Exalcalde de Tunja nos cuenta ¿Cómo se acabó ‘la maldición de Hunzahúa’? #LaEntrevista #LoDijoEn7días

Hace 24 años terminó el que se suponía era el ‘eterno’ problema de falta de agua en Tunja. El exalcalde Manuel Arias Molano cuenta los detalles de lo que ocurrió alrededor de la solución a una problemática que las nuevas generaciones de tunjanos ni siquiera saben que existió.

El exalcalde Manuel Arias Molano. Foto: Archivo Particular
El exalcalde Manuel Arias Molano. Foto: Archivo Particular

Por: Ricardo Rodríguez Puerto,
Periodista
Especial para Boyacá Sie7e Días

Con presencia de representantes de cinco naciones, entre ellos varios altos funcionarios del Gobierno nacional, el domingo 12 de mayo de 1996 se celebró en el Puente de Boyacá el Día de la Integración Iberoamericana.

Unos minutos después de la ceremonia protocolaria, el alcalde de Tunja, Manuel Arias Molano, se puso tenis y sudadera y, en compañía de su esposa, sus hijos y algunos amigos, emprendió una caminata hacia Bogotá.

Parecía una locura, pero lo que Arias deseaba era generar un hecho cívico, político y mediático para que el presidente de la época, Ernesto Samper Pizano, le pusiera atención al problema de falta de agua potable de Tunja, que era tan antiguo como la ciudad y le ayudara a solucionarlo.

Después de varias horas, la marcha se acabó antes de entrar a Bogotá, porque el presidente Samper mandó a varios emisarios, entre ellos al Presidente de Findeter, para que interceptaran al Alcalde y acordaran unas ayudas para atender la ‘sed eterna’ de los tunjanos. Así estuviera liderada por un Alcalde, Samper entendió que esa marcha era otra protesta y no quería que hubiera un escándalo más en momentos en que su gobierno atravesaba la crisis del ‘Proceso 8.000’, una de las más fuertes de la época contemporánea en la política colombiana.

En 1996, el acueducto llegaba a 23.306 usuarios y hoy atiende a 60.949 usuarios.

Arias Molano dice ahora, 24 años después, que todos los objetivos de esa marcha e incluso los de su gobierno (1994-1998) se cumplieron y también acepta que las medidas de choque que lo tocó aplicar para sacar de la crisis a Tunja, provocaron el final de su vida política. Sin embargo, aclara que eso no lo angustia, pues sabía que así iba a ocurrir.

¿Cómo era la Tunja de hace 24 años? ¿qué tan grave era el problema del agua? 

Antes de 1996, cuando logramos la solución al problema de escasez de agua, la situación de Tunja era muy triste. En épocas de verano las fuentes de agua se agotaban totalmente. En 1996 particularmente se vino unos de los veranos más fuertes y se agotó el recurso hídrico. Unas de mis propuestas en la campaña para llegar a la Alcaldía eran precisamente solucionar el problema del agua y convertir a Tunja en ciudad universitaria de Colombia, pero el agua era la prioridad, después todo lo demás se podría hacer.

¿Qué significaba esa crisis permanente del agua para los tunjanos?

Hasta ese entonces completábamos 457 años de escasez del preciado líquido; aquí habían estado siempre, por muchos años, los presidentes, los candidatos al Congreso, los políticos ofreciendo la solución, pero cuando acentuaba el verano otra vez regresaba el problema, comenzaban los racionamientos, los colegios y las universidades tenían que cerrar y los restaurantes no funcionaban, porque no había agua. En épocas normales el agua solamente llegaba a unas horas y las amas de casa sabían que tenían que madrugar para recoger el agua para el desayuno y el almuerzo. Cuando niño yo había estado en el internado del Seminario y muchas veces nos devolvían para la casa porque no había agua y no había manera de usar los baños ni de preparar alimentación.  Por esa situación Tunja era la capital cenicienta de Colombia.

¿Incluso se dice que había una maldición sobre Tunja y que nunca se iba a solucionar el problema del agua?

Pues fíjese que Tunja y Bogotá nacieron al mismo tiempo y nuestra Tunja llegó a ser la capital de Colombia. Aquí se asentaron grandes escritores e intelectuales; sin embargo, la ciudad comenzó a retrasar su desarrollo por el problema del agua. Decían sí que había una maldición, la maldición de Hunzahúa, un cacique muisca, a quien se le castigó por haberse enamorado de su hermana y haber cometido incesto. Dice esa leyenda que Tunja estaba condenada también a estar entre barrancos y a sufrir de escasez de agua; esa maldición duró más de 450 años.

¿Y por qué los gobernantes no actuaban y lograban la solución que usted obtuvo?

