#DesdeLejos; Alexandra Vega, la Dama Boyacense del Tango

En medio del verde del campo boyacense, del olor a leña y el canto de las aves en las veredas de Paipa, (Boyacá), creció Alexandra Vega, quien es hoy una destacada intérprete de tangos y docente de música popular argentina en Buenos Aires.

Fotos: Alexandra Vega en Argentina

El camino para llegar a donde está no ha sido fácil. Así como toda satisfacción requiere de esfuerzos extras, los de esta boyacense, han sido, en algunos casos, superiores, movidos por una insaciable necesidad de conocimiento, aprendizaje y ganas de ser mejor.

Yuri Alexandra Vega Pineda nació en Bogotá en 1990. Desde pequeña llegó a vivir a la vereda La Bolsa, en Paipa, y allí, en la Escuela Nueva La Bolsa, realizó sus primeros años de estudio. Hija de Nelson Vega y Olinda Pineda, es la mayor de tres hermanos.

Cuando tenía 10 años, se mudaron a otra vereda, y luego a otra, y a otra. Sus padres, conocedores de todos los oficios del campo, trabajaban en cultivos, ganadería, en minas y aserraderos. Su vivienda siempre fue cercana al frío ambiente de páramo, siempre estuvo rodeada de árboles y animales. “Agradezco haber tenido ese entorno, que me llenó de muchísimos aprendizajes, valiosísimos para la vida”, asegura.

Al terminar la primaria, pasó a estudiar su bachillerato en la Institución Educativa Técnica Tomás Vásquez Rodríguez, en la zona urbana de Paipa. Allí, conoció al profesor Fernando Niño, quien identificó en ella un talento especial para el canto y la incluyó en el coro del colegio.

alexandra vega en el colegio
Alexandra en el Colegio, y sus primeros años en la Escuela de Formación Artística de Paipa, aprendió técnica vocal y tiple

Luego vino la Beca que le otorgaron en las Escuelas de Formación Artística de Paipa, donde aprendió de bambucos, pasillos, cumbia, torbellinos, integró Píkolo Vocal Instrumental, y el aprendizaje continuaba.

Las jornadas de Alexandra eran largas. Debía caminar dos horas desde su vereda para llegar al colegio a las 6:00 de la mañana. Las clases en la Escuela de Música eran a las 6:00 de la tarde, y ella optaba por quedarse en el pueblo, jugando baloncesto, o en casa de compañeros, o a veces sola, hasta que llegara la hora de ir a clase, a ensayos, donde decidía quedarse hasta las 9:00 o 10:00 de la noche, con tal de aprender más sobre la música que la movía. Después, otras dos horas de camino a casa, a pie.

Así transcurrieron varios años de la vida de esta joven, hasta que, cuando cumplió 15 años, decidió irse a vivir sola, al pueblo. Cursaba grado noveno, y las ganas por seguir haciendo música la movían más que cualquier cosa. Por eso, encontró en la oportunidad que le ofrecieron Javier Malagón y Jairo Becerra, de integrar el Mariachi Clásico de Paipa, no sólo una forma de “ganarse la vida”, sino su “gran maestro de canto”, como ella lo manifiesta.

Terminó su bachillerato, entre el mariachi, el tiple, la música colombiana y la música mexicana. Luego, consiguió trabajo en aquella misma escuela de formación, como docente de las zonas rurales, era profesora de iniciación musical.

Ella, incansable, decidió que quería entrar a la universidad. Ahorró durante un año, y se presentó a la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Pasó a la carrera de Licenciatura en Lenguas Extranjeras. Ella quería Música, pero, por presupuesto, tuvo que quedarse en la primera.

A ese cambio de ciudad, de entorno, de amigos, de ambiente, ella la llama una “historia movilizante”. Pasar del “mundo rural” a la capital, Tunja, fue para ella una puerta que se abrió al mundo: nueva música, culturas, artistas que desconocía hasta ese momento. Aprendió de Mercedes Sosa, Soda Stereo, Metal y otros artistas que le permitieron identificar y conocer nuevos gustos, que cambiaron su vida.

