‘Amañamiento’, algo muy civilizado

En muchos casos el ayer fue mejor que el hoy y las épocas milenarias superiores a la de los ‘millennials’. ¿A qué le llamamos civilizados? Una pregunta que nos queda en el vacío.

En una sociedad cada vez más descompuesta, en que los matrimonios son apenas un suspiro, cabe reflexionar sobre una tradición milenaria que practicaban nuestros antepasados indígenas.

Uno de los grupos que conformaron las primeras civilizaciones en Colombia y que se asentaron en los departamentos de Cundinamarca, Boyacá y el sur de Santander, fueron los muiscas que nos dejaron una herencia maravillosa llena de enigmas, muchos de ellos aún sin revelar.

Para conocer sobre la llegada de los muiscas al centro de Colombia, nos tenemos que remontar al siglo VI después de Cristo, cuando inició una época de sabiduría popular representada en la habilidad para la elaboración de utensilios, artesanías y orfebrería por parte de clanes muy bien organizados cuyos jefes eran el Zipa en Cundinamarca y el Zaque en Boyacá.

Nada lejano de lo que son nuestros campesinos hoy, fue esta civilización dedicada a la agricultura y al cultivo de productos como el maíz y la papa, además de la caza de animales y, por supuesto, la pesca de cuyas prácticas derivaban, no solo su economía, sino su subsistencia.

Pero, ¿cómo se puede afirmar que estas fueron civilizaciones atrasadas sin evolución ideológica? O ¿que estos tiempos de avances tecnológicos son superiores a esa cultura donde la lógica tenía mayor sentido que hoy?

Para no ir tan lejos es preciso conocer acerca de una tradición que estas tribus ponían en práctica conocida como el ‘amañamiento o sirviñacu’, que consistía en que la pareja primero convivía por más de un año y si había ‘amañamiento’ entonces procedían a consolidar el sagrado vínculo del matrimonio.

Esta costumbre ancestral, experimentada por las parejas indígenas, se daba cuando en ellos despertaba el amor y desde cerros lejanos iluminaban espejos con los rayos solares para enviar señales de conquista a quien se había convertido en la escogida por el corazón, práctica a la que se le llamó la ‘espejeada’.

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