La Colombia real – Sergio Daniel Vargas Mora – #ColumnistaInvitado

Me resultó llamativa una discusión que vi en redes sociales respecto a la expresión “Colombia profunda”. Hasta meme surgió del asunto. Y lo más interesante de esta discusión es que, cuando uno lo piensa pausadamente, resulta irónico hablar de una Colombia Profunda, si es que existe.

Me explico: en los términos del debate que seguí con atención, la Colombia Profunda tiende a ser usada como una categoría que se refiere al país rural, alejado del ajetreo incesante de las grandes ciudades. Y una de las conclusiones es que es una manera de desconocer la realidad. Una de tantas.

Entonces hablar de una Colombia Profunda es hablar de lo que somos. Y Colombias profundas hay muchas. Esta pandemia las evidenció. En todos y cada uno de los 1.103 municipios de Colombia las tenemos.

Pero hablemos de lo rural. Es una ironía hablar de una Colombia Profunda en un país que es rural en su esencia y en su realidad. Vamos a las cifras. Las mismas cifras del Departamento Nacional de Planeación indican que el 84,7 % del territorio corresponde a municipios rurales o rurales dispersos. 668 de los 1103 municipios de este país son rurales. El 30,4 % de la población de Colombia vive en áreas rurales.

Y más del 40 por ciento de esas personas son pobres. Entonces no hablamos de una Colombia profunda sino de la Colombia real. Con problemas reales y muy serios. La deuda histórica del Estado colombiano de cara a una reforma agraria estructural que democratice el campo colombiano la venden como una utopía inalcanzable desde los fastuosos edificios de las grandes metrópolis colombianas. Y es lo mínimo que hay que hacer. Décadas de desidia con el campo y con el campesinado y el Estado sigue sin aparecer de manera integral.

O tal vez sí. Aparece. Y en un gran porcentaje de ese vasto país rural pocas manifestaciones del Estado llegan. Llega la Fuerza Pública, necesaria, por supuesto. Y esa necesidad, ese principio tan importante y esencial como lo es el monopolio de la fuerza por parte del Estado, consagrado en la Constitución, se mancilla y se ensucia cuando ocurre lo que conoció el país el 25 de junio.

Una niña indígena de 12 años fue violada por 7 soldados del Ejército de Colombia en Pueblo Rico, Risaralda. En la “Colombia Profunda” pasan esas infamias. Y no es la primera vez, por supuesto. 7 soldados que juraron honrar y defender la patria y la bandera violaron a una niña indefensa. A una niña que se suponía que debían defender y cuidar.

Cuando este hecho se hizo público, la ultraderecha rancia cerró filas para proteger la “institucionalidad” del Ejército. “Son manzanas podridas”, afirman. Podrido está el árbol de las manzanas. El 2020 ha sido el año en el que el país se ha dado cuenta de cuán desdibujada está una gran facción de una institución que debería representar y hacer sentir orgullosos a todos los colombianos.

Acusaciones de chuzar e interceptar comunicaciones, seguimientos a adversarios políticos del presidente y periodistas, abuso de la fuerza, señalamientos de ejecuciones extrajudiciales, etc. La lista es larga.

Si al Gobierno y a la derecha de Colombia les preocupa tanto el Ejército, ¿por qué no hacen lo posible por promover una reforma profunda a la doctrina militar y a su institucionalidad? La confianza se construye. Que el Ejército Nacional se reestructure. Que priorice los derechos humanos, cero tolerancia a la violencia sexual, salud mental y transparencia en la ejecución de recursos. Ojalá esto no quede en la impunidad.