En 1995 los directores daneses Lars von Trier y Thomas Vinterberg, con otros cineastas, crearon el Manifiesto del Dogma 95, que pretendía convertirse en una hora de ruta para un movimiento fílmico vanguardista, con unas reglas “dogmáticas” para hacer un cine con más actuación, historia y temas, y menos efectos especiales y tecnología.
Recientemente he podido disfrutar de series y películas que me han entretenido bastante, pero también me han cuestionado sobre mis preferencias cinematográficas. Soy de esos consumidores de cine que pueden disfrutar de una película de acción donde la trama es totalmente predecible y también del denominado cine-arte donde la historia y los temas pesan más que los efectos especiales.
Recientemente me gocé algunas series de Netflix: Distrito Salvaje, Altered Carbon y The Umbrella Academy. Con escenas un poco fuertes para la susceptibilidad de algunos: violencia, sexo explícito, lenguaje ofensivo, uso de drogas; con efectos especiales y estroboscópicos alucinantes. No quiero sonar “moralista”, realmente disfruté estas series, pero, como ya lo mencioné, este disfrute me llevó a cuestionarme sobre mis propios gustos.
Existe una amplia oferta de cine artístico, que no se promociona de la misma manera que el mainstream. De cualquier manera, resulta interesante cuestionar en el mundo artístico y de la producción cinematográfica si no estamos saturados de series y películas sin contenido relevante, con tramas predecibles y excesivamente dependientes de los efectos especiales.
Es posible reflexionar sobre como hay movimientos culturales cíclicos, por ejemplo, en el caso del cine, antes de Dogma 95, en la década de 1990, ya para los tiempos de finales de 1950 se dio un movimiento de cineastas franceses denominado Nouvelle vage, que se manifestó en contra de las “imposiciones” del cine de masas de la época, de manera que en ese momento las premisas fueron la libertad de expresión y la libertad técnica en la producción fílmica.
Estos movimientos apuestan por un resurgimiento de aspectos artísticos y más realistas. Si pensamos en los movimientos artístico de vanguardia a inicios del siglo XX, es posible sintetizar muchos debates en términos de giros hacia la abstracción o hacia el realismo.
En el caso del cine, es posible que hoy sea muy radical una propuesta como la de Dogma 95, lo que podría resultar muy “purista”, pero vale la pena cuestionar si un movimiento similar se ajusta a las nuevas necesidades de la población actual. En este orden, es interesante indagar si la pospandemia hará que valoremos más el realismo, así suene a cliché, la magia de los pequeños detalles de la cotidianidad.
Tal vez en el arte y la cultura ocurren movimientos cíclicos, como en la moda, es posible que haya una oferta muy variada, pero eso no debe llevarnos a banalizar cuestionamientos sobre la calidad del arte.