Ojos ajenos

El silencio y la quietud de los años se apodera de los músculos y la mente, cuando el tiempo se agota y se acerca la hora de terminar el juego, son momentos hermosos, en la vida que ha sido productiva y bondadosa.

Se lleva en el alma una historia de aciertos y desaciertos, de problemas y soluciones, a través de los que se cosechó el fruto de la sabiduría, la que nos permite mirar desde la barrera el paso de nuevas generaciones cargando un desfile de ilusiones y sueños.

Esperando aprender en la mirada serena de los viejos, y leer en ellos un consejo sabio y oportuno que les permita corregir el rumbo y continuar en el carrusel de todos los tiempos, alimentándose en la simbiosis de la humanidad donde todos aprendemos.

Desde mi quietud y mi silencio, un día quise verme con ojos ajenos, en los de mis hijos que ya caminan los cuarenta, para que me vieran desde su experiencia, y contaran como había hecho yo la tarea. Entonces hablaron con la voz imparcial y objetiva emitida en sus conciencias.

Fue una tertulia enriquecedora y amena, oír como afloraron comentarios de amigos, así con respeto sacaron a flote verdades ocultas, alegrías y dolores, todo lo que yo no veía desde mi pedestal de padre, con autoridad subjetiva e imponente, germinada en la vieja escuela.

Ese día los ojos ajenos contaron anécdotas, donde aprendí a ser un hombre nuevo, y mis hijos sin dejar de ser mis hijos, se volvieron amigos y maestros, a los que amo y respeto, en medio de la quietud y el silencio. Ahora que tienen sus hijos y les tocó hacer la tarea, ellos reconocieron que siempre hace falta de vez en cuando, la mano firme del artista padre, para moldear su obra con valores y ética. Gracias hijos, por ayudar a conocerme desde afuera.

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