Sin pan debajo del brazo

Por: Catalina Pulgarín

Refranes y creencias populares han superado el cambio de siglo y de milenio y se han sujetado con fuerza en las mentes que les dan cabida aferrándose con fuerza para perpetuarse generación tras generación.

Aquél, por ejemplo, de que “cada niño viene con el pan debajo del brazo” es en mi concepto de lo más funesto que pueda pronunciarse. Si así fuera no tendríamos que vivir a diario con el triste paisaje que se dibuja sombrío en cada semáforo de cada ciudad, donde centenares de personas con sus hijos a cuestas bajo inclementes calores o lluvias imploran por una moneda para darles algo de comer, ni existirían las muy lamentables estadísticas de muertes por desnutrición.

Pero es que, además ,traer hijos al mundo no se trata solamente de no morir de hambre para hacerle honor al arcaico adagio, sino en tener acceso, cuando menos, a la educación y a la salud. No es coincidencia que las personas pertenecientes a sectores en mayor situación de vulnerabilidad y pobreza, tengan más hijos que aquellos que han tenido la oportunidad de formarse académicamente.

Tomar consciencia de las implicaciones de traer hijos al mundo, implica educar a una sociedad totalmente permeada por imposiciones religiosas que todavía no se superan y que hasta hace poco todavía condenaba los métodos de planificación. A decir verdad, nunca he visto nada debajo del brazo de un recién nacido más que su frágil existencia. El control de la natalidad debe ser un tema de urgente política pública.