El cristianismo y las mujeres (I) – Catalina Pulgarín – #Columnista7días

Si hay un género que debería poner en tela de juicio el dogma del cristianismo en cualquiera de sus manifestaciones (para hablar de las religiones imperantes en nuestras culturas latinoamericanas porque si habláramos de las del mundo creo que de todas maneras ninguna se salvaría), es el femenino.

El arraigo que tiene el machismo en nuestras culturas y la consecuente anulación de la mujer, se debe en gran parte a la histórica y amplia difusión e imposición de los mitos y postulados de las religiones patriarcales.

En la Iglesia católica (entre otros credos cristianos) la autoridad ha sido reservada de manera exclusiva a los hombres; los jerarcas y ministros de esa institución eclesiástica han sido siempre varones, el dios Jehová es referido siempre como de género masculino, su hijo Jesucristo es varón y lo son también los grandes personajes bíblicos como Moisés, Noé, Abraham, Isaac y Jacob por sólo nombrar algunos, que además son referidos como patriarcas de la Antigüedad.

Por su parte las referencias a mujeres en las narraciones y parábolas bíblicas siempre están relacionadas con el pecado, con la maldad o con la estigmatización de la mujer reproductora y obediente.

Basta revisar por encima, por ejemplo, el mito cristiano de la creación del mundo donde el papel de Eva es el de haber incitado a Adán al pecado; según la historia el mundo era perfecto hasta que ella se dejó tentar de satanás encarnado en una serpiente (además el inocente reptil también quedó satanizado por culpa del mito) y a ella, a Eva, debemos entonces  el pecado en la humanidad; y como ella es ella y no él, entonces el género femenino desde la creación del mundo lleva a cuestas el peso de la maldad como inherente a su naturaleza.

Ahora bien, las esposas de los patriarcas son descritas como sumisas, abnegadas, obedientes y paridoras; y pese a que claramente los escenarios históricos son diferentes, aún se mantienen vigentes los estigmas que señalan como malas mujeres a aquellas que se salen de esos estándares.

Parece mentira, pero aún resulta inconcebible o por lo menos censurable para algunas conciencias, sobre todo en nuestras culturas latinas, el que existan mujeres cuya realización no es ser madre y también todavía se imponen los sectores que no conciben el aborto (ni siquiera excepcionalmente) como una decisión de la mujer sobre su cuerpo y sobre su vida.

La única representación femenina digna de reconocimiento y adoración en el cristianismo es la virgen María, madre de Jesucristo, adorada por haber parido al mesías a quien concibió sin pecado es decir sin macho que la engendrara.

En esa leyenda de la concepción del “Salvador” se sataniza la cópula señalando que la misma es pecaminosa y que entonces todos provenimos del pecado y en consecuencia la pureza de la mujer, que es su virginidad, valor inventado por este mismo cristianismo, se ve mancillada cuando como humana, sucumbe ante el deseo y brinda sus querencias y sus más valiosos tesoros a un varón.

Así entonces la mujer debe negarse a sí misma su condición humana, debe cohibirse ante el natural impulso sexual, común en todas las especies mamíferas; debe castrar el deseo (tal como sucede todavía con la ablación genital femenina en algunas culturas indígenas, que son justamente los rezagos extremos, pero de lejos no los únicos de la amputación de la líbido sexual femenina) para seguir el ejemplo de la casta virgen María, que si bien no podemos concebir por obra y gracia del espíritu santo, por lo menos la cópula debe limitarse al fin reproductivo.

Por milagro de dios no nos amputaron otras necesidades humanas como comer, dormir o excretar, aunque de todas maneras también en gran parte han sido cercenadas pues mal visto está que las mujeres coman o duerman demasiado (ni que decir de lo demás).

Y ni para qué hablar de María Magdalena: nuevamente la referencia femenina pecaminosa, que tienta al hombre de muy escasa líbido y de muy sensato proceder. Es la mujer la que tienta y el hombre probo el que sucumbe.

Estas pocas referencias bíblicas dan en gran parte cuenta del arraigo ancestral que tienen el machismo, la sumisión femenina respecto de los hombres, las incontables manifestaciones de violencia y discriminación contra la mujer en el planeta y la relación muy estrecha que han tenido estos fenómenos con los dogmas religiosos; temas sobre los cuales es absolutamente necesario tomar conciencia a ver si algún día después de  más de dos milenios dejamos de replicar y en consecuencia perpetuar estos perversos estereotipos de género.