El peregrino y el agua – Fabio José Saavedra Corredor – #Columnista7días

El sol de la mañana acarició la piel de su rostro, liberándolo de la indiferencia en la que se había sumido hacía ya algún tiempo, entonces entendió que había dejado la noche en alguna curva de la carretera. En esa hora de la mañana, detuvo sus pasos a la orilla de un riachuelo que corría paralelo a la vía, la misma que él había devorado sin descanso por días y días, poseído por la obsesión del caminante eterno y acompañado por la hermosa luna llena de octubre.

Con la mirada buscó un lugar en el prado, bajo la sombra de un cedro, y allí se acomodó sobre la mullida hierba cual largo era, sus torpes movimientos reflejaban el cansancio que traía acumulado en el cuerpo, se quitó las ajadas botas, envolviéndolas en una ruana las puso de cabecera, y se extasió contemplando la belleza del cielo azul, en el que se colgaban jirones de nubes como si fueran gigantescas motas de algodón, mientras que un águila planeaba con la mirada alerta siguiendo alguna presa, de repente se percató también del sonido mágico de la fuente, que entonaba una melodía de paz nacida en el corazón del bosque.

En ese momento, sintió un deseo incontenible por entregar sus maltratados pies a la terneza del agua, que es al mismo tiempo, sutil roce, origen y esencia de la vida. Embelesado por el encantador paraje, el peregrino le habló a la naturaleza, en un diálogo silencioso, donde las palabras sobran y los espíritus se entienden, le contó de sus dolores del alma, nacidos de la injusticia del hombre con el hombre, mientras tanto la fuente se fue llevando poco a poco, el dolor y el cansancio, con la devoción de una madre e imperceptible como el aleteo de una mariposa.

La suave caricia del agua, fue un bálsamo milagroso en sus músculos extenuados y en su ánimo demolido por las penurias del sendero. El atribulado peregrino continúo sentado en la orilla, con los pies sumergidos en el remanso y recargado en el tronco del cedro, el sueño fue apoderándose de sus sentidos y su conciencia, hasta que, tomados de la mano con el espíritu del agua, compartieron sus ilusiones y pensamientos.

Volaron por encima del águila y se remontaron hasta el horizonte donde las nubes ya no eran copos de algodón blanco, sino que se habían tornado en un gigantesco vellón gris y negro que amenazaba tormenta, y allí, el agua le contó que las nubes se saturaban hasta la última gota, para luego transformarse en la sagrada lluvia,  calmando la sed de los páramos ríos y océanos y de paso darle de beber a la humanidad sedienta, en la fuente que ha alimentado la vida en todos los tiempos.

El espíritu del caminante disfrutaba el onírico viaje, sin perder detalle ni comentario, atreviéndose a preguntar en ese momento:

—¿Entonces las nubes son el agua más poderosa?

Después de un corto silencio, ella le explicó, que en la naturaleza del agua ningún estado es más poderoso, ni el hielo, ni el río, ni el océano, ni el vapor de agua, ni la nieve, que la vida de todos depende de todos, agregando sin detenerse, que las nubes purifican el agua y la devuelven a la tierra para que la vida no perezca, en ese momento, habló invadida por la tristeza cuando dijo, que el peor enemigo del agua y la vida, era el ser más inteligente, que en su afán de tener y poder, destruye todo lo que encuentra a su paso. Peor aún, si el hombre sigue en esta lucha ciega por el poder, va a desaparecer de la tierra y la naturaleza resiliente se recuperará sola en todos sus procesos.

Sumergido en sus pensamientos y en medio del silencio, el peregrino regresó de su reparador sueño e inclinándose para tomar dos sorbos, vio su reflejo en el espejo de agua, entonces, se despidieron con un profundo beso, abrazados con la misma vida que a ambos les palpitaba por dentro.