Paciencia histórica – Fabio José Saavedra – #Columnista7días

El 20 de julio día de fiesta nacional, Evaristo salió de pesca, desde el día anterior, había alistado los aparejos, de manera que, antes que las campanas en la torre de la iglesia, llamaran a los feligreses para la misa de seis, él ya saltaba de piedra en piedra río arriba, buscando los mejores pozos para lanzar el anzuelo. Mientras tanto, el cauce se alejaba cada vez más de la carretera y la ronda del río se iba rodeando de un enorme y tupido bosque de robles, donde el silencio permitía la faena sin sobresaltos.

Él se había ubicado en un amplio remanso, donde sus esfuerzos  siempre encontraban recompensa. En cuclillas observaba el señuelo, atento a cualquier señal que advirtiera que la trucha estaba mordiendo el anzuelo, concentrado en la interminable espera, deteniéndose a pensar en el patriarca Job y su principal virtud, la paciencia, la cual le permitió, alcanzar el premio celestial por su capacidad para sufrir y tolerar dificultades y contrariedades.

Por eso, pensó nuestro pescador, que la paciencia granítica del que ejercita la pesca, era similar a la del legendario personaje bíblico y que esta podía fortalecerse con el tiempo por sufrir, imperturbablemente, la inclemencia de los rayos solares, la lluvia inesperada o el zumbido fastidioso de los insectos en alegre festín, sobre su nuca y brazos desnudos, ya que en ese instante, nada ni nadie lograría distraer su vigilante atención a la posible presencia de la presa, permaneciendo así hora tras hora, con los músculos tensos, la mirada fija y los nervios igual a la cuerda de una ballesta, hasta que la paciente espera lo recompensaba.

En el atardecer emprendió alegre el regreso cantándole y contándole a la luna sus proezas, iba con el morral lleno de la buena pesca. Por el camino se encontró con familias campesinas, que alegres regresaban del pueblo, después de haber asistido a la celebración de los 210 años de la independencia, y pensó que sus antepasados seguro habían luchado en las tropas de Bolívar para lograr la libertad, sin que hoy todavía la hubiesen disfrutado y ellos seguían celebrando pacientemente cada año, la esclavitud  moderna, en la que los sepultó la falsa democracia de una nación inventada por la élite criolla y concebida como un botín eterno, a la que hoy se adiciona el poder de las mafias, en maridaje con la violencia testamentada en la notaría histórica de los héroes, que nos vendió la historia oficial durante los 210 años de celebraciones y guerras, mientras que siguen marginados  del desarrollo socioeconómico, el sector rural y los cinturones de pobreza de nuestras grandes ciudades.

Entonces Evaristo pensó, que la sabiduría de la abuela no tenía razón cuando decía, “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista” porque este mal del pueblo colombiano ha durado más dos siglos y el país es tan resiliente que seguramente sobrevivirá a la pandemia y la corrupción política.

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