Mejía y Valencia en plena flor del rubí

En un mes de julio hace 40 años nació un particular dueto madurado en la estirpe de la colonización paisa, esa que conserva intactos los rasgos y las cuitas de los arrieros.

Mejía y Valencia, 40 años de llevar con orgullo poncho, bambuco y sombrero - Fotografía - Archivo particular
Mejía y Valencia, 40 años de llevar con orgullo poncho, bambuco y sombrero – Fotografía – Archivo particular

Mejía, un contador público que, aunque se licenció en hacer sumas y restas, prefirió convertirse en «contador de historias», aquellas que están resguardadas en delicados versos donde se dibujan los besos que le robamos a la luna, o se descubren los secretos del caminito y la tarde.

Y Valencia, médico veterinario que inspiró su espíritu bambuquero en el mugir de los toros, el cantar de las aves de arroyuelos y el relinche de los caballitos de barro que van dejando en las entrañas el eco inconfundible de su galope.

El coliseo Gerardo Arellano Becerra de Ginebra Valle del Cauca, retumbó en unísono y ensordecedor aplauso cuando Mejía y Valencia interpretó las obras del rosario ancestral colombiano, arrullado por impecables cadencias, una juntica a la otra y la amalgama perfecta de sus atesorados registros. 

Sin embargo y aunque esa presentación les otorgó el máximo galardón del codiciado “Gran premio Mono Núñez”, decidieron apartarse de los concursos para proseguir por la vida haciendo memorables conciertos dejando consagrada en producciones discográficas la magia de su afortunado encuentro.

40 años de recorrido por la historia describiendo con sus voces las montañas sembradas con café y plátano, los valles anclados entre guaduas, cultivos de caña de azúcar y la imponencia del pico escarchado que se divisa desde la cima de la trasnochadora y morena, que para Mejía y Valencia han sido los pregones de su canto.

Desde la infancia sabían que su amistad perduraría y hoy vuelven a recorrer juntos los corredores del colegio - Fotografía - Archivo particular
Desde la infancia sabían que su amistad perduraría y hoy vuelven a recorrer juntos los corredores del colegio – Fotografía – Archivo particular

En los inicios del Dueto, fueron el piloto de aviación Víctor Hugo Flórez Salazar, ejecutante del requinto y Benjamín Cardona Osuna, interprete del tiple y licenciado en música los que hicieron la base instrumental y acompañaron su trasegar por los escenarios del país donde Mejía y Valencia logró amplio y aplaudido reconocimiento en festivales, eventos y concursos. Posteriormente una guitarra magistralmente armonizada con primera y segunda voz se convirtieron en otro de los símbolos nacionales como el café, el poncho y el sombrero. 

El Dueto es proclamado por los Pereiranos y Risaraldenses como orgullo de la tierra y uno de esos emblemas regionales donde el tricolor nacional se enaltece y se amanceba con sus raizales, por eso han llevado con donaire sobre sus hombros la inmensa responsabilidad de ser “embajadores de nuestra música» en importantes escenarios del mundo, como aquel recordado concierto en Mérida Yucatán, cuando hermanaron el Bambuco de Pastor Cervera con el aroma inconfundible de la síncopa montañera de Luis Carlos González.

Merecedores de todos los homenajes hoy ovacionamos de pie y con nube blanca de pañuelos a Cesar Augusto Mejía Annichiarico y Fernando Valencia García, porque con ellos Colombia se ha reconciliado con su música y el tricolor ha hondeado durante 40 años en los ariscos vientos extranjeros, doblegados por el romanticismo de dos voces y una dupla de caballeros de inmensa estatura en el repertorio inmortal de la patria.

¡Gracias!… Mejía y Valencia.

Por José Ricardo Bautista Pamplona
Cantautor – director Boyacá Sie7e Días.

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