Con Katie James se cumple literalmente el adagio popular “uno no es de donde nace, sino de donde se hace”

Esta colombiana de adopción como muchos otros artistas, hija de madre inglesa y padre irlandés, llegó a Colombia cuando tenía 2 años de edad para labrar en su sentimiento la semilla que engendraría su pasión por esta tierra de guabinas, bambucos y pasillos.
A los 8 años de edad empezó a estudiar violín, a la vez que inició a bocetear sus primeros versos impregnados de olor a café y tejidos de montañas, llanuras y arriería bambuquera, por eso se inclinó rápidamente por la guitarra, porque sabía que este instrumento asociado a la zona andina del país y a otros géneros musicales la llevaría a encontrarse con esa raíz popular que desde pequeña había plantado en su espíritu.

Se incorpora a la Universidad INCCA de Colombia donde recibió el grado como profesional en la música con énfasis en arreglos musicales y luego se integró a varias agrupaciones como Vía Súbita y Ludens, en las que participó como cantante, guitarrista, arreglista y compositora.
Recorre los escenarios de Colombia y el mundo con destacadas y aplaudidas presentaciones, con más de 100 conciertos en su amada tierra como en la Fundación Gilberto Alzate – en la Peña de Mujeres Colombianas, el Museo Nacional en Bogotá, Auditorio Fernando Sor de Colombia, la Biblioteca Nacional en el marco del programa “Música con Tempo Colombiano”, y visita los más exigentes auditorios de Ecuador, Perú, Italia y Escocia entre otros, llevando el canto nacional a los rincones del mundo.
Pero el amor por su país de adopción la llevó también a experimentar momentos dolorosos como el que narra ella misma en su autobiografía: “Mi familia fue desplazada del Caquetá en el año 1998 y del Tolima en el año 1999. Tuvimos que dejarlo todo, años de trabajo y vivencias inolvidables. Teníamos que abandonar nuestro hogar.

El 9 de Julio del año 2000 mi sobrino Tristan James fue asesinado junto a su compañero colombiano Javier Novoa por el conflicto interno de nuestro país. Esto divide mi vida en dos. El antes y el después trazados por una línea de sangre. Pasar de lo mágico y perfecto al horror y al miedo, como un golpe en el centro que te deja para siempre sin aire. Tener que abrir los ojos a la realidad más oscura del mundo, de tanta injusticia, de tantas guerras sin sentido, porque las guerras nunca tienen sentido».
Por estos episodios Katie James, que lo único extranjero que tiene es su nombre porque su apellido es más criollo que la misma selección Colombia, se convirtió en mensajera de paz narrando entre versos ese lado bello de nuestro paraje con una dulce voz que envuelve y cautiva como queriendo describir el otro lado de su propia historia y dando vida a los versos de Eugenio Arellano, «porque solo el bambuco tiene permiso de hacer llorar el alma de la nación».
Y es que fueron las montañas, el aroma del campo y los sonidos del tiple, el requinto y la guitarra los que inspiraron varias de sus composiciones escritas mientras apaciguaba su alma en la finca de su familia en el Huila, cuando en medio del ordeño y la siembra de las parcelas creó el bambuco “Toitico bien empacao”.
Cuántos nacionales quisieran tener el alma montañera de esta bella mujer a quien aún le debemos varias respuestas a las preguntas que hace en su canción: «Y cuénteme, ¿qué sabe de su tierra?, cuénteme, ¿qué sabe de su abuela?»…
Gracias Katie por llevar con orgullo el tricolor de la patria «Toitico bien empacao» en su corazón.