Gertrudis y Encarnación – Fabio José Saavedra Corredor – #Columnista7días

La noche se cubrió con la bóveda celeste, hasta donde el infinito se perdía en la oscuridad vacía del universo, la luna llena asomó tímidamente por el horizonte, esbozando el paisaje de la naturaleza con la palidez de sus reflejos, una fresca brisa bajaba de la sierra meciendo las copa de los árboles, ataviadas con los  sigilosos ojos de los búhos, que inmóviles parecían vigilar el camino del cementerio, entonces el croar de las ranas quebró el silencio, en un concierto de voces afines, dirigido por el vuelo intermitente de las luciérnagas, en un pentagrama invisible delineado en la tenue niebla,  las siluetas de los pinos y los sauces iniciaron una danza de gigantes, que impulsados por el viento parecían cobrar vida.

De pronto, se dibujó en la entrada principal del camposanto una silueta femenina, anunciada por el lúgubre sonido producido por las viejas bisagras, cansadas de soportar la puerta, el viento suspendió su carrera, la danza de los árboles quedó inmóvil, los imperturbables ojos de los búhos seguían la fantasmagórica figura de Gertrudis, que lentamente descendía por la pendiente del camino, hasta que llegó frente a una tumba con una cruz de hierro forjado, la luz de la luna iluminaba a la visitante nocturna, ella se hincó en el suelo, sacando de la capa que la cubría un ramo de rosas blancas, depositándolo con delicadeza en un florero, y luego, abrazada a la cruz entregó su plegaria entre sollozos, todo el cementerio quedó sumido en profundo silencio, como si la muerte y la vida ofrendaran un homenaje al dolor de una madre, que le reclamaba a la sociedad y al cielo, por haberle arrebatado a su hijo en un infortunado suceso de la ley, según dijo el Jefe de la Policía.

Inesperadamente, mientras que el tiempo y la luna seguían su camino, en la portada abierta apareció otra figura femenina, envuelta por el sagrado silencio de la noche y lentamente caminó por entre las tumbas hasta llegar a su destino, allí Encarnación depositó un ramo de rosas rojas, orando por el hijo perdido en medio de luchas que no eran suyas.

Las campanas del reloj de la torre anunciaron las 12, y las dos hermanas se acercaron fundiéndose en un abrazo maternal, lamentando la pérdida de sus hijos, dos mártires sacrificados defendiendo ideales e intereses ajenos en diferentes orillas, en una sociedad  a la que no le importan los muertos, porque las estadísticas también se murieron de vergüenza con la decencia, en ese momento  las dos mujeres emprendieron el regreso, cargando sus tribulaciones, aliviadas por el incondicional amor materno de todos los tiempos, donde germina y florece la bondad de la humanidad, para que las sociedades crezcan con la visión del agua del rio, que corre en búsqueda del mismo destino, aunque sus aguas corran por diferente orillas.

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