Hambre y tiranía

Alimentarse es una necesidad vital y un derecho inalienable de todo organismo animal o vegetal.

Alrededor de esta necesidad se han tejido absurdos históricos, donde el hombre ha perdido la racionalidad y el sentido común. Adán y Eva podían comer de toda la variada oferta, pero tuvieron que consumir la fruta prohibida, y nos sumergieron en el resultado de su incontenible y desordenado apetito.

En otro pasaje bíblico, un hermano hambriento hizo el negocio de su vida, comprándole con su patrimonio un plato de lentejas a su hermano capitalista; pero hay un hecho histórico que subleva y enerva mis nervios, cuando recuerdo al profesor de historia relatando el sitio de Cartagena adelantado por los españoles, y que la necesidad de alimento llevó a los sitiados, a consumir guiso de rata con ensalada de cucaracha, o también el salvaje dictador Idi Amín, ofreciendo banquetes caníbales en los que invitaba a manteles a los hijos de las víctimas.

Hoy en la modernidad salvaje se siguen repitiendo las mismas escenas con diferentes actores; como este relato tomado de la fuente primaria, en el que cuentan cuando empezaron por compartir el alimento de los perros, preparándolo con huevos revueltos, hasta que un día tuvieron que sacrificar las mascotas para el almuerzo, y alimentar las madres lactantes para que pudieran amamantar nuevamente a sus hijos, con la leche salada por las lágrimas que brotaban incontenibles de sus ojos y caían adoloridas sobre sus áridos pechos, mientras el poder inhumano detenía e incineraba los alimentos en las fronteras, y bailaba con la obesidad de la gula, regodeándose sobre el hambre y el dolor de un pueblo.