Hubo muchos intentos, pero no lo lograron. Un rey de España dio la orden de traer el agua de Teatinos, pero ese sitio era muy distante, a 25 o 30 kilómetros de Tunja; después, en los 60 o 70 se hicieron trabajos para conectar esa represa con el acueducto de Tunja, pero era una solución parcial porque el embalse se llenaba en invierno, pero se desocupaba en verano. Lo que normalmente ocurría es que le entraba menos agua de la que le sacaban y comenzaba de nuevo la crisis para la ciudad. Incluso un gobernador después mandó colocar un tubo adicional desde Teatinos, es decir otra línea de conducción, pero entonces el agua de la regresa se agotaba más rápidamente y entonces también venían protestas de las comunidades de Samacá y Ventaquemada.

Cuando usted ofreció en campaña la solución al problema del agua, ¿qué avizoraba, como lo iba a hacer?

Nosotros habíamos consultado todos los estudios que había sobre el tema, de la UPTC, del Instituto de Asuntos Nucleares; se habían estudiado alternativas como traer el agua de la laguna La Calderona, en Ciénega; desde la represa de la Copa, desde la laguna de Tota, en fin.  Hicimos una evaluación de fuentes y encontramos unos estudios del Instituto de Estudios Nucleares que indicaban que debajo de la ciudad estaba la formación Bacatá, formación milenaria, un acuífero con 100 millones de metros cúbicos de agua depositados; esa era una solución más barata que la de Ciénega, la de Tota o la de La Copa, pero no había plata para construir los pozos ni para liquidar la Empresa de Acueducto de Tunja.

¿O sea que Tunja con sed y el agua estaba debajo de la ciudad?

Pues eso era algo que lo decían algunos estudios y que yo entendía por mis conocimientos de geología por mi profesión de ingeniero. Teníamos, además, muchos indicios, porque en la ciudad brotaba el agua en muchas partes: la Fuente Grande, la Fuente Chiquita, Teta de Agua, en la carrera 12 con calle 18; frente al barrio La Fuente, en donde humildes mujeres lavaban la ropa de todos los tunjanos; en la propia Plaza de Bolívar, con la Pila del Mono. Todas esas fuentes suministraban agua en época de escasez. Y como el acueducto no podía ofrecer el servicio, a quienes llegaban al Tunja les tocaba irse para Paipa o Duitama a hospedarse y a los tunjanos les toca afrontar el problema.

Se vino una nueva crisis del agua en 1996 y usted angustiado. Entonces emprendió la marcha hacia Bogotá y ¿qué pasó? ¿qué se logró?

Nosotros llevábamos unas peticiones y esperábamos llegar caminando hasta Bogotá, al Palacio de Nariño, pero apenas llegamos hasta Gachancipá, a donde llegó el Presidente de Findeter y otros delegados del Gobierno. Ellos nos dijeron que el Presidente conocía la problemática y que incluso sabía de mi programa de gobierno ‘Tunja, Siglo XXI’, que contemplaba entre otras cosas una solución al problema del agua. Con esa marcha se lograron compromisos de Findeter por 100 millones de pesos, un crédito por otros 200 millones de pesos; la firma de un convenio por 2.000 millones para solucionar el problema del acueducto y 1.800 millones para pagar los pasivos de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado.

¿Y después qué siguió?

Después siguió la parte más delicada porque me tocó tomar medidas de choque, que me costaron en materia de popularidad y generaron un impacto en muchos sectores. Una de esas medidas, por ejemplo, era la liquidación de la Empresa de Acueducto, que tenía unos manejos corruptos y politiqueros; era una empresa ineficiente.

Tuvimos en muchos de esos procesos el respaldo de Planeación Nacional, tuvimos que abrir una licitación internacional y entregar una concesión a 30 años. Todo eso en contra de unos sectores políticos y con un alto costo en esa materia.

¿Cómo era lo de la concesión del servicio?

Fue una concesión con inversión compartida, 50 por ciento aportaban los gobiernos, nacional, departamental y municipal, y 50 por ciento el operador privado. Se entregó la administración a 30 años, que era una figura nueva en el país. El Ministro de Desarrollo de la época dijo que esa era figura que se utilizaría en Colombia muchos años más tarde, pero que era muy complicado aplicarla en Tunja, en una ciudad con un sector político tan fuerte y que seguramente terminaría costando un costo político muy alto, como en efecto ocurrió para mí. Muchos querían que regresáramos al esquema de la empresa pública con todos los manejos políticos y estar contra eso me causó problemas.

¡Y, en efecto, le causó problemas. Usted no pudo terminar su mandato y fue cobijado con medida de aseguramiento!

Todas esas decisiones me acabaron la vida política. Yo lo había calculado desde cuando comencé mi mandato. Si no hubiera hecho nada por Tunja y hubiera continuado con los manejos de puestos y contratos, seguramente habría salido como un héroe. Pero al 31 de diciembre del año en que debería entregar mi gobierno terminé con detención domiciliaria. Lo que pasa es que hubo también una mala interpretación porque se dijo que yo privaticé el servicio, pero una concesión no es privatizar sino entregar un servicio en administración. Nosotros hicimos una licitación pública internacional a la que se presentaron dos empresas, una española y una francesa y se la ganaron los españoles.

