Los descamisados – Catalina Pulgarín – #Columnistas7días

En un debate sobre la conveniencia o no de la permanencia de las estatuas en nuestro país, surgido a raíz del derribo de la de Sebastián de Belalcázar en la ciudad de Popayán a manos de los indígenas Misak, el senador Armando Benedetti dijo en el programa Al Ataque, que el Puente de Boyacá es un monumento “tonto” y se refirió a quienes participaron en las batallas de la libertad en nuestro Departamento como descamisados enfermos.

No dejan de generar extrañeza las manifestaciones del político barranquillero dado que, justamente por los acontecimientos históricos sucedidos en el Campo de Boyacá (su verdadero nombre) el monumento fue erigido como Patrimonio Cultural de la Nación y ha sido catalogado como uno de los Altares de la Patria de todos los colombianos; adicionalmente ha sido bien ponderado por los historiadores como un símbolo fundamental de la Independencia.

Llama la atención que aparte de calificar como “tonto” al Puente de Boyacá, el Senador haya hecho una referencia claramente despectiva a los indígenas y campesinos que enfrentaron esas guerras señalándolos peyorativamente como descamisados y enfermos. Puede advertirse en un comentario de semejante talante no solo ligereza sino arrogancia y pedantería para referirse a quienes se enfrentaron a los conquistadores y colonizadores españoles que arrasaron con las culturas indígenas e impusieron a sangre y dolor la de occidente.

Dentro del debate que se generó en torno al hecho de que los indígenas caucanos derribaran una estatua, no resulta comparable una efigie tallada en honor a un conquistador español que ciertamente no merecía tal honor e inmortalidad, con un monumento que hace alegoría a la libertad de quienes habían sido sometidos a la fuerza por los europeos de la península ibérica.

Hay símbolos que no nos corresponden y por ello en algún momento de reflexión colectiva pueden llegar a generar indignidad, otros en cambio enaltecen esa dignidad y uno de ellos es el cuestionado por el Senador. Casi podría decirse que se sintió en sus comentarios algo de racismo, discriminación y regionalismo, pero no del bueno.

Es cierto que estamos cargados de simbologías que corresponden a una historia impuesta, inventada y manipulada y que la propia fue arrebatada y ocultada, pero si hay un símbolo que definitivamente hace honor a una reivindicación es justamente el Campo de Boyacá, que nos hace sentir orgullosos no solo a los Boyacenses sino a gran parte los colombianos (ya quedó claro que no a todos) de las victorias emancipadoras que se consiguieron allí.

Las batallas libertadoras libradas en Boyacá han inspirado además otros símbolos patrios como el Himno Nacional que en su estrofa quinta enaltece los hechos históricos acaecidos en tierras boyacenses, con los siguientes versos:

“De Boyacá en los campos, el genio de la gloria,

con cada espiga un héroe, invito coronó.

Soldados sin coraza, ganaron la victoria,

su varonil aliento, de escudo les sirvió.”

Así pues, esos descamisados lo fueron en razón de la valentía que les llevó a enfrentarse a los ejércitos españoles para que hoy podamos decir que somos una nación independiente (aunque ese concepto también pueda ser revaluado y tenga sus diversas interpretaciones).

Esa forma de denigrar, de excluir, de segregar, (como llamar descamisados enfermos a los valientes campesinos e indígenas), viene heredada desde las épocas de la Independencia cuando las clases altas de tez blanca discriminaban a quienes no la tenían, incluso a los propios coterráneos de la Costa Caribe del congresista Benedetti.

Solo por citar un ejemplo, uno de los próceres de las guerras de independencia fue el militar José Prudencio Padilla, Guajiro que participó permanentemente en las luchas en Riohacha y Barranquilla y que fue durante toda su vida excluido y discriminado por su origen pardo, situación racial que le impidió además tener acceso a cargos de alta jerarquía. Su papel relevante en las guerras independentistas fue subvalorada y pobremente registrado, casi que ocultada por la élite criolla, por el color de su piel. Incluso en el arte puede advertirse el racismo dado que en las pinturas se intentaba blanquear su rostro.

Nuestra historia registrada (entre otras cosas absolutamente determinada también por la  Iglesia) está copada de falsos superhombres en honor a quienes se levantaron estatuas, dejando en el subregistro a los verdaderos héroes, “soldados sin coraza”, descamisados, que entregaron su vida por la libertad y a quienes se hace honor en monumentos como el Campo de Boyacá.

Me uno a las diferentes manifestaciones de rechazo que periodistas, dirigentes y ciudadanos boyacenses en general han emitido en contra de las desacertadas opiniones del Congresista. Hablar con tal desprecio del monumento y de los campesinos e indígenas que entregaron sus vidas para liberarnos del yugo español no es más que desconocimiento. Pese a ello Boyacá seguirá siendo la “dulce tierra que extiende sus brazos de occidente a la pampa solar” para abrazar al senador Benedetti o a cualquier persona que desee visitar sus bellos campos.