El chisme: ¿cultura, o toda una tradición?

Se dice que el chisme es tan antiguo como el habla, pero ¿es bueno? o ¿es malo? Una forma a la que muchos le atribuyen inclusive un ‘rico sabor’, pero que en ocasiones hace mucho daño. Los hay a todos los niveles, los hay de todos los colores y a muchos los persiguen.

Sin importar la edad, el estrato social o el rol u oficio que nos ocupe, el chisme está presente como una forma de comunicación. No se trata de si es bueno o malo, sino de lo que puede comunicar en sí mismo.

“Le voy a contar una cosa, pero no se la puede decir a nadie. No se preocupe, yo soy una tumba”. Esas son las frases más comunes que anteceden a un rumor pasado de boca en boca en una larga cadena donde cada quien atiza el rescoldo y lo convierte inclusive en incendiarias historias llenas de malicia y fantasía.

Así lo narra inclusive Gabriel García Márquez en uno de sus cuentos y describe que una señora vieja aireándose en su mecedora dijo: “No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo”.

El médico psicoanalista Pedro Horvat, señala que el placer que provoca el chisme y en especial, conocer secretos de los que las gentes no tienen idea, le da poder a los seres humanos, porque saber algo de la intimidad de otro se convierte en una herramienta para doblegar y sentir superioridad frente a los demás.

La Biblia también lo aborda en (Proverbios 18:7) y dice que “la boca del necio es su ruina, y sus labios una trampa para su alma” porque hasta la madre celestial fue víctima del chisme cuando la desterraron de su pueblo por llevar en su vientre un niño que según las gentes no era de José.

Los gobernantes por ejemplo, tienen un círculo personal de supuestos amigos, o más bien su propio “comité de aplausos” que se congrasean con ellos, haciéndoles creer que los admiran profundamente y que por secundarlos serían capaces hasta de dar sus vidas. Sin embargo, esto lo hacen mientras obtienen información de primera mano para luego utilizarla como herramienta y convertirse, como dicen en los pasillos de alcaldías y gobernaciones, en “personajes intocables”.

Lo mismo ocurre en la recta final de las contiendas políticas y en las últimas semanas del cierre de campañas salen a la luz pública los “chismes bomba” con el fin de sacar del camino al más fuerte de los contrincantes.

Así como hay personas que dan que hablar más que otras, también hay quienes se afectan más que otras a causa de los chismes.

En las iglesias también se ven a algunas matronas de la alta sociedad o a las campesinas de vereda desgranando el rosario entre sus dedos y recitando con voz fuerte avemarías, en tanto que sus ojos están fijos en lo que pasa a su alrededor y sus oídos como antenas para convertir esto luego en comidilla de muchos. Hasta las abuelas dicen que la oreja izquierda de la víctima arde y se pone roja cuando su nombre y su vida íntima están en boca de los chismosos.

En el periodismo también se cae en la trampa al momento en que las fuentes no son confiables y cuando la supuesta primicia está sesgada hacia una intención personal haciendo daño a la verdad, la imparcialidad y la investigación, pilares fundamentales de las comunicaciones.

Sin embargo saber algo del fuero interno de un personaje público se convierte en jugoso insumo porque al otro lado de los transmisores, las pantallas y el periódico aguardan los que están ávidos por confirmar runrunes, saber cosas y tener de qué hablar en reuniones, el bus, por celular, o por las redes sociales éstas últimas convertidas en escenarios perfectos para el chisme, la desinformación, la calumnia y los agravios.

Unas palabras echadas al azar pueden cambiar el rumbo de vidas, ciudades o naciones y mucho más cuando se dicen en voz baja interpuesta por la frase: “tengo algo que contarle”, esto aviva la curiosidad, el morbo, la alucinación y pone a volar la imaginación del que se desespera por saber de qué o de quien se trata.

Existe un hilo muy delgado entre la noticia y el chisme, entre el rumor y la calumnia o entre la inteligencia, la astucia y la sevicia.

De todas maneras rumor o no, verdad o mentira, todos los días tenemos cosas que contar y mucho que conocer, por eso los cafetines, los atrios, las esquinas, las sillas de los parques, las plazas públicas, los salones de belleza y ahora las redes sociales seguirán siendo los escenarios codiciados.

¡El chisme seguirá haciendo parte de la cultura y las tradiciones de los pueblos!