¡Muchas cosas se dijeron en ese momento!

Lo que pasa es que una detención domiciliaria causa un efecto devastador, porque mucha gente dice si lo metieron preso es porque algo hizo. Eso políticamente me acabó, como lo comprobé después. Yo había sido concejal, diputado, representante a la Cámara y senador y sabía que todas las decisiones que tomara como alcalde me iban a acarrear impopularidad.

¡Usted tomó otras decisiones que también fueron impopulares!

Claro que sí, porque tocaba hacerlo para proyectar a la ciudad, como en su momento lo hizo Jaime Castro en Bogotá. Tocó aplicar y cobrar tarifas más altas del impuesto de Industria y Comercio, hacer una actualización catastral en la que le decíamos a muchos que tocaba ser justo con la ciudad.

Es que cuando llegamos no había plata para pagar sueldos; por eso tuvimos que afrontar muchas protestas y manifestaciones de los trabajadores del municipio; el servicio de la deuda estaba en 1.400 millones y el presupuesto total era de 2.700 millones de pesos; Tunja estaba en la peor categoría y el Alcalde no podía pasar frente a un banco.

¿Y entonces, cómo hizo?

La Superintendencia Bancaria nos ayudó con la refinanciación de una deuda con la Caja Popular Cooperativa  y con la armonización de las finanzas; logramos un crédito puente de la Caja Agraria; en cada esquina de la ciudad había un basurero y por eso asumí también el costo de traer a la empresa Ciudad Limpia para encargarse de ese servicio. Algunos me llamaban el alcalde viajero, pero era que no había otra manera de solucionar las cosas si no iba a Bogotá a gestionar recursos y a buscar soluciones.

¿Qué cambió después de todo eso?

Antes de ese gobierno Tunja estaba acostumbrada a muchas cosas malas y la gente se acomodaba, porque la ciudad era pobre y no había más; “agradezca que tenemos”, decíamos; en todas las esquinas había un basurero, estuvimos muchos meses buscando un relleno sanitario y los alcaldes de otros municipios nos formaban problema por eso, las vías estaban destruidas. Nosotros aplicamos una sobretasa a la gasolina y pavimentamos más de 35 kilómetros y construimos la Avenida Universitaria, que le cambió la cara a la ciudad.

¡Dicen que usted construyó una nueva Tunja!

Sí. Creo que construimos una nueva Tunja. El barrio Los Muiscas, por ejemplo, que fue una urbanización pobre, que parecía una invasión del Inscredial, no tenía transporte, ni vías. El arriendo de una habitación allí podía costar 10  mil pesos, pero llegó la nueva sede de la Universidad de Boyacá y esa habitación ya costaba 100 mil, y muchos comenzaron a beneficiarse con restaurantes, cafeterías, papelerías; después vinieron otras universidades y en muchos sectores la gente pudo recibir unos ingresos. La industria de Tunja es la educación. En campaña nosotros imaginamos una ciudad como Oxfort, como Harvard, como Lovaina, una ciudad universitaria y hoy Tunja es una ciudad educativa y universitaria. Gracias a la Avenida Universitaria, por ejemplo, la ciudad sigue creciendo y han llegado grandes centros comerciales y urbanizaciones modernas.

¿Y se acabó su carrera política?

Ese era un riesgo y lo asumimos. Algunos amigos me convencieron después de aspirar políticamente y en Tunja apenas saqué 800 votos cuando un aspirante que escasamente había estudiado en la ciudad sacó 8.000. No solo yo terminé sacrificado, también se sacrificaron los concejales que me apoyaron en la transformación de Tunja y que a quienes también se les acabó su carrera política. Es más, quienes me atacaron en mi alcaldía sacaron provecho porque después fueron alcaldes.

¿Qué piensa de la prórroga del contrato, ahora a Veolia, por otros 30 años?

Pues yo creo que si les ampliaron la concesión es porque algo estaban haciendo bien. Nosotros le dimos esa concesión a unos españoles y por la dinámica de esos negocios después creo que ellos vendieron a los franceses. Eso es como con otras empresas de servicio públicos; por ejemplo, la Empresa Electrificadora de Boyacá y los dueños extranjeros que ahora tiene. Lo que no sabía era que esa prórroga del contrato se podía hacer faltando seis años para terminar el contrato inicial.

¿Qué paso con la demanda del contrato de concesión a Sera Q.A. que cursaba en el Consejo de Estado?

Eso salió a favor de la concesión desde el año pasado. Hubiera sido terrible, por el riesgo de una demanda y una eventual indemnización, que hubieran echado abajo esa concesión. Esa demanda había sido presentada por los enemigos de Tunja.