Tiempos de remembranzas

Volver al pasado hace más livianas las cargas del presente. Cuando tenemos oportunidad de evaluar las huellas de la vida y el tiempo, con una mirada alegre en el recuerdo, envuelta en el cansancio del presente, o una piel adornada por el surco erosionado de la brisa y la nieve cayendo en un invierno permanente sobre nuestras cabezas.

Haciendo saltar de los corazones el niño juguetón y travieso, ese que nunca envejece y que todos llevamos dentro.

Entonces florecen las anécdotas, travesuras y juegos, las voces rejuvenecen y en los ojos brillan ilusiones y amores adolescentes como estrellas en el firmamento, y seguimos avanzando en el sendero del tiempo, Colgándonos en los cachitos de la luna y saltando de estrella en estrella.

Igual a la vieja época infantil cogidos de la mano materna rumbo a la novena, corriendo detrás de los gigantescos pasos paternos, porque ya las campanas dieron el deje. Fueron pasando los años sin darnos cuenta y hoy nos volvimos padres y abuelos y nuestros nietos ya no corren detrás del nono, las costumbres son otras y la pizza remplazo los buñuelos, no apuestan aguinaldos solo wasapean.

Entonces seguimos avanzando en el sendero del mismo tiempo, con costumbres y horizontes diferentes, plenos de añoranzas y viejos recuerdos, convencidos que nuestros tiempos fueron mejores, cantando villancicos alrededor del pesebre, abriendo regalos divinos el 24 por la noche, después de huir a los matachines y con el corazón queriendo salirse del pecho, escondernos en el refugio de los brazos de la abuela.

Esos días ya se fueron: con los árboles, el canto de las aves, el verano y el invierno, el ojo de agua y los venados en el bosque. Hoy sólo nos quedan lágrimas que nacen en el corazón del ayer que se fue y no vuelve