Santurbán es Colombia – Fabio José Saavedra Corredor #Columnista7Días

El sol fue testigo cuando el amor floreció entre la hermosa nube y el enorme nubarrón, esa mañana la luz del sol viajo alegre por los cañones y riscos del páramo, la nube se veía radiante y la delicadeza de su figura se delineaba en el azul celeste, lucía un traje blanco pintado con la pureza de la nieve, la suave brisa jugaba distraída desplegando sus encajes transparentes y el horizonte sonrió cuando notó que los amantes se fundieron en uno solo.

Así avanzaron las horas hasta la tarde en el juego del tiempo, cuando se oyó la voz del trueno anunciando el advenimiento de la lluvia, la cual, poco a poco, fue acrecentándose hasta convertirse en torrencial aguacero.

Ese día las gotas repiqueteaban con extraña fuerza sobre las hojas algodonosas de los frailejones y los encenillos, cuya corteza se tornó como un arrebol por el rigor del agua, la cual fue resbalando por las hojas hasta sus ápices para seguir rumbo al suelo, corriendo desaforadas por la pendiente hasta formar un caudaloso riachuelo, que presuroso las conducía a la Laguna Negra.

Esa tarde, el aguacero rompió con furia el espejo de agua de la laguna, y las gotas, que en épocas pasadas danzaban alegres sobre la superficie, se veían ahora caer rabiosas, el suave rumor de otros tiempos, se había convertido en gritos y lamentos, el agua parecía que hirviera en un caldero.

Las gotas se negaban a seguir su camino a la llanura y la laguna se llenó hasta los bordes, negándose a contener tal volumen, hasta que explotó como un globo de feria, rompiendo la tranquilidad del acogedor paisaje del páramo, las ráfagas de viento silbaban entre los farallones y los troncos viejos.

De pronto, se escuchó la voz del Moán, la llorona, el ánima sola  y la bola de fuego saltando de cerro en cerro, y todos con sus voces cavernosas, vociferaban una noticia horrorosa: que unos señores con tóxicos, camellos y turbantes en sus cabezas, querían turbar la paz y el equilibrio de la naturaleza en el Páramo de Santurbán, y todo esto, con la complicidad de los gobernantes que elegimos equivocadamente para que supuestamente cuidaran lo nuestro, por eso el infinito número de gotas hijas de la nube hermosa se habían revelado, transformándose en ese furioso torrente, alimentado por el interminable aguacero, entre rayos y truenos.

La furia de la inundación crecía más y más en cada momento, buscando el campamento de los extranjeros, y cuando los encontró, los arrastró con todo y sus máquinas, venenos y malas intenciones para dañar nuestra naturaleza. Cuentan que se llevó hasta los camellos, dejándolos a la orilla del mar para que regresarán a su tierra. Según la leyenda, los invasores con turbante venían de un desierto y querían desolar también nuestra tierra.