquilo señor que negociando podremos llegar a un razonado acuerdo.

Establecieron una fecha no muy lejana con el compromiso de instalarle el puente a cambio de entregarle, la mismísima alma en completo secreto.

Trato hecho.

moniquira de noche
En Moniquirá hay leyendas como la de un alcohólico, que al morir decidió salir cada primero de noviembre de su tumba a asustar a los borrachos. Foto: Luis Lizarazo

Se despiden. Pasan los días y en las noches, para no ser detectado, el diablo se dedica a la labor, mientras que la esposa del campesino enterada del pleito, busca por todos los medios no quedarse viuda, utilizando como estrategia el rezo del rosario con camándula para no perder la cuenta de las encomiendas al más allá.

Al orar, el diablo por su ateísmo no podía adelantar el trabajo, y cuando ella se distraía o se dormía, el leviatán aprovechaba para adelantar la cimentación del pasadero.

Lo cierto es que, entre invocación y sueño se interrumpía el trabajo, no lográndose el cometido y, amaneciendo al cantar del gallo, el compromiso no se cumple y el satanás de manera salvaje, patea las rocas que se van al fondo, dejando un gran vacío hasta los 100 metros de profundidad por donde nadie podía pasar.

Desde arriba, solo un mirador para captar en la profundidad la armonía y el transcurrir parsimonioso del río Pómeca.

El campesino quedó sin puente y sin señora.

‘El ataúd’

Espanto contado – con los pelos de punta – por Carlos Pinzón López

el ataudUn moniquireño de los tantos bebedores del sumo de la caña, no le pudo ganar la apuesta al trago: o acabo con el chirrinche o el chirrinche acaba conmigo, como en efecto perdió el envite. Al barrio de los acostados fue a parar.

Vaya a saberse que otros compromisos dejó sin cumplir, que arrepentido del dinero que había malgastado en el paso por este paraíso perdido de la región, no se podía acomodar en la tumba que, en el sótano del cementerio, el administrador del campo santo le había asignado.

Para sus adentros allá en el fondo de la tumba, reflexionando en solitario se autoimpuso una acción que a los tomatragos les sirviera de escarmiento. Saldré del escondijo los primeros de noviembre, día de los muertos, para no esperarme a un festejo que los deudos con lágrimas de plañidera inundan las baldosas, creyendo que reparan lo que, en vida de los seres cercanos, nunca celebraron.

Sin consultarle a los vecinos de los mausoleos, con cajón a cuestas se deslizaba por las calles empedradas camino a las cuadras y en la arboleda de la quebrada que baja del Granadillo y el Potrero Grande, se escondía para tomar por asalto a los borrachitos que durante el mes total de diciembre acudían a las ferias y fiestas patronales de Moniquirá.

Al tenerlos en ojo avizor, dentro del ataúd y levitando, se atravesaba a su paso, generando la estampida de los alcohólicos que sin mirar atrás en lo que sonaba un trueno, ya estaban con la mente despejada en el quicio de la casa.

Ese susto, causado por el espanto del ataúd, no se lo creía ni el más mentiroso, por lo descabellado en la pregunta de cómo salía de la tumba, si las bóvedas habían sido selladas con miel de abejas vírgenes.

juvenal nieves
Juvenal Nieves Herrera – Escritor. Foto: Archivo Particular

La voz de voz en voz se fue pasando, hasta que nadie con el tiempo cruzaba por esos linderos y menos en las noches que ni candilejas ni luceros hacían presencia en el firmamento.

El ataúd en su regreso, solo se disponía a esperar el próximo día de los difuntos para despertar de su letargo y continuar pagando su pena por siempre.

*Por Juvenal Nieves

 

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