Conoció grandes amigos, Mariana Pérez, Mariel Perilla e Iván Miranda. Tres personas que recuerda con especial afecto. Para ella, dice, fue muy enriquecedora esa experiencia de compartir conocimientos, de incluso, “cachar” a algunas clases de alemán, para asistir a las clases de música, o ensayos, donde se lo permitían, donde ella sentía que quería estar.

Nunca dejó de trabajar, ni con el mariachi, ni como docente. Viajaba a Paipa, esporádicamente se quedaba en Tunja, y un día, dice, organizando unas carteleras para una exposición, se quedó pensando si era ahí realmente donde quería estar. Si era ese lugar, si era esa carrera, si era esa la vida que estaba dispuesta a seguir viviendo.

En medio de tantos aprendizajes, había algo que a ella no le permitía estar cómoda ahí, ni en ninguno de los lugares por los que había pasado aquí en el departamento. Alexandra fue víctima de matoneo en casi todos los escenarios donde estuvo: desde el colegio, en la escuela de música, en la universidad… Ella era diferente, o así la querían ver muchas personas que se burlaron, la señalaron o la juzgaron por su forma de vestir, por su forma de hablar, incluso de ser. Le hacían bulliyng, por ser “pobre”.

Una chica del campo, que se mostraba como era, que no le temía a preguntar si no sabía algo y a responder con ímpetu ante las burlas, parecía no encajar en los lugares a dónde llegaba: “me sentí agredida muchas veces, y también muchas veces fui agresora”, dice, y por eso, se afianzó en ella esa necesidad de irse lejos, como de escaparse de su amado Boyacá, en búsqueda de un cambio para ella, para su vida.

Pensó en Bogotá, incluso, alcanzó a pagar los derechos para presentar el examen de ingreso a la Universidad Pedagógica Nacional. Estaba decidida a estudiar música, tocara lo que tocara hacer. Antes de conocer la fecha para presentar el examen, recibió una respuesta de una de todas esas personas a las que había escrito preguntándoles acerca de sus opciones de estudio en otros países. Había escuchado de la educación gratuita en Argentina, así que para allá apuntó.

Fue otro paipano, que vivía en La Plata (Argentina), quien le respondió, y le contó que sí, que la educación era gratuita, pero que la vida allá no era fácil. A la voz de estudio, lo de la “vida difícil” para Alexandra no iba a ser impedimento, así que se puso a la tarea, ahorró otro año, y con dos millones de pesos, y algunos dólares en el bolsillo, pagó su tiquete y se fue para Argentina.

Recibió ayuda por parte de amigos cercanos, entre ellos, Martha Paiba, Karol Sissa y Angélica Lara, una médica colombiana que la recibió en ese país. El choque con el nuevo lugar no fue sólo por el clima, o llegar a pedir a un chino que, si “sumercé le podía regalar unos pesos de fresas”, cuando allá no saben qué es sumercé, ni regalan nada, ni hay fresas, sino frutillas.

Siguió con los trámites de sus papeles, del ingreso a estudiar, logró entrar a cantar en el coro de una iglesia católica en ese país, y a la Escuela de Música Popular de Avellaneda. Duró dos años estudiando allí, y se enfermó, gravemente, al punto que tuvo que dejar de ir a la Escuela. En medio de exámenes, de salud, y luego de ingreso a estudiar nuevamente, logró un cupo en el Conservatorio Manuel de Falla, donde está próxima a graduarse como Profesora Superior de Canto, con énfasis en Tango y Folclor.

Ya son ocho años viviendo en Argentina, uno de sus hermanos ya está con ella también. Desde el 2018 ejerce como docente, y está estudiando canto lírico con la maestra Laura Bjelis y el maestro Alejandro Porta.

Alexandra guarda una profunda gratitud por todo lo que aprendió hasta sus 22 años en Boyacá, en lo que respecta a la música, al canto, a la vida. Hoy se enorgullece de su origen y de todo lo que la llevó hasta donde está, con técnicas nuevas en su voz, con escenarios nuevos para su carrera, donde espera, nunca parar de aprender.

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