Colombia llora a sus hijos

¡Señor!, Colombia llora la inconsciencia de sus hijos, lágrimas de tristeza ruedan por sus mejillas tropicales, de la Guajira hasta el Amazonas y de la Motilonia hasta el Pacífico; es el incontenible llanto de una madre en un funeral eterno, interminable desfile de tristezas navegando en el río de los lamentos que nace en los páramos, descendiendo por cañones, valles y calles de pueblos.

Es el río de la vida matando la vida, es la lucha intestina sembrando hambre en medio de la abundancia de un suelo exuberante y fértil que nos ofrece la mesa servida.

Es el bostezo de niños hambrientos y famélicos en una despensa llena. Colombia gime como el trueno presagiando tormenta en invierno, su sufrimiento se desborda en lágrimas incontenibles, viendo como sus hijos se autodestruyen.

Hoy Colombia se sienta impotente en la escalinata de un cementerio cualquiera, el que se nutre con las manos de un sicario, para ver desfiles fúnebres y acompañar el llanto de madres, huérfanos y viudas.

Las masacres del Cauca, Turbo y Catatumbo reclaman presencia planeada y permanente del Estado, no un Estado reactivo, y así parar la tromba demencial asesina, para que no haya más Cristinas Mendieta O Dianas Medina, ni más lágrimas de aflicción rodando por las mejillas de inocentes niños colombianos, queriendo levantar de la mano el cadáver del padre, que ese día lo acompañaba a la escuela y se le ha hecho tarde para entregar la tarea.

Colombia ha llorado tantos años, que sus ojos ya están secos y los fantasmas de sus lágrimas caen en las conciencias muertas de los que alimentan su dolor todos los días.