La pesca, rebusque­ o tradición

Por estas épocas de vacaciones, la pesca es una de las actividades más recurrentes.

Por: José Ricardo Bautista Pamplona
Enviado especial Boyacá 7 días

Gran parte de la riqueza de nuestro país se encuentra en el mar y allí habita un verdadero tesoro de especies marinas que ha generado uno de los oficios milenarios más tradicionales del cual derivan su sustento cientos de colombianos.

Hay tanta variedad que se puede clasificar por especies, tamaños y colores como las que aún se encuentran en Santa Marta en el parque Tayrona, Riohacha, Neguanje, Zaino, Pueblito y Bahía Concha entre otros lugares, o sencillamente en cualquier espacio de la inmensa extensión de agua.

Más de 3.000 toneladas de pescado al año era la producción tiempos atrás cuando los niveles de contaminación y deterioro del planeta no habían llegado a los topes que tristemente se registran hoy y que ha diezmado esta cifra de manera exorbitante a 600 toneladas al año, perjudicando tanto al ecosistema como a las familias que se dedican a esta labor para su supervivencia.

Otra dificultad con la que lidian los aldeanos son los empresarios que tienen el músculo financiero para sostener grandes compañías obligando a que el pescador raso se ponga a su servicio, imponiendo los precios que ellos quieran pagar a los labriegos y encareciendo el producto con lo que finalmente se perjudica el bolsillo de los consumidores.

Pero si la biblia nos narra las “hazañas” que hizo Cristo con la pesca como la multiplicación de los peces, parece que solo otro milagro similar puede salvar la decadencia de este sector porque los vaticinios que existen frente a su desaparición son inminentes y juglares del oficio aseguran que el estado ha abandonado tanto el cuidado y manejo del recurso hídrico que la extinción de la fauna marina está cada día más próxima.

Los cambios climáticos son otro factor que ha acabado con la pesca, sumado a la contaminación y a la mano despiadada del hombre que de manera irracional arroja al mar toda clase de desechos, convirtiendo las laderas en grandes pirámides de basura y en permanente amenaza para la supervivencia de la diversidad marina.

Ante esta angustiosa realidad los pescadores que superan los 50 o 60 años de edad ya no están enseñando el oficio a sus hijos pues consideran que ha sido muy difícil sobrevivir con la explotación del pescado y el futuro de esta práctica es cada vez más incierta, razón por la que motivan a sus generaciones a salir del entorno y buscar otras oportunidades de estudio y trabajo en las grandes capitales.

Pese a este desolador panorama todavía es fascinante asistir a una jornada de los pescadores, como lo hizo Boyacá7días en visita a la ciudad de Santa Marta en donde acompañó a estos hombres que le siguen arrancando al océano una ilusión y en sus redes también atrapan una que otra esperanza.

Muy temprano cuando el mar aun no despierta y el sol duerme tras el horizonte, una cuadrilla de aproximadamente 20 hombres se dan cita en la playa, allí parten en dos lanchas y llevan de manera conjunta la gigantesca red de una extensión aproximada de 350 metros de área. Una vez están mar adentro lanzan la malla y de inmediato las artesanales embarcaciones son conducidas nuevamente hacia la orilla.

De las lanchas descienden los pescadores y se ubican 10 a un costado y 10 al otro, halando cada grupo una cuerda que está sujeta a la red y al estilo de la antigua Grecia se colocan en fila india para empezar a arrastrarla hacia ellos con movimientos sincronizados.

Los pelícanos también participan de la jornada porque saben que para ellos hay una apetitosa tajada cuando los peces pretenden huir saltando fuera de la red, unos lo logran, otros se convierten en su alimento y otros son atrapados por las cuerdas hacia el borde, y es ahí cuando los niños que también acompañan la pesca se arrojan a ellos buscando los más pequeños, tal vez con fines comerciales entre los amantes de los acuarios o por simple entretenimiento.

Una vez es llevada la red hacia la orilla, labor que requiere un gran esfuerzo, los pescadores inician el proceso de selección y los peces más pequeños son devueltos al mar, mientras que los más grandes son arreglados de manera ágil sacándoles las agallas y quitándoles las escamas para llevarlos a una mesa rústica donde los esperan dos de sus compañeros para dar inicio a la venta.

Los turistas que están alojados en cabañas y hoteles familiares aguardan pacientes y son testigos de la maniobra, no solo por lo gratificante de la experiencia sino porque la espera les puede traer la recompensa de acceder a buenos precios, según el número de peces que se hayan atrapado.

El trabajo ha culminado y en cuestión de minutos la producción se ha vendido en su totalidad tanto a los nativos como a los huéspedes del sector, que además de vivir este fascinante ritual, se llevan el pescado fresco para meterlo a la olla y preparar el sancocho que mata el guayabo o da fertilidad según la mítica creencia.

Boyacá 7 días consultó a Joaquín Marrugo, uno de los más veteranos que comanda la cuadrilla quien aseguró que de esta labor tan solo se obtiene un promedio mensual de 350 mil pesos y que aunque la pesca tiende a desaparecer ellos se siguen aferrando a esta costumbre porque no solo es de donde sostienen precariamente a sus familias  sino que es ya una tradición que hace parte del ADN de los lugareños.

Rebusque o tradición, la pesca es una de las tantas rutinas que hacen parte de ese inmenso catálogo ancestral y una forma de mantener el patrimonio inmaterial resguardado en la gastronomía del trópico por el que siguen llegando miles de turistas en busca de un apetitoso bocachico o del tradicional sancocho de pescado.

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