Carlos Amaya no fue tan extraordinario gobernador como él se considera, ni tan malo como dicen otros.
Por su inexperiencia y por los efectos del accidente que sufrió, apenas gobernó durante dos años y medio, lo que le da más mérito al hecho de que ahora esté saliendo aplaudido del Palacio de la Torre.
Después de abril de 2018 Amaya inició a entender la dinámica política, hizo ajustes en su equipo y enrutó su gobierno.
Su popularidad obedece a una estrategia de marketing, redes sociales y medios, y a que entiende la dinámica de la comunicación moderna, dice lo que la gente quiere oír y hasta llora al lado de sus interlocutores y los hace llorar.
Sus cifras sobre disminución de la desigualdad y la pobreza no convencen. En educación no tiene mucho qué mostrar y los buenos resultados en ese tema han sido recurrentes estos 15 años. Las obras de infraestructura educativa hacen parte de un negocio nacional montado con contratistas por Gina Parody cuando era Ministra.
En salud hizo la tarea, culminó hospitales que habían quedado de varios gobiernos y hoy la red pública muestra buenos índices frente al panorama en el país. Su gran logro, la compra de la antigua clínica de Saludcoop en Tunja.
Su gran mentira fue el Contrato Plan Bicentenario, con muy pobres inversiones, que no se compadecen con esa conmemoración. Se perdió una oportunidad histórica y no se aprovechó su cercanía con el gobierno Santos. En medio ambiente hay más ‘bombo’ que realidades y sonaron sus noticias de fracking, canastos o asbesto.
Amaya tuvo altísimos gastos de funcionamiento y deja un histórico nivel de endeudamiento: $140 mil millones. Termina como un gobernador querido, pero eso también obedece a su gran inversión en publicidad. Después del Valle, fue el segundo departamento que más gastó en pauta, sólo que no lo hizo en medios de Boyacá, sino en Bogotá promocionando su próxima meta: la Presidencia.