20 de abril de 1946 – Sergio Daniel Vargas Mora #ColumnistaInvitado – @sergiodvargasm

Jorge Eliécer Gaitán es una de esas figuras antológicas que permiten muchas aproximaciones. Premoniciones, diría alguien. Un político inédito para su época. 72 años después de su asesinato, aún sin tener claro quién o quienes fueron los determinadores a los que les interesaba sacar a Gaitán de la política, seguimos descubriendo que tenía razón.

Ese enorme y brillante orador que dejó una huella imborrable en la política de Colombia tenía razón. Gaitán se fue.

La clase política y el establecimiento político que Gaitán señaló, denunció y a quienes dejó en evidencia siguió gobernando. Desde 1948 hasta aquí siguieron gobernando. Los mismos apellidos, las mismas familias y las mismas (malas) formas de gobernar. Solo cambian las corbatas.

Y tal vez afirmar que Gaitán siga teniendo razón obedece a una indulgencia un tanto ventajista. Me explico. El hecho de que todo lo que Gaitán pronunció en sus discursos en el Congreso, en sus discursos en la Marcha del Silencio, en los Viernes Culturales del Teatro Municipal y en tantas otras jornadas de plaza pública siga teniendo vigencia tantos años después no recae en que Gaitán fuera un profeta o que adivinara el futuro.

Simplemente se trata de una clase política que no cambia. Que no se renueva. Una clase política que no ofrece ni un ápice de confianza. Que gobiernan con ellos, para ellos y por ellos. Así ha sido desde la época de Gaitán. Hasta los mismos apellidos de ilustres familias de las élites del país que compartieron época con Gaitán siguen en el poder. Los elegantes apellidos siguen presentes en los despachos ministeriales, en el Congreso, en los gremios y en el alto gobierno.

Eduardo Galeano, brillante escritor uruguayo, escribió un bello texto hablando del 9 de abril de 1948. En ese texto, en el que Galeano mencionó uno de los mejores discursos de Gaitán. Fue el 20 de abril de 1946 en el Teatro Municipal de Bogotá en su campaña presidencial.

Hablaba Gaitán: “En Colombia hay dos países: el país político, que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político. El país político tiene rutas distintas a las del país nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo!”. Fue hace 74 años, pero parece que estuviera describiendo nuestro 2020 y nuestra realidad política diaria.

El país político, aún en la peor crisis económica y de salud pública de la historia, sigue encerrada en sí mismo. Lo usual. Esa mecánica y ese poder sigue funcionando y bien aceitado. Ese país político eligió hace pocos días sin ningún rubor Defensor del Pueblo y Procuradora General de la entraña del presidente-presentador de televisión.

Ese presidente, su jefe político y sus bancadas en el Congreso siguen congraciándose con su mecánica y su visión. Beneficios para los gremios amigos del gobierno, para la aerolínea amiga del gobierno con sede en Panamá, para la intermediación de las EPS para atender la pandemia y para los bancos.

Ese país político sigue viéndose al espejo de su realidad de fantasía y de sus intereses económicos. ¿Y el país nacional? En la cruda realidad: millones de empleos perdidos, cientos de miles de medianas y pequeñas empresas quebradas y un sistema de salud sediento de atención para sus trabajadores y de inyección de recursos para garantizar el derecho fundamental a la salud de sus pacientes. Ese mismo país político.

El que tiene desamparado a jóvenes que masacran en campos y ciudades. Ese país político que cree que la solución al problema de los cultivos ilícitos se da bañando en glifosato a campesinos, repitiendo la fórmula equivocada de décadas y décadas. Ese país político que da gabelas y exime de impuestos a las grandes empresas y que quiere cada día apretar más a la clase media empobrecida y precarizada. La lista es interminable. Las verdades de Gaitán y el desasosiego también.