Fiestas santas para todos

Por: Catalina Pulgarín Vallejo

“Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: ‘cierren los ojos y recen’. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia.” Con esta frase de Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”, se resume la historia de la invasión europea al continente americano y la forma como a sangre y dolor se impusieron las leyes de los conquistadores hasta lograr que la gran mayoría de las poblaciones indígenas acogieran las creencias del cristianismo.

Es un hecho irrebatible que la Iglesia Católica como Institución ha ejercido de manera contundente su dominio en las sociedades latinas y ha participado en las decisiones políticas trascendentales de los Estados. La semana santa es un acto de conmemoración de la muerte y resurrección de Jesucristo que para los cristianos es quizás la fiesta religiosa de mayor trascendencia y que, a la par con otras festividades terminan siendo impuestas. Un Estado laico en esencia protege la libertad de conciencia y establece una autonomía de lo político frente a lo religioso y garantiza la igualdad y la no discriminación.

Por ello resulta cuestionable que un Estado, que pregona la laicidad y cuya Carta Magna instaura la libertad de cultos, participe de cualquier manera en estas celebraciones, pues podría legítimamente reclamarse que de la misma manera y con destinación de recursos incluida, se apoyaran celebraciones de otras confesiones. Así, con fundamento en nuestro orden constitucional, la independencia Estado-Iglesia debe ser un imperativo que se encamine a salvaguardar los derechos y libertades de todos los ciudadanos.