¿Dios y patria? – Catalina Pulgarín – Sí hay derecho

La laicidad del Estado colombiano no puede ser un simple postulado sin peso e inmaterializado.

La Constitución de 1886, fundada en principios conservadores y, además, sumamente confesionales, definía la religión católica como el credo oficial de nuestro país; luego, la Constitución Política de 1991 declaró a Colombia como un Estado laico, apoyado en libertades como la de cultos y la de conciencia. Que un Estado se declare al margen de cualquier credo religioso implica no solo una garantía para todos sus habitantes, sino la obligación para las instituciones de ajustarse a esa premisa, so pena de convertirla en letra muerta.

La tutela recientemente fallada a favor de un policía ateo que se negó a cantar el himno institucional por invocar una deidad que escapa a sus creencias y que en consecuencia lo hizo merecedor de castigos que podrían ser tildados de medievales, constituye un importante referente para abrir el debate sobre la necesidad de que los símbolos patrios, que nos deben representar a todos, se ajusten a los postulados constitucionales y en consecuencia, entre otras cosas, se elimine cualquier alusión a dios alguno de himnos, escudos y saludos, o se dejen de destinar por ejemplo recursos estatales para la celebración de rituales y fiestas religiosas.

Es cierto que cuando alguien decide pertenecer a una institución se somete a su disciplina, políticas y cadena de mando, pero, tratándose de una entidad pública ese sometimiento no puede pasar por alto los derechos y garantías constitucionales, sino, por el contrario, enaltecerlos a través de su reconocimiento y respeto. Empezar a pensar desde la inclusión de las minorías es una necesidad inaplazable.