El escritor se internó en el laberinto de jardines poéticos del bosque de robles, que inflexible se aferraba a la pronunciada pendiente que daba acceso al Páramos de Iguaque.
En este ambiente bucólico, la sensibilidad del alma afloró en su piel palpitante en un destello, parecía que la exuberancia de la vida del lugar se desbordará en sus poros, entonces dejo que su imaginación viajará en el suave vuelo de una mariposa que había captado en sus alas los colores del arco iris, en una tarde erótica de invierno, lo que despertó en el poeta deseos latentes, guardados en el letargo del paso del tiempo, esperando que la delicada caricia de la brisa abanicará la flor del frailejón y fundiera las pequeñas gotas de rocío adheridas a sus pétalos, iniciándose el ritual del agua en la sensual fusión de las gotas convertidas en alegres torrentes, deslizándose entre piedras y riscos para alentar sensaciones de mundos desconocidos, y a su paso, alimentar sus caudales con lágrimas nacidas de sentimientos de amor, odio, tristeza y alegría.
El poeta absorto en sus pensamientos, detuvo sus cansados pasos y mirando al firmamento agradeció la herencia del cielo, ¡erotismo divino!, juego de ángeles acariciando los sentidos con el velo sutil de una nube cuando se pierde en el horizonte o el embrujador canto de las sirenas, contándole sus ilusiones amorosas a las olas viajeras de un océano sin límites.
Él, sentado en el mullido musgo de una piedra milenaria, continuó sus diálogo con los awuacos, divino erotismo, fiel amigo, siempre dispuesto a oír a las almas que sueñan, en el abrazo eterno de los cuerpos cuando se entregan sin reservas, imaginación de un poeta disfrutando sublimes momentos, amalgamados con el encanto de las letras y consignados en el libro de la historia, con la magia sensual del pincel del pensamiento.
Allí en la soledad sagrada del bosque, el bardo se sintió en un mundo intangible, donde los seres se vuelven sentimiento y sintió el letargo del ocaso, cuando el día rendido se entrega en los brazos de la noche y la naturaleza cierra los párpados en un momento agónico, cuando el vaso no acepta otra gota en el clímax del tiempo y el horizonte se viste con sus mejores galas de colores.
Esa noche durmió en las estribaciones de Iguaque, arrullado por el canto del agua y arropado por un manto de estrellas, el cansancio y el sueño lo abrazaron, pensando que en la poesía el ser erótico se convierte en un delicado aroma, llegando a los límites prohibidos con la esencia espiritual de un mundo místico, donde la palabra se vuelve un susurro amoroso, tejido en el encanto de un pétalo de rosa diluido en un beso.
También vio la poesía en la diminuta hoja del gigantesco roble, cuando el viento del atardecer la guio en suave caída entregándosela a la madre tierra para que en comunión con la vida alimente la fertilidad del suelo, vio poesía también en el vuelo sostenido del colibrí, que en profundo beso deleitaba el inefable néctar en aleteos cercanos al éxtasis, como si fuera el trance triunfal de una relación mutualista, cuando se llevaba en sus alas el polen que fertilizaría en otros cuerpos, los juegos de vida de la naturaleza.
Así viajo en el sendero del sueño con la delicadeza impregnada en la piel, como cuando ésta invade los rincones del alma, dando saltos imperceptibles de los labios henchidos y ansiosos a los henchidos senos en el ritual eterno de dos cuerpos, fundidos en una danza amorosa, jurándose amor por siempre en la siembra de la vida.